martes, 12 de agosto de 2008

UN BELLO HOGAR

I


- ¿Que pasó? ¿Alguna novedad?
- Pues parece que aquí no hay fantasmas ni espíritus
- ¿Me estas diciendo que he estado inventando todo esto?
- No Franco, no dije eso.
- Lo que pasa es que tú eres una incompetente.
- Yo diría que no
- ¿Quién esta ahí?
- ¿Acaso no me recuerdas?
- ¿Adriana? No puede ser tú estas muerta.
- Sabes Franco siempre hay una segunda oportunidad y dentro de muy poco tu estarás también en este mundo.
- ¡Es increíble! Debo estar soñando.
- No lo creo y serás mejor que estés bien despierto.
- ¿Ustedes son la familia de ese militar? ¿Ustedes estaban muertos?
- Pagaras por lo que hiciste.
- Ruth, tú los trajiste ahora envíalos de nuevo a donde pertenecen
- Sí eso hará.
- Ruth que esperas.
- Yo creo que ya no te puede ayudar.
- ¿Tu también? ¿Que le hiciste?
- Creo que la mate como tu me mataste a mí.
- ¡Maldición!, Cuando estuvieron vivos no me ganaron y ahora que están muertos tampoco lo harán.
- ¡Cuidado!
- ¡Francisco! Oh Dios mío no...
- De que te quejas mujer muy pronto le harás compañía.
- Como te atreviste, era solo un niño.
- Estaba muerto, como tu.
- ¡Muere imbécil!
- ¡Mamá! No mamá.
- ¡Padre! ¿Que has hecho?
- No te metas Juan Pablo.
- ¡Renata! ¿Que haces aquí?
- Tu padre mató a mi mamá.
- Eso no puede ser.
- Y también a mí.
- ¿Maira? ¿Estas viva?
- No, lamentablemente ya no.
- No entiendo.
- ¿Tía Ruth? ¿Que le paso a la tía?
- Tu noviecita la mató
- Tu padre es un asesino él me mató.
- No es verdad.
- Ay Juan Pablo si estuviera viva ¿tu crees que me hubiera separado de ti?
- No la escuches hijo.
- Juan Pablo tu padre es un asesino
- ¡Cállate mocosa!.
- ¡Nooooo! ¡Renata! ¿Que hiciste padre?
- Pues la envié junto con su familia.
- Eres cruel, muy cruel, ya me canse de esto
- ¿Si y que vas a hacer?
- Te voy a matar.
- No seas estúpido hijo... ¡Sí!, es verdad, yo los maté a todos ellos pero ya están muertos. ¿Que sacas con matarme? mi muerte no les dará la vida ni a tu amiga ni a tu novia.
- No te detengas muchacho mátalo.
- ¿Te conozco?
- Soy la amiga de la Maira.
- ¡Tu fuiste la que la entregaste!
- ¿De que hablas Juan Pablo?
- Maira, tu querida amiga Adriana fue quien te entregó con mi padre
- ¿Cómo sabes eso?
- Crees que no sé que eres una asesina. Después la mataste a ella ¿no es cierto?
- ¿Tu me entregaste Adriana?
- Todo tiene una explicación yo lo amaba pero ahora no, ¡perdóname!
- ¿Hijo?
- Maira ella no merecía vivir.
- ¡Juan Pablo la mataste!
- Por supuesto es mi hijo, lleva la misma sangre que yo, por ella circula los instintos asesinos.
- ¡Te equivocas padre!. Yo la mate porque ella me quitó lo que quería cuando te la entregó a ti.
- ¡Juan Pablo! ¡Mata a tu padre!
- No la escuches hijo, te amo.
- ¡Cállense!
- Quiérelo a no, tú eres tan asesino como yo, sino no hubieras matado a Madame Paige.
- ¿Tu mataste a Madame Paige?
- Sí.
- ¡Hijo! Te presento a la nieta de Madame Paige: se llama Maira.
- ¿Que dices?
- Lo que oyes. La Maira era la nieta de Madame Paige. Si ella hubiera sabido que tú eras el asesino, ¿tu crees que se hubiera metido contigo?, ¡te hubiera matado!, por eso la maté, para salvarte hijo, porque te amo, porque eres mi sucesor.
- Maira, yo no lo sabía. Yo amaba mucho a tu abuela, créeme, pero...
- ¡Cállate! Todo este tiempo pensé que tú eras el asesino y me acerque a través de tu hijo a ti para matarte, pero resulta que la persona que amaba fue quien mató a mi abuela.
- No ves Juan Pablo. La Maira no te amaba se acercó a ti para estar cerca de mí y así matarme. No te amaba.
- ¡Eso es mentira!... Aunque al principio reconozco que me acerqué a ti por eso. Pero después me enamoré de ti, estaba dispuesta a olvidarlo todo por ti...
- ¡Maira! ¡Nooo! ¡Maldito muere!
- Lo siento mi general no pude matar a su hijo.
- No te preocupes Álvaro.
- Maira, por favor mírame.
- Juan Pablo escucha tu no eres como tu padre.
- Perdóname por favor.
- Juan Pablo debes matarlo
- No hables de eso te vas a recuperar
- Ya estoy muerta. Juan Pablo, quiero que sepas que te amo
- Yo también.
- ¡Adiós!
- ¡Noooooo! ¡Maira! ¡Nooo!
- Vamos ya esta muerta
- ¡Eres un asesino!.
- Sabes hijo. Siempre pensé que eras un débil, un cobarde que no merecía ser mi hijo. No sabes cuanto te detesto por todo lo que eres. Yo quería a alguien que fuera como yo.
- Discúlpame padre, pero no soy un asesino.
- Lo siento hijo, pero no me dejas alternativa.
- Solo una cosa te pido.
- Sí
- No me mates tú, déjame morir en paz.
- ¡Cómo quieras!
- Despídeme de mi madre y de mis otros hermanos.
- Lo haré.
- ¡Franco! Te aseguro que algún día nos volveremos a ver y te voy a matar.
- Lo veremos.
- ¡Maira!, ¡Madame Paige!, ¡Renata! Muy pronto estaré junto a ustedes.
Mientras muchos se emborrachaban en las cantinas esperando encontrar algún sentido para seguir viviendo, junto al viento placentero de la madrugada que señalaba que muy pronto aparecería el sol radiante de un nuevo amanecer. Un amanecer que no vería, pero ya no importaba, ya no era grato el vivir, quería estar con los suyos. Quería estar con su verdadera familia.
Un solo disparo perturbo el silencio reinante en Burgos, un disparo que muchos no oyeron, una vida que muchos no conocieron, pero ya no importaba, ahora estaba parado en un nuevo mundo, una ventana se habría para él, por fin seria feliz. ¡Ya no estaba su padre!

II


“A la tarde el espectáculo solar es magnífico; sobre los grandes ríos especialmente, pues dentro el bosque la noche sobreviene brusca, apenas disminuye la luz. En las aguas, cuyo cauce despeja el horizonte, el crepúsculo subtropical, despliega toda su maravilla.
Primero es una faja amarillo hiel al Oeste, correspondiendo con ella por la parte opuesta una zona baja de intenso azul eléctrico, que se degrada hacia el cenit en lila viejo y sucesivamente en rosa, amoratándose por último sobre una vasta extensión donde boga la luna.
Luego este viso va borrándose, mientras surge en el ocaso una horizontal claridad de anaranjado ardiente, que asciende al oro claro y al verde luz, neutralizado en una tenuidad de blancura deslumbradora.
Como un vaho sutilísimo embebe, á aquel matiz un rubor de cutis, enfriado pronto en lila donde nace tal cual estrella; pero todo tan claro, que su reflexión adquiere el brillo de un colosal arco-iris sobre la lejanía inmensa del río. Este, negro a la parte opuesta, negro de plomo oxidado entre los bosques profundos que le forman una orla de tinta china, rueda frente al espectador densas franjas de un rosa lóbrego.
Un silencio magnífico profundiza el éxtasis celeste. Quizá llegue de la ruina próxima, en un soplo imperceptible, el aroma de los azahares. Tal vez una piragua se destaque de la ribera asaz sombría, engendrando una nueva onda rosa; y haciendo blanquear, como una garza a flor de agua, la camisa de su remero...
El crepúsculo, radioso como una aurora, tarda en decrecer; y cuando la noche empieza por último a definirse, un nuevo espectáculo embellece el firmamento. Sobre la línea del horizonte, el lucero, tamaño como una toronja, ha aparecido, palpitando entre reflejos azules y rojos, a modo de una linterna bicolor que el viento agita. Su irradiación proyecta verdaderas llamas, que describen sobre el agua una clara estela, a pesar de la luna, y la primera impresión es casi de miedo en presencia de tan enorme diamante.”
España es mía, bienvenida al infierno terrenal. No temas yo estoy contigo para siempre soy tu luz y tu paz. Tus nuevos ojos, tu nuevo vida soy yo; derramaré mi sangre en pos de mis adversarios y verán el dominio de mi imperio y de mi poder. ¡soy inmortal!, ¡soy un genio!.
- Tú eres el general Franco. ¡Devuélveme a mi esposo!
- Jamás volverás a verlo. Él es mío al igual que España.
- Tú estas loco.
- Solo soy un genio.
- Espera no te vayas, regresa aquí de inmediato, yo misma te voy a matar, no huyas cobarde, regresa.
“Todo se pone en marcha cuando, lo habíamos advertido, la escalera, desnuda, se impone en imagen borrando todos los rostros.
Llega el horror, anunciado por cuatro primeros planos muy breves y cortos de la cabeza de una joven cuyo cabello se agita frenéticamente. Todos corren aterrorizados escaleras abajo. La figura negra del zar impone su dictado, que es también el de su punto de vista, y nos devuelve una imagen del espacio que hasta ahora no habíamos imaginado. Al fondo, abajo, acotando el espacio, una iglesia.
Los disparos de los soldados —de nuevo la maquinaria del Estado, carente de rostro— provocan los primeros heridos. De nuevo, también, esa asombrosa economía textual en la que el vértigo se impone en el límite mismo del caos más sin por ello perder la cadencia de sus ritmos. Las escaleras llenan tanto los planos generales como los planos cortos que ofrecen los tonos y matices del horror: gotas de sangre en un peldaño, un niño sentado en otro tapándose los oídos, gentes que se acurrucan en las esquinas aprisionadas por el pánico... Una y otra vez retorna el encuadre con la graciosa mano abierta del zar bajo la que descienden las hileras de soldados.
Por el centro de la escalera, en gran plano general, desciende una imponente madre que conduce a su hijo de la mano. / Fusiles anónimos disparan su ráfaga. / El niño cae al suelo herido. / De nuevo el mismo plano general, pero esta vez la madre descendiendo sola las escaleras (¿cómo es posible que todavía no se haya dado cuenta? / Primer plano del niño, con sangre en la cabeza y una camisa tan blanca como la de la muchacha que morirá en la hendidura misma del puente de Octubre. / El mismo plano general, con la mujer deteniéndose y girando lentamente su cuerpo. / En primer plano, se vuelve y, en posición totalmente frontal, mira a cámara abriendo su boca en un gesto que es sólo de asombro. / Primer plano del niño que da un último grito antes de que su cabeza se desplome. /... / Ahora, el asombro en los ojos de la mujer, en un gran plano detalle que consta en todas las historias del cine. /... / Los pies de los que descienden en desbandada pisan una y otra vez el frágil cuerpo del niño...
He aquí lo real, en estado puro, emergiendo en el mismo corte del montaje para hacer presente ese fragmento de tiempo intolerable por absolutamente vacío: esa plano en el que la madre desciende sola, ese tiempo, cuya densidad no puede atestiguar ningún reloj, que la madre tarda en oír el grito de su hijo. Su eco se traza en el carácter apoyado del raccord que conecta el plano general de la madre girando y el primer plano que le sigue: un énfasis de escritura que repite, densificándolo, el giro de la cabeza de la mujer. Su gesto, ya lo hemos indicado, no contiene sentimiento alguno, sino tan sólo un estupor extremo con el que interroga a cámara. Y luego su mirada, otra vez vacía de sentimiento, sólo mirando, con absoluta fijeza, cómo los pies pisan, descuartizan, el cuerpo del niño.
¿Nos encontramos ante una tragedia? Tal palabra gustaba usar Eisenstein para describir su film. Pero sería más coherente decir que, aunque no todo lo contrario, sí todo lo otro de una tragedia. Pues la tragedia, desde Grecia, es básicamente el espacio sagrado donde la palabra asume su desafío fundador: nombrar lo intolerable —algo intolerable que nunca sucede en escena, que constituye su espacio off absoluto y de lo que se tiene noticia por los mensajeros que de ello dan cuenta.”
¡Oh Dios mío, otra pesadilla! Andrés regresa pronto por favor o voy a enloquecer.


III



Salamanca, España, en alguna época no especificada.
Ya son seis meses de preocupación en toda la comarca española debido a los diversos conflictos existentes internamente en el país.
Los moros deseaban llegar a nuevas lides, conquistar nuevos territorios y esto ponía en alerta las fuerzas nacionalistas españolas. Como si fuera poco los ecos de una próxima guerra mundial sonaban demasiado fuerte en Europa porque esta supuesta paz armada no era otra cosa que una gran antesala de lo que iba a ocurrir; Alemania que había quedado en la más pobre situación después de la primera guerra mundial, se había convertido nuevamente en una potencia mundial bélica gracias en gran medida a la obsesión de un personaje famoso en la posterioridad. Inglaterra y Francia firmaban tratados de alianza contra posibles ataques mientras tanto los alemanes regidos por un sistema nazi se aliaban con los italianos regidos por un sistema fascista. Hitler y Mussolini tendrían mucho que decir con respecto al futuro de ambas naciones.
La bella Salamanca que antes fue una de las ciudades más hermosas del país se ha convertido en un antro de perdición y de lujuria. Ya no se distingue entre el español o el moro entre el cristiano o el árabe todos pretenden ser un mismo pueblo.
El ejercito español esta dividido entre dos posturas. Debido al mal gobierno de la segunda republica española existía un sector que pretendía armar una guerra civil para derrocar el actual sistema que tenia sumido a España en el subdesarrollo sin la gloria que había tenido a lo largo de la historia.
De aquí para allá corre el rumor cada día mas fuerte de una guerra civil y la gente está de acuerdo con ver correr más sangre.
- Andrés, ¿así qué no te quieres alistar en el ejercito?
- No lo hago porque no encuentro que haya un motivo lo suficientemente poderoso para que pelee por España.
- Eso es mentira, lo que pasa es que eres un cobarde.
- Yo no soy un cobarde.
- Claro que sí, porque sino estarías en el frente como todo español.
- ¿Y pelear para matarnos entre nosotros mismos?
- En la guerra tú sabes que mueren muchos inocentes, pero ellos son un sacrificio en pos de un resultado próspero.
- Oye José, dime ¿cuando dejaste de utilizar la razón para convertirte en un esclavo de Franco?
- ¡No vuelvas a repetir eso!, Yo no soy un esclavo de Franco, solo soy un idealista que piensa como él.
- Claro, matar a inocentes por la patria; hay perdón por el beneficio de algunos.
- Ya veras, tarde o temprano Andrés estarás de mi lado.
- Espero que nunca, porque yo soy feliz como estoy, sobre todo por mi familia
- Raquel entendería que tu fueras a la guerra.
- Si, ¿y mis hijos entenderían algún día que crecieron sin tener a un padre con ellos ya que el que tenían murió heroicamente sirviendo a la patria?
- Renata y Francisco lo entenderán ellos ya no son unos niños.
- ¡Por Dios José, sólo tienen seis y cuatro años!
- ¿Y qué? Deben saber que la vida no es fácil ¿o prefieres que cuando crezcan los insulten porque su padre fue un cobarde por no ir a la guerra?
- Ellos serán felices junto con mi esposa y nuestra granja.
- ¿Tu granja?, Por Dios cuanto puede valer esa granja que esta toda descuidada y en bancarrota.
- Es una heredad de mi padre y de mis antepasados
- Lamentablemente amigo, hoy por hoy no vale nada y tú no tienes dinero para pagar las deudas. Incluso, no me extrañaría que te quitaran la granja.
- No pueden a menos que tú los autorices.
- Estas en mis manos, ¿qué vas a hacer?
- Nunca en la vida me he dejado derrotar, si lo que piensas es que me voy a alistar en tu ejercito para que no me quites la granja estas equivocado, juntaré de algún modo el dinero y pagaré la deuda de mi padre.
- En verdad amigo, no pretendo que te vaya mal pero necesito tu ayuda.
- Ya te dije que no voy a ser un títere de Franco.
- Que lástima, ¿ni siquiera por tu esposa y tus hijos?
- ¡Déjalos a ellos afuera!.
- Yo sabía que eras un terco pero también sé que eres uno de los mejores hombres de la región por lo que te necesito como sea en mi escuadrón, no me dejas mas alternativas.
- ¿Que pretendes?
- Despídete de tu esposa, de tus hijos y de tu granja.
- Eres un...
- ¡Silencio!, Ya basta de palabrerías, tú te vienes conmigo por la buena o por la mala.
- Oblígame Sanjurjo, vamos, que pasa ¿me tienes miedo?
- Soldados traigan a la esposa y a los hijos de este hombre
- No te atrevas.
- Cálmate, ya te dije, te necesito. Desde este momento te quito la propiedad que tienes por la deuda que no puedes pagar, además tu esposa y tus hijos se van a otro lugar en beneficio de España
- Espera, dame una semana y te juro que te pago todo lo que te debo.
- Andrés, ¿qué me vas a pagar si tu granja ya no existe?
- ¿Que dices?
- La mandé quemar junto con todo lo que contenía tu propiedad. Sólo tu familia se salvó.
- Eres un hijo de puta.
- ¿Quieres recuperar a tu familia?
- Te juro que te voy a matar.
- Alístate en el ejercito conmigo y tu familia no será afectada.
- No te atrevas a tocarlos.
- ¿Tocarlos? No te preocupes yo no los he tocado, pero mis soldados creo que han jugado un ratito con tu esposa.
- No, Raquel.
- Raquel, porque no le dices a tu esposo que nos ayude porque, ¿no quieres que le pase nada a tus hijos?, ¿no es cierto?
- Vamos habla mujer
- No la golpees hijo de puta.
- Ya basta no lo maltraten lo necesito en las mejores condiciones. ¡Vamos Andrés!, sé racional. Te prometo que cuando todo esto acabe tú volverás con tu esposa y con el dinero de la guerra tendrás una granja mucho más hermosa que esa horrible propiedad que tenías.
- No tengo alternativa, sólo te pido algo.
- ¿Qué quieres?
- Déjame despedirme de mi esposa.
- Esta bien pero sólo tienes cinco minutos, ya que debemos irnos hacia Cádiz porque allí nos vamos a juntar todas las tropas rebeldes.



IV


Villa La Hermosa, fue una hermosa propiedad a fines de 1880 durante mucho tiempo ha sido la heredad de los Fuenzalida una familia que llegó a fines de 1790 a Salamanca escapando del terror reinante en España y en Europa. Para don Eleazar Fuenzalida y su esposa Mónica Arengues junto a su hijo Matías debieron empezar prácticamente de cero ya que habían perdido todo en Madrid. Don Eleazar era uno de los mejores carpinteros de la zona y rápidamente su fama se fue divulgando por toda la región mientras la señora Mónica labraba la tierra junto con su hijo. Fueron muchos años de deambular de un lado para otro dentro de la ciudad de Salamanca hasta que finalmente compraron una parcela y la bautizaron como Villa La Hermosa. Tras la muerte de don Eleazar, Matías y su familia se hicieron cargo del fundo, sus seis hijos se fueron sin embargo de Villa La Hermosa porque ellos pretendían ser más que unos simples agricultores y embarcaron distintos rumbos. Jamás Matías volvió a saber algo de ellos sólo se quedó su hija Laura junto con él y su esposa. Pero Laura tenía un problema, había nacido con una enfermedad incurable y prácticamente no era de utilidad en la villa. Había nacido ciega. La vejez llegó rápidamente a don Matías y pronto se dio cuenta que nadie se iba a ser cargo de la villa ya que su hija no podía manejar una parcela. Es por eso que casa a su hija con un obrero de confianza que tenía para que él siguiera a cargo del fundo. Tras la muerte de Matías, Ramón quedó a cargo de todo. Sin embargo, como Ramón siempre había sido un empleado de los Fuenzalida decide hacerles pagar todo lo que le habían hecho. Tras dejar embarazada a Laura se va con todo el dinero y no regresa nunca más. Laura se encontró en una grave situación tras el nacimiento de su hijo Renato, el fundo estaba sumido en una gran deuda.
Son en esos momentos cuando aparece la fuerza interna del hombre. Laura le demostró a todo el mundo que ella a pesar de su discapacidad podía hacerse cargo del fundo, también con la ayuda de sus fieles sirvientes logro sacar adelante la villa y pagar la deuda que tenía aunque Villa La Hermosa no volvió nunca a tener el esplendor de antaño. Tras la muerte de Laura su hijo Renato se quedó a cargo de la parcela, pero Renato no tenía las habilidades de los otros Fuenzalida y volvió a colocar la villa en una deuda que iba creciendo cada vez mas hasta tal punto de que no pudo continuar y se quitó la vida. Entonces su hijo Andrés debía asumir esa deuda junto con su esposa Raquel y sus dos hijos. La situación era realmente complicada, pero Andrés estaba decidido a darle de nuevo la grandeza que tuvo un día Villa La Hermosa. Cada día la deuda se fue acortando hasta que ocurre esto. Villa La Hermosa ya no existe, fue quemada y con ello el esfuerzo de todo los Fuenzalida. Había fracasado pero el destino aún le tenia algo peor, su esposa y sus hijos separados de él para siempre, ¡para siempre!.

V


En el año 1889 la ciudad de Detroit, situada en el estado de Michigan, era la urbe industrial mas próspera del mundo entero. Acababa de terminar la primera Guerra Mundial y Detroit había tenido un papel importante en la victoria de los aliados al abastecerlos de tanques, camiones y aviones. Desaparecida entonces la amenaza de los barbaris, las fábricas se dedicaron nuevamente con todo su poderío a la producción de coches. Al poco tiempo, se manufacturaban, armaban y despachaban cuatro mil vehículos por día. Operarios especializados y otros no especializados llegaban de todos los confines de la tierra en busca de trabajo en la industria automotriz. Entre ellos estaban Thomas y Frida. Thomas había trabajado como aprendiz de carnicero en Munich. Con la dote que recibió al casarse con Frida decidió emigrar a Nueva York y abrir allí una carnicería que al poco tiempo resultó ser un fracaso. Se mudó entonces a Chicago, a Boston y finalmente a Detroit, luego de sucesivos fiascos en cada ciudad. En una época en que los negocios prosperaban y el aumento de la población llevaba consigo una creciente demanda de carne, Thomas se las arregló para perder dinero dondequiera que instalaba su carnicería. Era un buen carnicero pero un pésimo comerciante. Poco después de terminada la luna de miel, Frida comenzó a ver a Thomas bajo un ángulo más realista. Lo único que le interesaba a Thomas eran sus poemas y Frida empezó a darse cuenta de que eran muy malos, no pudo evitar reconocer que dejaba mucho que desear prácticamente en todos los aspectos. Al principio se había limitado a quedarse sentada sufriendo en silencio mientras el jefe de la familia tiraba por la ventana su suculenta dote por culpa de las idioteces que cometía por su buen corazón. Pero a Frida se le acabo la paciencia cuando se trasladaron a Detroit. Un buen día se presentó en la carnicería de su marido y se hizo cargo de la caja. La primera medida que tomó fue colocar un cartel que decía: NO-SE FIA. Su esposo se quedó absorto pero eso sólo fue el principio. Frida subió los precios de la carne y comenzó a hacer propaganda inundando el vecindario con folletos, de resultas de lo cual el negocio prosperó de la noche a la mañana. De ahí en adelante Frida se encargó de tomar las decisiones importantes y Thomas se limitó a obedecerla. La desilusión experimentada la había transformado en una tirana. Descubrió que tenia talento para dirigir los negocios y a las personas y se volvió inflexible.
Le anunció una noche a Thomas su decisión y lo puso a trabajar en el proyecto hasta que el pobre hombre por poco sufrió una crisis nerviosa. Tenía miedo que un abuso de sexo le arruinara la salud, pero Frida era una mujer muy decidida.
mételo dentro de mí- le ordenaba
¿Cómo he de hacerlo?- protestaba Thomas- no está interesado.
Frida agarraba entonces su arrugado y pequeño pene, empujaba el prepucio y si nada pasaba se lo metía en la boca... “¡mein gott, Frida!”¿Que estas haciendo?, Hasta que se endurecía a pesar de él y entonces lo introducía entre sus piernas hasta que el semen de Thomas inundaba su interior.
Tres meses después de haber empezado, Frida le dijo a su marido que podía tomarse un descanso. Estaba embarazada. Thomas quería una niña y Frida un varón.
Frida insistió en dar a luz en su casa ayudada por una partera. Todo anduvo perfectamente bien en el preciso instante del parto. Pero en ese momento los que estaban junto a la cama se quedaron boquiabiertos. La recién nacida era de una belleza extraordinaria. Decidieron llamarla Raquel, “la modelo” como seria conocida después.
Una tarde cuando Raquel tenia doce años se presentó de visita la señora Durkin, la chismosa del barrio era una mujer huesuda con ojos negros y vivaces y una lengua mordaz. Cuando se fue Raquel hizo una imitación de ella que hizo estallar en carcajadas a su madre. Raquel tuvo la impresión de que era la primera vez que la oía reírse.
Los instintos sexuales de Raquel comenzaron a manifestarse a los quince años. Se masturbaba en el baño, único lugar donde tenia la seguridad de no ser molestada, pero eso no era suficiente decidió que era necesario un chico.
Una tarde, Paúl Connors, hermano casado de una compañera de colegio la condujo de regreso a casa después de haber realizado una diligencia que le había encargado su madre. Paúl era rubio de buen físico alto y Raquel comenzó a estimularse mientras estaba sentada junto a él. Acercó nerviosamente su mano hacia las piernas de él y comenzó a buscar su miembro dispuesta a retirarla inmediatamente si gritaba. Paúl estaba mas divertido que molesto pero cuando Raquel exhibió su hermoso cuerpo, la invitó a su casa la tarde siguiente e inició a Raquel en las delicias de las relaciones sexuales. Fue una maravillosa experiencia. En lugar de una mano jabonosa Paúl encontró un suave y tibio receptáculo que palpitaba y estrujaba su pene.
Durante los dos años siguientes se las arregló para hacerles perder la virginidad a la mitad de sus compañeros de clase.
Su fama se hizo demasiado conocida en esa ciudad.
Un día su madre le dijo:
Ven arriba conmigo.
Raquel la siguió hasta su dormitorio, juntando fuerzas para aguantar la inevitable reprimenda. Pero se quedó absorta al verla sacar una maleta y comenzar a guardar en ella su ropa.
¿Que estas haciendo mama?
¿Yo? Yo no estoy haciendo nada. Tú lo harás, te iras lejos de aquí.
Se detuvo y la miró.
¿Has pensado que voy a permitir que desperdicies de ese modo tu vida?. Dios quiere que seas una mujer importante Raquel. Iras ahora a Nueva York y me mandarás a buscar cuando te conviertas en una gran estrella.
Raquel luchó para reprimir las lagrimas y se arrojó en brazos de su madre que la estrechó contra su generoso pecho. Se sintió súbitamente perdida y asustada ante la idea de abandonarla. Pero al mismo tiempo experimentó cierta excitación, cierto regocijo al lanzarse a una vida nueva. Iba a formar parte del mundo del espectáculo. Iba a convertirse en una estrella, iba a ser famosa así lo había dicho su madre. A principios de 1910 el éxito de Raquel “la modelo”, iba en aumento. Actuaba en los principales clubes nocturnos: el Chez Paree de Chicago, el Latin Casino en Filadelfia, el Copacabana de Nueva York. Daba funciones benéficas en hospitales de niños y sociedades de caridad actuaba para cualquiera, en cualquier lugar y en cualquier momento. El público era su fluido vital. Necesitaba aplausos y amor. Estaba totalmente dedicada al mundo del espectáculo. Importantes sucesos ocurrían en el mundo entero, pero para Raquel eran solo materiales para su número.
Cuando el general Leonor fue despedido en 1911 y dijo: “Los viejos soldados no mueren, simplemente se borran, se desvanecen” Raquel dijo: “Cielos, debemos usar la misma lavandería”.
En 1912 explotó una industria en Filadelfia y el comentario de Raquel fue: “Eso no es nada. Deberían haber presenciado mi noche de estreno en Atlanta”. Había conseguido lo que quería y estaba tan sola ahora como antes. ¿Quien fue el que dijo: “Cuando llegues allí, descubres que no hay allí...?”
Se dedico a convertirse en la número uno y sabía que lo lograría. Su única pena era que su madre no estuviera presente para ver realizada su predicción.
El único recuerdo de ella que le quedaba era su padre.
El asilo de Detroit era un feo edificio de ladrillos del otro siglo. Sus paredes conservaban el hedor dulzón de la vejez, la enfermedad y la muerte.
El padre de Raquel había sufrido un ataque y en la actualidad no difería mucho de un vegetal, era un ser con ojos indiferentes y apáticos y una mente a la que lo único que le interesaba eran las visitas de Raquel.
Raquel estaba de pie en el vestíbulo sucio, alfombrado de verde del asilo donde vivía ahora su padre.
Raquel se acercó a su padre, se inclinó y lo abrazó.
¿A quién tratas de engañar?- le preguntó señalando al enfermero- tú deberías estar empujándolo a él, papá.
Me alegro de que hayas venido hoy- dijo el padre de Raquel que hablaba con dificultad-. Quería charlar contigo. Tengo buenas noticias. Mi vecino, el viejo Art. Riley, murió ayer.
Raquel se quedó mirándolo.
¿ Y eso es una buena noticia?
Quiere decir que podré cambiarme a su cuarto – explicó su padre-. Es para una sola persona.
Y eso era la vejez; sobrevivir, aferrándose a las escasas comodidades que les quedaban. Raquel había visto allí a personas que estarían mucho mejor muertas, pero que se aferraban desesperadamente a la vida.
Finalmente llegó el momento en que Raquel debía irse.
Volveré a visitarte en cuanto pueda- le prometió.
Le dio a su padre un poco de dinero y distribuyó generosas propinas entre las enfermeras y ayudantes.
Cuídenlo bien, lo necesito para mi número.
Raquel se marchó y en cuanto traspasó la puerta se olvidó de todos. Pensaba en la función de esa noche.
Al poco tiempo su padre muere y con ello el último recuerdo de su infancia. Ahora estaba sola en el mundo y lo más extraño era que el tiempo transcurría a su alrededor pero a ella no llegaba pues seguía teniendo ese hermoso cuerpo como de una princesa o una diosa.
Todo iba bien en el camino de Raquel es así que rápidamente su fama atravesó las fronteras y el mar hasta llegar a Europa principalmente a Paris, la ciudad eterna. En uno de estos viajes a Europa tenía un show en Barcelona al cual iba atrasada además de haber tormenta ese día invernal en España. El avión privado no pudo contra la tormenta y cayó por la ladera de una montaña muy cerca de la ciudad de Salamanca. La noticia recorrió todo el mundo, en Estados Unidos no lo podían creer una de sus comediantes más exitosas moría en un trágico accidente aéreo. Lo que ocurrió esa noche fue increíble el avión al caer a tierra comienza a arder y con el impacto murieron el piloto y el copiloto, el manager y Raquel aún continuaban con vida pero Raquel estaba inconsciente. Cerca del accidente se encontraba la Villa La Hermosa y Andrés junto con su padre Renato vieron el accidente y fueron de inmediato a aquel lugar. Al llegar allí se encontraron con que todos estaban muertos, todos menos una inconsciente Raquel a la cual sacaron rápidamente y la alejaron de aquel lugar. El avión estalló y al no encontrar su cuerpo la dieron por calcinada. Los Fuenzalida la llevaron a su casa y al pasar los días recobró el conocimiento más no su memoria por sus papeles supieron que se llamaba Raquel. Sin embargo, no dijeron nada a la policía porque Andrés se había enamorada de la hermosura que desplegaba Raquel; Raquel sin saber su pasado supuso que ellos eran su vida y acepta la propuesta que le hizo un día Andrés quién le propuso matrimonio. Con el tiempo Renato se suicida y deja la deuda a su hijo Andrés, mientras tanto Raquel tenia dos hermosos hijos.
Y ahora su esposo no estaba con ella ya no existía Villa La Hermosa y ella deambulaba con sus dos hijos escapando de los soldados que los perseguían.



VI


“Los sistemas de educación más antiguos conocidos tenían dos características comunes; enseñaban religión y mantenían las tradiciones del pueblo. En el antiguo Egipto, las escuelas del templo enseñaban no sólo religión, sino también los principios de la escritura, ciencias, matemáticas y arquitectura. De forma semejante, en la India la mayor parte de la educación estaba en manos de sacerdotes. La India fue la fuente del budismo, doctrina que se enseñaba en sus instituciones a los escolares chinos, y que se extendió por los países del Lejano Oriente. La educación en la antigua China se centraba en la filosofía, la poesía y la religión, de acuerdo con las enseñanzas de Confucio, Lao-tsé y otros filósofos. El sistema chino de un examen civil, iniciado en ese país hace más de 2.000 años, se ha mantenido hasta nuestros días, pues, en teoría, permite la selección de los mejores estudiantes para puestos importantes en el gobierno.
Los métodos de entrenamiento físico que predominaron en Persia, fueron muy ensalzados por varios escritores griegos, llegaron a convertirse en el modelo de los sistemas de educación de la antigua Grecia, que valoraban tanto la gimnasia como las matemáticas y la música.
La Biblia y el Talmud son las fuentes básicas de la educación entre los judíos antiguos. Así, el Talmud animaba a los padres judíos a enseñar a sus hijos conocimientos profesionales específicos, natación y una lengua extranjera. En la actualidad, la religión sienta aún las bases educativas en la casa, la sinagoga y la escuela. La Torá sigue siendo la base de la educación judía.
Los sistemas de educación en los países occidentales se basaban en la tradición religiosa de los judíos y del cristianismo. Una segunda tradición derivaba de la educación de la antigua Grecia, donde Sócrates, Platón, Aristóteles e Isócrates fueron los pensadores que influyeron en su concepción educativa. El objetivo griego era preparar a los jóvenes intelectualmente para asumir posiciones de liderazgo en las tareas del Estado y la sociedad. En siglos posteriores, los conceptos griegos sirvieron para el desarrollo de las artes, la enseñanza de todas las ramas de la filosofía, el cultivo de la estética ideal y la promoción del entrenamiento gimnástico.
En el periodo helenístico, las influencias griegas en la educación se transmitieron en primer lugar por medio de los escritos de pensadores como Plutarco, para quién el protagonismo de los padres en la educación de sus hijos era el más esencial punto de referencia.
La educación romana, después de un período inicial en el que se siguieron las viejas tradiciones religiosas y culturales, se decantó por el uso de profesores griegos para la juventud, tanto en Roma como en Atenas. Los romanos consideraban la enseñanza de la retórica y la oratoria como aspectos fundamentales. Según el educador del siglo I Quintiliano, el adecuado entrenamiento del orador debía desarrollarse desde el estudio de la lengua, la literatura, la filosofía y las ciencias, con particular atención al desarrollo del carácter. La educación romana transmitió al mundo occidental el estudio de la lengua latina, la literatura clásica, la ingeniería, el derecho, la administración y la organización del gobierno.
Muchas escuelas monásticas así como municipales y catedralicias se fundaron durante los primeros siglos de influencia cristiana. La base de conocimientos se centraba en las siete artes liberales que se dividían en el trivium (formado por gramática, retórica y lógica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). San Isidoro de Sevilla aportó materiales básicos con su Etimologías para el trivium y el quadrivium y su posterior polémica curricular. Desde el siglo V al VII estos compendios fueron preparados en forma de libros de texto para los escolares por autores como el escritor latino del norte de África Martiniano Capella, el historiador romano Casiodoro y el eclesiástico español san Isidoro de Sevilla. Por lo general, tales trabajos expandían el conocimiento existente más que introducir nuevos conocimientos.”
- ¿De que sirve saber tanto?, Ojalá tuviera otra oportunidad.



VII


- ¡Mis hijos!, ¡Mis amados hijos!, Tengo tantas cosas que contarles a ustedes y a tu madre, pero no me atrevo. ¡Oh Dios mío!, gracias te doy por volver a verlos, pensé que ya se había acabado toda esperanza. Los amo.
- ¿Quién esta ahí?
- Soy yo Renata
- ¿Papá?
- Sí mi niña.
- ¡Papá! ¡No puede ser! ¿eres tú?
- Si Renata soy yo.
- ¿Y cuándo llegaste?
- Recién.
- ¿A cuántos mataste?
- Por Dios Renata no hables así.
- ¡Ya Renata cállate! ¡Deja de asustarme con Juan Pablo!
- ¡Francisco!, ¿No le vas a dar un abrazo a tu padre?
- ¿Papá? ¿Eres tú?
- Sí campeón.
- ¡Oh que alegría!.
- ¿Y como se han portado?
- Muy bien.
- ¿Y la mamá?
- Bueno ella...
- ¿Sí?
- A estado un poco rara.
- Deben ser los nervios.
- Tal vez es Juan Pablo.
- ¡Cállate Francisco!
- ¿Juan Pablo? ¿Quién es Juan Pablo?
- Es un amigo.
- ¡Mentira! ¡Es un fantasma!
- Ay por Dios Francisco ya te he dicho que los fantasmas no existen
- Si Francisco, el papá tiene razón.
- ¡Cuéntanos un cuento!
- Esta bien.



VIII



Maira Taft había tenido la mala suerte de haber nacido en una familia de triunfadores. Su padre, un hombre muy apuesto, era el fundador y presidente de una importante compañía cervecera en Dublín, Irlanda; su madre, una bella mujer, era científica genetista, y las hermanas mayores de Maira, gemelas, eran tan atractivas, inteligentes y ambiciosas como sus padres. Los Taft formaban una de las familias más reconocidas de Dublín..
Maira nació cuando sus hermanas tenían seis años y fue una niña no deseada.
Maira fue nuestro pequeño accidente- solía contar su madre a sus amigas-. Quise abortar, pero Fred no lo permitió. Ahora lo lamenta.
Mientras sus hermanas gemelas eran bonitas, ella era fea. Las gemelas eran brillantes y Maira era de inteligencia media. Aquéllas habían empezado a hablar a los nueve meses, y Maira no había pronunciado ni una palabra hasta que tuvo casi dos años.
Le decimos la tontita- se reía su padre-. Maira es el patito feo de la familia Taft solo que no creo que se convierta en cisne.
La verdad era que Maira no era fea, pero tampoco era bonita. Era corriente, con un rostro delgado y triste, pelo rubio descolorido y una figura poco envidiable. Lo que sí tenia Maira era un carácter extraordinariamente dulce y risueño, cualidad no valorada en una familia de personas tan competitivas.
Desde que Maira recordaba, su mayor deseo había sido agradar a sus padres y a sus hermanas, y hacer que estos la amaran. Había sido un esfuerzo inútil: sus padres estaban ocupados con sus profesiones y sus hermanas muy entretenidas ganando concursos de belleza y logrando becas. Y a la infelicidad de Maira se sumaba el hecho de que era demasiado tímida. Ya fuera consciente o inconscientemente, su familia le había inculcado un arraigado complejo de inferioridad.
En el Instituto, a Maira la llamaban la solitaria. Iba sola a los bailes del colegio y a las fiestas: sonreía y trataba de no demostrar lo infeliz que se sentía por no estropear la diversión de los demás. Veía como los muchachos mas considerados del colegio pasaban a buscar a sus hermanas; después, sola, subía a su habitación a hacer sus tareas.
Y trataba de no llorar.
No sabía que su vida estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados.
Maira sabía que muchas de sus compañeras de clase tenían aventuras amorosas. Se pasaban el tiempo hablando de ello en el colegio.
¿Todavía no te has acostado con Sergio? ¡Es el mejor!
Joe para los orgasmos es...
Anoche salí con Aníbal. Estoy exhausta. ¡Que animal! Esta noche lo veré otra vez.
Maira se quedaba escuchando las conversaciones, llena de una envidia entre amarga y dulce, con la sensación de que nunca sabría lo que era el sexo. “¿Quién va a quererme?”, Se decía.
Un viernes en la noche había un baile en el instituto. Maira no tenía intención de ir, pero su padre le dijo:
Sabes, estoy preocupado por ti. Tus hermanas me han dicho que eres una solitaria y que no iras al baile porque no tienes acompañante.
Maira se ruborizó.
No es cierto – respondió -. Si tengo acompañante, y voy a ir - “que no me pregunte con quien” rogó Maira.
Su padre no le preguntó.
Poco más tarde, Maira se encontraba en el baile, sentada en un rincón habitual, mirando como los demás bailaban y se divertían.
Fue entonces cuando ocurrió el milagro.
Esteban, el capitán del equipo de fútbol y el muchacho mas codiciado del colegio, estaba en la pista de baile peleándose con su novia. Había estado bebiendo.
- Eres un bastardo inútil y egoísta. - gritaba ella.
- Y tú una zorra estúpida.
- Ve a masturbarte.
- No lo necesito, Nelly. Puedo acostarme con otra; con la que yo quiera.
- Adelante- y salió furiosa de la pista.
Maira no pudo evitar oír la conversación.
Esteban vio que Maira lo estaba mirando.
- ¿Que diablos miras?- farfulló.
- Nada- respondió Maira.
- ¡Le enseñaré a esa zorra!, ¿Crees que no le enseñaré?
- S... sí.
- ¡Claro que sí! Tomemos una copita.
Maira vacilo era evidente que Esteban estaba borracho.
- Bueno, yo no...
Esteban tomó a Maira por el brazo y la sacó del salón. Ella lo acompañó porque no quería hacer una escena ni ponerlo en ridículo.
Una vez fuera, Maira trató de librarse de él.
- Esteban, no creo que sea una buena idea. Yo...
- ¿Que diablos eres? ¿Una cobarde?
- No, es que...
- De acuerdo entonces. Ven.
La condujo hasta su coche y abrió la puerta. Maira se quedó quieta un momento.
- Entra.
- Solo puedo quedarme un ratito- dijo Maira.
Entro en el coche porque no quería que Esteban se enojara. El se deslizó junto a ella.
- Le enseñaremos a esa zorra estúpida, ¿no es cierto?- le alcanzó una botella de whisky-. Aquí tienes.
Maira sólo había bebido una vez en su vida y no le había gustado en absoluto. Pero no quería herir los sentimientos de Esteban. Lo miró y tomó un sorbito de mala gana.
- Eso esta bien. Eres nueva en el colegio, ¿no es verdad?
Maira y Esteban eran compañeros en tres materias.
- No - respondió-. Yo...
Esteban se inclinó y comenzó a jugar con sus pechos.
Asustada, Maira se echó para atrás.
- Eh, ven aquí, ¿acaso no deseas complacerme?-preguntó
Fue la frase mágica. Maira deseaba complacer a todo el mundo y si ese era el modo de hacerlo...
En el incomodo asiento trasero del coche de Esteban, Maira hizo el amor por primera vez; un mundo nuevo e increíble se abrió ante ella. No es que hubiera disfrutado al hacerlo, pero ese detalle no tuvo importancia. Lo que sí fue importante fue que Esteban lo disfrutó. Pareció dejarlo extasiado. Nunca había visto a nadie disfrutar tanto de algo “conque así es como se complace a un hombre”, pensó.
Fue como una revelación.
Maira no pudo quitarse de la cabeza el milagro que había ocurrido. Estaba echada en su cama recordando la virilidad de Esteban en su interior, que entraba y salía cada vez mas rápidamente, y después sus gemidos: “Si, si... Dios dio, eres fantástica, Nelly”.
A Maira ni siquiera eso le importaba. ¿Había complacido al capitán del equipo de fútbol? ¡Al chico más famoso de la escuela! “ y eso que no sabía lo que estaba haciendo - pensó Maira - si aprendiera en serio a complacer a un hombre...”
Fue entonces cuando Maira tuvo su segunda revelación.
A la mañana siguiente, Maira se dirigió a Pleasure Chest, una librería pornográfica situada en el barrio estación, y compro media docena de libros sobre erotismo. Los escondió en su casa y los fue leyendo en la intimidad de su cuarto. Quedaba asombrada por lo que leía.
Devoró paginas tras páginas de El jardín perfumado y del Kamasutra. De El arte tibetano del amor y de La alquimia del éxtasis. Cuando los terminó fue a buscar más. Leyó las palabras de Gedun Chopel y las narraciones misteriosas de Kanchinatha.
Estudio las excitaciones fotográficas de las treinta y siete posturas para hacer el amor, y aprendió el significado de la media luna y del círculo, del pétalo de loto y de los pedazos de nube, y también la manera de moverse.
Maira se convirtió en experta de los ocho tipos de sexo oral, y de los caminos a los dieciséis placeres, y del éxtasis de la cadena de mármoles. Aprendió a enseñar a un hombre a experimentar karuna, a fin de intensificar el placer, por lo menos en teoría.
Maira ya se sentía preparada para poner en practica sus conocimientos.
El Kamasutra dedicaba varios capítulos a los afrodisíacos para excitar a un hombre, pero como Maira no tenía idea de donde podía conseguir Hedysarum gangeticum, la planta de kshirika o el Xanthochymus pictorius, se las arregló para encontrar sus propios sustitutos.
Cuando a la semana siguiente, volvió a ver a Esteban en clase, se acercó a él y le dijo:
- La otra noche me lo pase muy bien. ¿Podemos hacerlo otra vez?
Le llevó un momento a Esteban recordar a Maira
- ¡Claro! ¿Porque no? Mis padres salen esta noche, ¿porqué no vienes a casa alrededor de las ocho?
Cuando Maira llegó a la casa de Esteban aquella noche, llevaba consigo un frasquito con jarabe de arce.
- ¿Para que es eso?- le preguntó Esteban.
- Te enseñaré - respondió Maira.
- Y se lo enseñó.
Al día siguiente, Esteban hablaba con sus compañeros acerca de Maira:
- ¡Es increíble!, No creeréis lo que se puede hacer con un poco de jarabe caliente.
Pero más que lo que Maira hizo con él fue la pasión que no había visto en nadie, ni en su polola Nelly, ella era igual a él. De esta manera Esteban cae rendido ante el encanto de esta nueva Maira, encanto que le producirá catástrofe.
Se encargó de presentarla ante sus amigos, le mostró toda la ciudad la llevaba a comer a los mejores lugares, le presentó su familia, le contó sus sueños y se declaró ante ella.
Sin embargo, ella deseaba libertad pues había estado mucho tiempo encerrada en sí misma y no iba a perder el tiempo aunque se lo pidiera Esteban.
A partir de ese momento comenzó a salir todas las noches. Los muchachos eran muy felices y en consecuencia Maira era muy feliz.
Los padres de Maira estaban encantados con la repentina popularidad de su hija.
Nuestra hija tardó un poquito en florecer - dijo su padre con orgullo -. ¡Pero ya se ha convertido en una verdadera Taft!
Maira siempre había tenido malas notas en matemáticas y sabia que le había ido muy mal en el examen final. Su profesor de matemáticas, el señor López, era soltero y vivía cerca de la escuela. Una tarde, Maira le hizo una visita. El profesor abrió la puerta y la miró sorprendido.
- Maira, ¿qué haces aquí?
- Necesito su ayuda - respondió Maira -. Mi padre va a matarme si no apruebo en matemáticas. He traído algunos problemas. Pensé que tal vez podría verlos conmigo.
El profesor vaciló un momento.
- No es normal, pero... esta bien.
Al señor López le gustaba Maira. No era como las demás alumnas de su clase. Estas eran ruidosas e indiferentes. Maira, por el contrario, era sensible y cariñosa, siempre dispuesta a complacer. Lástima que no tuviera mas talento para las matemáticas.
El señor López se sentó junto a ella en el sillón y comenzó a explicarle los misterios de los logaritmos.
Pero Maira no tenía interés en los logaritmos. Mientras el profesor López hablaba, Maira se acercaba a él cada vez más. Comenzó a respirar cerca de su cuello y de su oído, y antes de que supiera lo que estaba pasando, el señor López se encontró con el cierre de los pantalones abierto.
Miró a Maira atónito.
- ¿Que estas haciendo?
- Te desee desde la primera vez que te vi- dijo Maira.
Abrió el bolso y extrajo una latita de nata montada.
- ¿Que es eso?
- Déjame enseñarte...
Maira obtuvo un siete en matemáticas.
Los éxitos de Maira durante sus años en el instituto tuvieron su equivalente en lo social. Una noche, durante la cena, su padre comentó:
- Dentro de poco vas a graduarte. Es hora de que pienses en tu futuro. ¿Sabes lo que quieres hacer de tu vida?
Respondió al instante.
- Quiero ser enfermera.
El rostro de su padre enrojeció.
- Querrás decir médica.
- No, papá, yo...
- Eres una Taft. Si quieres dedicarte a la medicina, serás médica. ¿Comprendido?
- Sí papá.
Maira había dicho la verdad a su padre con respecto a su deseo de ser enfermera. Le encantaba cuidar a la gente, ayudarla y darle cariño. Le aterrorizaba la idea de ser médica y de ser responsable de la vida de otras personas. Sin embargo, sabía que no debía desilusionar a su padre.
“Eres una Taft”.
Las notas de Maira no alcanzaban para que ingresara en la facultad de medicina, pero la influencia de su padre sí. Era uno de los principales contribuyentes a la facultad de medicina de la Universidad de Oxford. Tuvo una entrevista con Jim Pearson, el decano.
Me estas pidiendo un favor muy grande-. Dijo Pearson -. Pero te diré lo que voy a hacer. Admitiré a Maira de forma provisional. Si pasados seis meses creemos que no está en condiciones de continuar, tendremos que pedirle que se vaya.
- Es justo. Maira va a sorprenderte.
Y tenía razón.
El señor Taft había dispuesto lo necesario para que Maira viviera en Londres con un primo suyo el reverendo Douglas.
Este era pastor de la iglesia bautista. Rondaba los sesenta años y estaba casado con una mujer diez años mayor que él.
Al pastor le encantó recibir a Maira en su casa.
- Es como una brisa de aire fresco - dijo a su esposa.
Jamás había visto a nadie con tantas ganas de agradar.
A Maira le iba bastante bien en la facultad, pero le faltaba dedicación. Solo iba allí para complacer a su padre.
Los profesores apreciaban a Maira. Tenia una bondad espontánea que hacia que los profesores quisieran verla triunfar.
Paradójicamente, su punto débil era la anatomía. Durante la octava semana de clases, su profesor de anatomía la mandó llamar.
- Creo que voy a tener que suspenderte - dijo con tristeza.
“No puedo fallar”- pensó Maira- no puedo desilusionar a mi padre. ¿Que habría aconsejado Bocaccio?
Maira se acercó mas a su profesor.
- Vine a esta facultad por usted. Oí hablar tanto de usted... – se acercó mas-. Quiero ser como usted. – y aún más cerca-. Por favor, ayúdeme...
Cuando salió, una hora mas tarde, tenia las respuestas del siguiente examen.
Antes de terminar la facultad, había seducido a muchos profesores. Tenía cierto aire de vulnerabilidad que no podían resistir. Todos tenían la impresión de que eran ellos quienes la seducían y se sentían culpables por aprovecharse de su inocencia.
El doctor Jim Pearson fue el último en sucumbir a los encantos de Maira. Estaba intrigado por todo lo que le habían dicho sobre ella. Corrían rumores de que era experta en extraordinarias habilidades sexuales. Un día la mando llamar para hablar de sus notas. Maira llevó consigo una cajita de azúcar en polvo, y antes de que terminara la tarde, el doctor Pearson estaba tan atrapado como los demás. Maira le había hecho sentirse joven e insaciable. Le había hecho sentirse el rey, que la había subyugado y la había convertido en su esclava.
Trató de no pensar en su esposa ni en sus hijos.
Maira sentía mucho cariño por el reverendo Douglas, y le entristecía que su esposa fuera una mujer muy fría que siempre lo criticaba. Maira sentía lástima por el pastor, “no se merece ese trato – pensó -. Necesita que lo reconforten”.
Una noche, a altas horas, aprovechando que la señora de Douglas había ido a visitar a una hermana que vivía en las afueras de la ciudad, Maira entró en el dormitorio del pastor; estaba desnuda.
- ¡Douglas...!
El pastor abrió los ojos.
- ¿Maira? ¿Te encuentras bien?
- No – respondió -. ¿Puedo hablar contigo?
- Por supuesto.- alargó la mano para encender la lámpara.
- No enciendas la luz.- se deslizó en la cama junto a él.
- ¿Qué pasa? ¿No te sientes bien?
- Estoy preocupada.
- ¿Por qué?
- Por ti. Mereces que te quieran. Quiero hacerte el amor.
El pastor se despertó de repente.
- ¡Por Dios, eres solo una niña! ¡No puedes estar hablando en serio!
- Hablo en serio. Tu esposa no te quiere...
- Maira, esto es imposible! Es mejor que vuelvas ahora a tu cuarto y...
Sentía el cuerpo desnudo de Maira frotándose contra el suyo.
- Maira, no podemos hacer esto. Soy...
Los labios de Maira se posaron sobre los suyos; Su cuerpo se subió encima de él y se dejó llevar por completo. Maira pasó la noche en su cama.
A las seis de la mañana, la puerta de la habitación se abrió y entró la señora de Douglas. Permaneció en pie, mirándolos, y después salió sin decir ni una palabra.
Dos horas mas tarde el reverendo Douglas se suicidó en el garaje.
Cuando Maira oyó la noticia, quedó anonadada, incapaz de creer lo que había pasado.
El comisario llegó a la casa y tuvo una charla con la señora de Douglas.
Cuando termino, salió a buscar a Maira.
- Por el bien de todos, vamos a informar de la muerte del reverendo Douglas como “suicidio por razones desconocidas”, pero le sugiero que se vaya rápidamente de este pueblo y no vuelva mas...
Maira ingresó en la clínica Xliver de Dublín, con una entusiasta recomendación del doctor Jim Pearson.
Por el altavoz volvían a repetir su nombre: “doctora Taft... habitación doscientos quince... doctora Taft... habitación doscientos quince”.
En el pasillo, Maira se encontró con la doctora Nelly.
¿Cómo va tu día?- pregunto Nelly
¡No lo creerías!- respondió Maira.
La doctora Roser Mary la estaba esperando en la 215. En la cama había un indio de unos treinta años.
La doctora Roser Mary preguntó:
- ¿Es su paciente?
- Sí.
- Aquí dice que no habla inglés, que sólo conoce la lengua de su tribu. ¿Es verdad?
- Sí.
Le mostró el historial clínico
- ¿Y esta es su letra? : vómitos, calambres, sed, deshidratación...
- Así es- respondió Maira.
- ... ausencia de pulso periférico...
- Sí.
- ¿Y cual ha sido su diagnostico?
- Fiebre estomacal.
- ¿Pidió un análisis de materia fecal?
- No, ¿para qué?
- ¡Porque su paciente tiene el cólera!, ¡para eso es!- la doctora Roser Mary estaba gritando-. ¡Vamos a tener que clausurar esta maldita clínica!
- ¿Cólera? ¿Me estas diciendo que esta clínica tiene un paciente con cólera?- aulló el director.
- Me temo que sí.
- ¿Estas absolutamente segura?
- No me cabe la menor duda- respondió la doctora Roser Mary-. Tiene un pH arterial bajo, hipotensión, taquicardia y cianosis.
- Por ley, se debe de informar de inmediato de todos los casos de cólera y otras enfermedades infecciosas al consejo sanitario del estado y al centro para el control de enfermedades en Dublín.
- Vamos a tener que informar de ello director.
- ¡Clausuraran el hospital! - el director se levanto y comenzó a caminar-. No podemos darnos ese lujo. Prefiero morirme antes que poner en cuarentena a todos los pacientes de este hospital.- dejo de caminar por el momento-. ¿El paciente sabe que enfermedad padece?
- Al parecer no ¡como no habla mas que hindú!
- ¿Quién tiene contacto con él?
- Dos enfermeras y la doctora Taft.
- ¿Y la doctora Taft diagnosticó fiebre estomacal?
- Así es, supongo que vas a despedirla.
- Pues no- respondió el director-. Cualquiera puede cometer un error. Actuemos con calma. ¿En la hoja del historial clínico del paciente dice fiebre estomacal?
- Sí.
- El director tomo una decisión.
- Entonces dejemos las cosas como están. Quiero que hagas lo siguiente: comienza a rehidratrarlo por vía endovenosa, utiliza solución láctea de Ringer. También adminístrale tetraciclina. Si podemos recuperar el volumen sanguíneo y la hidratación de inmediato, podría volver casi a la normalidad en pocas horas-
- ¿No vamos a informar de esto?- quiso saber la doctora Roser Mary.
El director la miró con ironía.
- ¿Informar de un caso de fiebre estomacal?
- ¿Y las enfermeras y la doctora Taft?
- Dales también tetraciclina. ¿Cómo se llama el paciente?
- Pandit Jawah.
- Ponlo en cuarentena cuarenta y ocho horas. Para entonces estará recuperado o muerto.
Maira estaba aterrorizada y fue a buscar a su amiga la doctora Nelly.
- Necesito tu ayuda.
- ¿Cuál es el problema?
Maira le contó.
- Quisiera que hablaras con él. No habla mas que indio y tú lo hablas.
- Hindú.
- Cómo se llame ¿puedes hablar con él?
- Por supuesto.
Diez minutos mas tarde, Nelly hablaba con Pandit Jawah.
Nelly condujo a Maira al pasillo, fuera de la habitación.
- ¿Que ha dicho?
- Dice que se siente muy mal. Le he dicho que se iba a mejorar. Y me contesta que se lo contara a Dios. Le contesté que vamos a iniciar el tratamiento de inmediato. Me replica que se siente agradecido.
- También yo
- ¿Para que son las amigas?
El cólera es una enfermedad que puede provocar la muerte por deshidratación en un plazo de veinticuatro horas o puede curarse en pocas horas.
Cinco horas después del comienzo del tratamiento ya habían muerto cuatro personas incluyendo a Pandit Jawah.
Necesitaba un abogado ya que las familias querellaron a la clínica y en el sumario interno salió como única responsable la doctora Maira Taft.
El mejor abogado de esos momentos era el señor Jiménez que llevaba un invicto de seis casos ganados consecutivamente.
Maira desesperada se dirigió donde él, y éste le recuerda lo que hicieron en el pasado con Esteban y que ella tenía en sus manos un papel el cual lo comprometía, papel que deseaba poseer Jiménez.
Maira llevaba su frasquito pero ante la sorpresa suya a Jiménez no le produjo mayor placer como al resto de los hombres incluyendo al director de la clínica.
- ¿Quieres casarte conmigo? - le propuso Jiménez mientras estaban acostados
- Supongo que es una broma.
- No Maira no es una broma.
- Yo jamás me voy a casar ni contigo ni con nadie.
- Maira ambos nos necesitamos. Yo quiero algo que tú tienes, y tú no quieres ir a la cárcel porque cuando salgas ya serás una vieja decrépita.
- Esto es un chantaje.
- Tómalo como quieras, yo que tú tomaría cualquier camino que me librara de la cárcel.
- Escúchame, yo jamás iré a la cárcel, nunca, prefiero morir antes que llegar a ese lugar.
- No seas idiota para que te vas a matar, solo cásate conmigo.
- Parece que no me queda otra salida
- Entonces puedes darte por libre porque no vas a ir a la cárcel.
- Eso espero, yo no soy una criminal, además no quiero encontrarme con Esteban.
- Esteban, no te preocupes se debe de estar pudriendo en la cárcel. Sabes aún tengo en mi memoria esa patética cara que puso cuando supo la sentencia, quería justicia, no sabia que todos sus amigos lo traicionaron.
- ¿Por su fortuna?
- Así es.
- ¿Existe realmente ese dinero?
- Te lo aseguro, es mas dentro de muy poco lo veras con tus propios ojos y con ese dinero no tendrás que trabajar nunca mas.
- Seria un alivio porque detesto mi profesión.
- Agradéceselo a tus padres.
- Ya lo hice, ambos están ya en el mas allá.
- ¿Los matastes?
- Digamos que ingirieron café con veneno.
- ¿Y tus hermanas gemelas?
- En un manicomio, las muy lesas me vieron cuando los maté y se volvieron locas.
- Eres una demente.
- Al igual que tu Jiménez.
El juicio fue ganado por Jiménez y Maira salió impune de todo lo que se le acusaba.
Al mes Maira y Jiménez contraían matrimonio, ante la sorpresa de todos.
Maira jamás aceptó su matrimonio, ya que era demasiado independiente para estar ligada a alguien.
En cuanto a la fortuna de Jiménez, Maira decidió acercarse a él con el propósito de cumplir su parte del trato. Al ver este acercamiento muchas dudas surgieron en Jiménez quién a pesar de todo estaba feliz que la Maira se cercara a él, ya que todavía estaba hipnotizado por ella.
Pero como el destino da muchas vueltas en una conversación Jiménez escucha lo que trama su esposa y decide liquidarla. Lamentablemente el asesino que eligió para que hiciera el trabajo era el mismo que había elegido Maira, como consecuencia Esteban moría bajo sus manos.
Maira debió irse de Irlanda pues la acusaban de asesinar a su marido, entonces decide emigrar hacia Madrid, España con toda la fortuna de Jiménez.
Aquí en Madrid decide realizar lo que siempre quiso ser, una escultora como su abuela Madame Paige. Pero para ello debió tomar clases de arte y al final terminó trabajando en un importante museo madrileño.
Su relación con su prima Adriana, se fue haciendo cada vez mayor hasta llegar al punto de ser unas grandes amigas.
Sin embargo, ahora el destino la castigaba ya que estaba muda para siempre.”



IX


Me he tragado una buena buchada de veneno. —¡Tres veces sea bendito el consejo que me llegó! — Las entrañas me arden. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me deforma, me tira al suelo. Me muero de sed, me asfixio, no puedo gritar. ¡Es el infierno, la pena eterna! ¡Ved cómo se elevan las llamas! ¡Ardo como es debido! ¡Venga, demonio!
Había entrevisto la conversión al bien y a la dicha, la salvación. Quizá pueda describir la visión, ¡pero el aire del infierno no tolera los himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles ambiciones, qué sé yo.
¡Las nobles ambiciones!
¡Y sigue siendo la vida! —¡Si la condenación es eterna! ¿No es cierto que todo hombre que desee mutilarse está ya condenado? Me creo en el infierno, luego estoy en el infierno. Es el cumplimiento del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, habéis hecho mi desgracia y la vuestra. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. — ¡Y la vida otra vez! Más tarde, las delicias de la condenación serán más profundas. Un crimen, de prisa, para que la ley de los hombres me haga caer en la nada.
¡Cállate, cállate de una vez!... Aquí es la vergüenza, el reproche: Satanás diciendo que el fuego es innoble, que mi cólera es espantosamente tonta. —¡Basta!... Errores que me son sugeridos, magias, perfumes falsos, músicas pueriles. —Y decir que poseo la verdad, que veo la justicia: tengo el discernimiento sano y firme, estoy listo para la perfección... Orgullo. —Se me reseca la piel de la cabeza. ¡Piedad! Señor, tengo miedo. Tengo sed, ¡tanta sed! ¡Ah! La niñez, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el campanario daba las doce... El diablo está en el campanario, a esa hora. ¡María! ¡Virgen santa! —Horror de mi estupidez.
¿No son aquellas almas buenas que me quieren favorecer?... Venid... Tengo una almohada en la boca, no me oyen, son fantasmas. Por otra parte, nadie piensa nunca en los demás. Que no se acerquen. Huelo a chamusquina, eso es cierto.
Las alucinaciones son innumerables. Es eso lo que siempre he tenido: pérdida de fe en la historia, olvido de los principios. Me lo callaré: poetas y visionarios se llenarían de celos. Soy mil veces el más rico: seamos avaros como el mar.
¡Qué cosas! El reloj de la vida se paró hace poco. Ya no estoy en el mundo. —La teología es seria, el infierno, en efecto, está debajo— y el cielo arriba. —Éxtasis, pesadilla, dormir en un nido de llamas.
Cuánta malicia en la observación hay en el campo. Satanás, Ferdinando, corre con las semillas silvestres... Jesús anda sobre las zarzas purpúreas, sin inclinarlas... Jesús andaba sobre las aguas encrespadas. La linterna nos lo mostró de pie, blanco, con trenzas oscuras, flanqueado por una ola esmeralda...
Voy a desvelar todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, futuro, pasado, cosmogonía, nada. Soy maestro en fantasmagorías.
¡Escuchad!...¡Poseo todos los talentos! —No hay nadie aquí, y hay alguien: no querría que mi tesoro se divulgara. ¿Son cantos de negros, danzas de huríes lo que se quiere? ¿Es menester que desaparezca, que me zambulla en busca del anillo? ¿Es menester? Haré, con el oro, remedios.
Confiad, pues, en mí: la fe consuela, guía, cura. Venid todos, —hasta los niños, —a que yo os consuele, a que os prediquemos su corazón,— ¡el corazón maravilloso! ¡Pobres hombres, trabajadores! No pido oraciones, me bastará con vuestra confianza para sentirme feliz.
- sufrimiento no sea mayor. Mi vida no fue más que locuras suaves: es de lamentar.
¡Bah! Hagamos todas las muecas imaginables.
Decididamente, estamos fuera del mundo. Ya no hay sonido. Me ha desaparecido el tacto. ¡Ah! Mi castillo, mi Sajonia, mi bosque de sauces. Las tardes, las mañanas, las noches, los días... ¡Qué cansado estoy!
Debería dárseme un infierno para la cólera, un infierno para el orgullo, —y el infierno de la caricia; un concierto de infiernos.
Me muero de cansancio. Es la tumba, voy hacia los gusanos, ¡horror de los horrores! Satanás, farsante, quieres disolverme con tus encantos. Exijo. ¡Exijo! un golpe con la horquilla, una gota de fuego.
¡Ah, ascender hacia la vida! Poner los ojos en nuestras deformidades. Y este veneno, ¡este beso mil veces maldito! ¡Mi debilidad, la crueldad del mundo! ¡Dios mío, piedad, escondedme, me estoy comportando demasiado mal! —Estoy escondido y no lo estoy.
Es el fuego el que vuelve a alzarse con su condenado.
- ¡Mamá!, ¡Mamá! ¡Despierta!
- ¿Qué pasa?
- Otra vez te quedaste dormida
- ¿Qué estabas soñando mamá? Era una pesadilla, ¿no es cierto?
- Sí Francisco. ¿Pero, qué es ese ruido?
- Son las tropas rebeldes mamá han invadido la ciudad.
- ¿Y no nos pillaron?
- Eso es lo más increíble porque Francisco y yo estábamos jugando en la cocina y de repente entraron los soldados y teníamos mucho miedo porque nos iban a llevar nuevamente a donde Sanjurjo, pero increíblemente nos vieron y no nos llevaron es más pasaron por el lado de nosotros e hicieron como si no nos habían visto. ¿No es extraño mamá?
- Sí, ¿pero cuánto tiempo a pasado?
- Mamá no te acuerdas, estamos en el año 1939.
- ¿1939?
- Si mamá, 20 de agosto de 1939.
- ¡Oh que increíble!, yo pensé que estábamos en el año 1935.
- ¿1935?
- Sí. ¿Y tu padre?.
- Todavía no vuelve de la guerra.
- Claro, José Sanjurjo lo debe de tener al lado suyo.
- ¿José Sanjurjo?
- Sí Renata, el hombre que nos tuvo prisionera y se llevó a tu padre.
- Mamá, Sanjurjo murió.
- ¿Murió? Oh me imagino murió en el combate.
- ¡No!, murió en un accidente aéreo cuando todavía no comenzaba la guerra.
- ¿Qué dices?
- Murió tres días después que escapamos de la prisión en un accidente aéreo cuando volvía de Estoril a Cádiz a tomar el control de las tropas.
- ¿Y ahora quién esta a cargo?
- El general Franco.
- ¿Han salido del hogar?
- No mamá en estos dos años no hemos salido.
- ¿Pero entonces quién hace esos ruidos?
- Son los fantasmas
- ¿Fantasmas?
- ¡Sí mamá!, gente que anda de un lugar para otro en la casa.
- No digas tonterías.
- ¡Tengo miedo mamá!.
- ¡Renata! deja de asustar a tu hermano.
- Pero mamá, si yo solo estoy diciendo la verdad.
- ¡Ya basta! Continuemos mejor con el estudio. Leamos la Biblia un momento ¿a quién le toca?
- A mí mama.
- Ya Renata.
“Quedó, pues, Salomón, hijo de David, asegurado en su reino, y el Señor Dios suyo estaba con él, y le engrandeció en sumo grado. Entonces Salomón convocó a todo Israel, a los tribunos y centuriones, y comandantes, y jueces de todo Israel, y a las cabezas de las familias, y marchó con toda esta multitud al alto de Gabaón, donde estaba el tabernáculo del testamento de Dios, que Moisés, siervo de Dios fabricó en el desierto. En cuanto al arca de Dios, David la había conducido de Cariatiarím al lugar que le había preparado, y donde le había erigido un tabernáculo, esto es, a Jerusalén. Mas el altar de bronce, hecho por Beseleel, hijo de Uri, hijo de Hur, estaba allá en Gabaón delante del tabernáculo del Señor; y Salomón, con todo aquel congreso, fué allí a presentarse ante dicho altar. Subió, pues, Salomón al altar de bronce, delante del tabernáculo de la alianza del Señor, y ofreció en él mil víctimas.
Y he aquí que aquella misma noche se le apareció Dios, diciendo: Pídeme lo que quieras que le conceda. Respondió Salomón a Dios: Tú usaste de gran misericordia para con David mi padre, y a mí me has constituido rey en su lugar. Ahora, pues, oh Señor Dios, cúmplase la promesa que hiciste a David mi padre; y pues que tú me has hecho rey de este pueblo tuyo tan crecido, tan innumerable como las partículas del polvo de la tierra, dame sabiduría e inteligencia para poder gobernar bien a este pueblo tuyo: porque, ¿quién podrá gobernar dignamente a este tu pueblo, siendo como es tan grande? Dijo entonces Dios a Salomón: Ya que esto es lo que ha agradado más a tu corazón, y no has pedido riquezas, ni hacienda, ni gloria, ni la muerte de aquellos que te odian, ni tampoco una larga vida; sino que has pedido sabiduría y ciencia para poder gobernar a mi pueblo, del cual yo te he hecho rey; te son otorgadas sabiduría y ciencia; Y además te daré riquezas y hacienda, y gloria en tanto grado, que ninguno de los reyes ni antes ni después de ti te igualará.
Volvióse después Salomón a Jerusalén desde el lugar alto de Gabaón de ante el tabernáculo del testamento: y reinó sobre Israel. Y juntó carros de guerra, y gente de a caballo, y vino a tener hasta mil cuatrocientos carros armados, y doce mil soldados de a caballo, y los alojó en las ciudades destinadas para los carros de guerra, y en Jerusalén cerca de su persona. E hizo el rey que la plata y el oro en Jerusalén fuese tan común como las piedras, y los cedros como los cabrahigos que con tanta abundancia se crían en los campos. Conducíanle caballos de Egipto y de Coa los comisarios regios, que iban a comprarlos por su justo precio: un tiro de cuatro caballos en seiscientos siglos de plata, y un caballo en ciento cincuenta; Y del mismo modo se hacían semejantes compras en todos los reinos de los heteos, y de los reyes de Siria.”
- Muy bien, ahora quiero que me digan que piensan de esta historia.
- ¿Historia?, ¿Acaso no fue real?
- Sí tienes razón Renata no es una historia, pero díganme que conclusión sacan después de oír este relato.
- Que tengo que pedir sabiduría.
- Bueno, no precisamente Francisco.
- ¡No! al contrario Salomón debió haber pedido riquezas y Dios le daría sabiduría.
- Estas equivocada Renata, Salomón hizo bien en pedir sabiduría porque sorprendió hasta al propio Dios.
- ¿Y eso es bueno?
- Todo el mundo le pide cosa a Dios y generalmente piden riquezas, fortunas y ninguno había pedido sabiduría.
- ¿Y que tan importante puede ser la sabiduría comparada con la riqueza?
- Muy importante Francisco, la sabiduría te hace grande no el dinero que tengas o el poder que logres alcanzar. Son tus obras, tus actitudes, tu forma de ser la que valoran a la persona, es decir, su sabiduría.
- Yo hubiera preferido el dinero.
- Pero Renata, comprende que Salomón era un rey y necesitaba juzgar con equidad y para ello necesitaba tomar decisiones sabias.
- Y si Salomón hubiera vivido ahora, ¿qué haría con España?
- Bueno, yo pienso que hubiera buscando un camino de diálogo para evitar tanta masacre.
- Yo quiero ser como Salomón, mamá.
- Hijo ustedes son como él o mejores y siempre recuerden que lo más importante no es el dinero sino tu forma de ser y ustedes dos son las personas mas bellas y hermosas que he conocido y que las quiero demasiado.
- ¿Y papá?
- Tu padre es un valiente, y muy pronto volverá con nosotros para siempre.
- Pero mi padre no es un sabio porque esta peleando en una guerra.
- Ay cariño, algún día comprenderás el verdadero significado de la vida y te darás cuenta que tu padre no tuvo otra salida.
- ¿Qué es ese ruido?
- ¡Son los fantasmas!.
- Renata, deja de asustar a tu hermano.
- Pero mamá.
- Ya te dije y no te quiero castigar ¿me escuchaste?.
- ¡Sí mamá!.
- Pero entonces, ¿qué es ese ruido?
- Deben ser algunos ratones, pero no te preocupes dentro de muy poco llegaran los sirvientes y ellos se encargaran de acabar con ese ruido. Mientras tanto, sigamos leyendo la Biblia, te toca ahora Renata.
- Así es.
“En aquel día Débora, y Barac, hijo de Abinoem, cantaron este himno, diciendo: Oh varones de Israel, vosotros que voluntariamente habéis expuesto vuestras vidas, bendecid al Señor. Escuchad, reyes, estadme atentos, oh príncipes. Soy, yo soy la que celebraré al Señor, y entonaré himnos al Señor Dios de Israel.
Oh Señor, cuando saliste de Seir, y pasaste por las regiones de Edóm, se estremeció la tierra, y los cielos y las nubes se disolvieron en aguas. Los montes se liquidaron a la vista del Señor, como el monte Sinaí delante del Señor Dios de Israel. En los días de Samgar, hijo de Anat, en los días de Jahel estaban desiertos los caminos: los que tenían que viajar, andaban por veredas tortuosas o extraviadas. Se habían acabado en Israel los valientes, habían desaparecido, hasta que Débora levantó su cabeza y se dejó ver como una madre para Israel. Nuevo y maravilloso modo de guerrear escogió el Señor, y él mismo, por medio de una mujer, destruyó las fuerzas de los enemigos; no se veía lanza ni escudo entre cuarenta mil soldados de Israel.
Mi corazón os ama, oh príncipes de Israel: vosotros que con buena voluntad os expusisteis al peligro, bendecid al Señor. Los que cabalgáis en lucidas caballerías, los que estáis sentados en los tribunales, los que andáis ya libremente por los caminos públicos, hablad vosotros, y bendecid al Señor. Donde se estrellaron los carros de guerra, donde las huestes enemigas se anegaron, allí sean publicadas las venganzas del Señor, y su clemencia para con los valientes de Israel. El pueblo se congregó entonces libremente en las puertas de las ciudades, y recobró su superioridad. Ea, vamos, Débora, vamos, ea, prepárate para entonar un cántico al Señor. Ánimo, oh Barac, vamos, toma hijo de Abinoem los prisioneros que has hecho. Se han salvado las reliquias del pueblo de Dios: el Señor ha combatido al frente de los valientes. Sirvióse de uno de la tribu de Efraín para derrotar a los cananeos en la persona de los amalecilas: después se sirvió de uno de la tribu de Benjamín contra tus pueblos, oh Amalec: De Maquir, primogénito de Manasés, descendieron los príncipes, y de Zabulón los que han capitaneado hoy el ejército para combatir. También los caudillos de Isacar han ido con Débora y seguido las pisadas de Barac; el cual se ha arrojado a los peligros, dejándose caer sobre el enemigo como quien se despeña a una sima. Mas dividido entonces Rubén en partidos contra sí mismo, se suscitaron discordias entre sus valientes. ¿Por qué te estás ahí quieto, oh Rubén, entre los dos términos de Israel y de sus enemigos, oyendo los balidos de tus rebaños? Pero dividido Rubén en partidos contra sí mismo, sus valientes solo se ocuparon en disputar entre sí sobre lo hacedero. Los de Galaad estaban en reposo a la otra parte del Jordán: y Dan atendía a sus navíos y comercio: lo mismo que Aser que habitaba en la costa del mar, y se mantenía en sus puertos. Empero, Zabulón y Neftali, fueron a exponer sus vidas en el país de Merome. Vinieron los reyes enemigos y pelearon contra ellos: los reyes de Canaán pelearon contra Israel en Tanac, junto a las aguas de Magedo: mas no pudieron llevar presa ninguna. Desde el cielo se hizo guerra contra ellos: las estrellas, permaneciendo en su orden y curso, pelearon contra Sísara. El torrente de Cisón arrastró sus cadáveres, el torrente de Cadumín, el torrente de Cisón. Huella, oh alma mía, a los orgullosos campeones. Saltáronseles a sus caballos las uñas de los pies con la impetuosidad de la huída, cayendo por los precipicios los más valientes de los enemigos. Maldecid a la tierra de Meroz, dijo el Ángel del Señor: maldecid a sus habitantes, pues no quisieron venir al socorro del pueblo del Señor, a ayudar a sus más esforzados guerreros. Bendita entre todas las mujeres Jahel, esposa de Haber, cineo, bendita sea en su pabellón. Pidióle Sísara agua, y le dió leche, y en taza de príncipes le ofreció la nata. Con la izquierda cogió un clavo, y con la diestra un martillo de obreros, y mirando dónde heriría a Sísara en la cabeza, dióle el golpe y taladróle con gran fuerza las sienes. Cayó Sísara entre los pies de Jahel, perdió las fuerzas, y expiró después de haberse revolcado por el suelo delante de Jahel, quedando tendido en tierra, exánime y miserable. Mientras esto pasaba estaba mirando la madre de Sísara desde la ventana, y daba voces, diciendo desde su cuarto: ¿Cómo tarda tanto en volver su carro? ¿Cómo son tan pesados los pies de sus cuatro caballos? La más discreta entre las mujeres de Sísara, respondió así a la suegra: Quizá está ahora repartiendo los despojos, y se está escogiendo para él la más hermosa de las cautivas; se separan de entre todo el botín ropas de diversos colores para Sísara, y variedad de joyas para adorno de los cuellos. Perezcan, Señor, como Sísara todos tus enemigos: y brillen como el sol en su oriente los que te aman. Estuvo después todo el país en paz cuarenta años.”
- Bien, ¿qué les parece un pequeño recreo antes de continuar analizando este pasaje bíblico?.
- Sí, que bueno.
- Genial, así podré ver a los fantasmas.
- ¡Renata!
- Lo siento mamá.
- Ya vayan a jugar y en media hora más vuelven; ah y no salgan para afuera.
- Sí mamá.
- Así que estamos en el año 1939, ¡qué rápido pasa el tiempo!



X


—Bueno, pues cuando vimos que no podíamos encontrar la caja fuerte, Madame Paige apagó la linterna y a oscuras salimos del despacho y entramos en una sala de estar. Madame Paige me susurró si no podía andar con más suavidad. Pero a ella le pasaba lo mismo. Cada paso que dábamos hacía un ruido horrible. Llegamos a un pasillo y a una puerta. Madame Paige, recordando el plano, dijo que era la de un dormitorio. Encendió la linterna y abrió la puerta. Un hombre dijo: «¿Cariño?» Estaba durmiendo, parpadeó y preguntó otra vez: «¿Eres tú, cariño?» Madame Paige le preguntó: «¿Es usted el señor Ramón Fuenzalida?» Se despertó del todo, se incorporó y dijo: «¿Quién es? ¿Qué quiere?» Madame Paige le contestó muy cortésmente, como si fuéramos un par de vendedores a domicilio: «Queremos hablar con usted, señor. En su despacho, si no le importa.» Y el señor Fuenzalida, descalzo con sólo el pijama puesto, vino con nosotros al despacho y encendimos las luces.
Hasta entonces no había podido vernos muy bien. Creo que lo que vio le produjo una impresión fuerte. Madame Paige va y le dice: “Ahora, señor, sólo queremos que nos enseñe dónde tiene la caja fuerte.” Pero el señor Fuenzalida le contesta: “¿Qué caja fuerte?” Nos dice que no tiene ninguna caja fuerte. Supe inmediatamente que era verdad. Tenía esa clase de cara. En seguida te das cuenta de que dijera lo que dijera, sería siempre la verdad. Pero Madame Paige le gritó: “¡No me mientas, hijo de perra! Sé puñeteramente bien, que tienes una caja fuerte.” La impresión que tuve fue que nunca le habían hablado así al señor Fuenzalida. Pero él miró a Madame Paige directamente a los ojos y le dijo con mucha suavidad... le dijo... bueno, que lo sentía pero que nunca había tenido una caja fuerte. Madame Paige entonces le golpeó el pecho con el cuchillo gritando: “Dinos dónde la tienes o lo vas a sentir, de veras.” Pero el señor Fuenzalida, ¡oh!, Se daba uno cuenta de que estaba aterrado aunque su voz seguía siendo tranquila y firme. Siguió negando que tuviera ninguna.
Fue en uno de aquellos momentos cuando arreglé lo del teléfono. El que había en el despacho. Le corté los cables. Y le pregunté al señor Fuenzalida si había otro en la cocina. Así que cogí mi linterna y me fui a la cocina, que estaba muy lejos del despacho. Cuando encontré el teléfono, descolgué el auricular y corté la línea con unos alicates. Luego, cuando volvía oí un ruido. Un crujido arriba. Me detuve al pie de las escaleras. Estaba oscuro y no me atreví a usar la linterna. Pero vi que había alguien allí. Al final de las escaleras, destacándose contra la ventana. Una sombra. Luego desapareció.
Carlos se imagina que debió de ser Franco. En teoría había supuesto muchas veces, basándose en el hallazgo de su reloj de oro en el fondo de un zapato encerrado en el armario, que Franco había despertado, había oído gente en la casa y pensando que podían ser ladrones había escondido prudentemente el reloj, su más valiosa propiedad.
—En mi opinión podía ser alguien con un fusil. Pero Madame Paige no quería escucharme. Estaba muy ocupada haciéndosela ruda. Mandando al señor Fuenzalida de un lado a otro. Lo había llevado otra vez al dormitorio y se entretenía en contar el dinero que llevaba el señor Fuenzalida en su billetero. Había unos treinta dólares. Arrojó el billetero sobre la cama y dijo: «Tiene más dinero en casa, estoy seguro. Un hombre así de rico. Que vive en semejante casa.» El señor Fuenzalida le dijo que aquél era todo el dinero que tenía y le explicó que siempre pagaba con cheques. Ofreció firmarnos un cheque. Madame Paige estalló de rabia: «¿Es que nos toma por retrasados mentales?» Yo creí que Madame Paige lo iba a golpear. Entonces dije: «Oye, Madame Paige. Hay alguien despierto arriba.» El señor Fuenzalida nos dijo que arriba sólo estaba su mujer, su hijo y su hija. Madame Paige quiso saber si su mujer tendría dinero y el señor Fuenzalida le contestó que si tenía algo sería muy poco, unas pesetas, y nos pidió, de veras, casi desesperadamente, que no la molestáramos porque estaba enferma desde hacía mucho tiempo. Pero Madame Paige insistió en que quería subir. Hizo que el señor Fuenzalida pasara delante.
Al pie de la escalera, el señor Fuenzalida encendió las luces del pasillo de arriba y mientras subíamos dijo: “No comprendo por qué hacéis esto. Yo jamás os hice daño. Ni siquiera os he visto nunca.” Entonces fue cuando Madame Paige le dijo: “¡A callar! Cuando queramos que hable, se lo diremos.” En el pasillo de arriba no había nadie y todas las puertas estaban cerradas. El señor Fuenzalida señaló las habitaciones donde el hijo y la hija dormían y luego abrió la puerta de la habitación de su esposa. Encendió la lamparita que había visto junto a la cama y le dijo: “No tengas miedo, cariño. Todo va bien. Estos hombres sólo quieren dinero.” Era una mujer delgada, frágil, con un camisón blanco. En el instante en que abrió los ojos comenzó a llorar.
No tuvieron piedad con ellos, solo Franco logro escapar y prometió vengarse no solo de ellos sino que también de España porque la responsabilizó de la muerte de su padre, su hermana y su mamá.
Pronto Franco decide ingresar al ejercito español con la clara intención de llegar al más alto nivel y vengarse de todos, abandonó para siempre su ciudad y su apellido Fuenzalida, sus recuerdos y la inocencia de un niño par transformarse en un cruel dictador con el tiempo.



XI


Debo encontrar al padre Neruda, debo encontrar al padre Neruda. ¡Maldición!, esta maldita neblina no me deja ver el camino creo que me perdí, oh Dios mío, ayúdame por favor. Ten compasión de mí y de mis hijos.
- ¿Quién esta ahí?, ¡Vamos hable o le disparo!!, ¿Quién esta ahí?
- Raquel.
- Esa voz...
- Raquel.
- ¿Andrés?, ¿Mi amor?, ¿Eres tú?
- Raquel.
- ¡Oh Dios mío!, ¡gracias!, ¡gracias!, yo sabía, que te iba a ver nuevamente. Pero ¿qué te pasa?, ¿Estás enfermo?, No sé, pareces otro.
- La guerra nos cambia.
- Ya vámonos para la casa, allí te cocinaré lo que te gusta; los niños, estarán felices de verte.
- Raquel, yo...
- ¡Vamos no es momento de hablar!!!, ¡Ya habrá tiempo!!, Tenemos toda la vida por delante.



XII


“A los diecisiete años Adriana Rokha era la muchacha más bonita de Florencia, Italia. Tenia una tez dorada, bronceada, su pelo largo y negro adquiría unos reflejos rojizos a la luz del sol y sus profundos ojos castaños tenían destellos dorados. Su figura era sensacional, tenía un magnífico busto, una cintura pequeña rematada en unas caderas ligeramente redondeadas y sus piernas eran largas y esbeltas.
Sentía una inquietud unas ansias por algo que nunca había conocido. No tenía nombre, pero estaba allí. Quería dejar esa ciudad fea, pero no sabía donde quería ir ni que hacer. Cuando pensaba mucho en ello tenía indefectiblemente un fuerte dolor de cabeza.
Salía con numerosos muchachos y hombres. El favorito de su made era Warren Miller
Warren sería un espléndido marido. “ Es religioso, asiste siempre a los oficios, gana bastante dinero como fontanero y esta loco por ti ”.
- Tiene veinticinco años y es gordo.
La señora Rokha miró atentamente a Adriana.
- Las chicas polacas pobres con armaduras resplandecientes. Ni en Florencia ni en ningún otro lado del mundo encuentran a algún rico para casarse. No te engañes.
Los muchachos ricos habían sido copados por las chicas ricas. Excepto uno.
David Blest. Adriana pensaba frecuentemente en él.
Adriana entregó una bandeja con lo que le pareció ser el millonésimo pedido de hamburguesas de queso y gaseosas, saco un menú y se dirigió hacia un coche que acababa de aparcar.
- Buenas noches - dijo alegremente-. ¿Quiere consultar el menú?
- Hola, desconocida
El corazón de Adriana dio un vuelco al oír la voz de David Blest. Estaba tal cual lo recordaba, solo que más apuesto todavía. Angelina Iaquinta estaba sentada junto a él, luciendo un aspecto fresco y encantador vestida con una lujosa falda y una camisa de seda.
- Hola Adriana- le dijo Cissy-. No deberías trabajar en una noche tan calurosa como ésta querida.
- Así me mantengo lejos de la calle - respondió Adriana de buen modo, advirtiendo que David sonreía. Sabía que había comprendido.
Estaba de pie frente al fregadero de la pequeña cocina del restaurante ensimismada en sus pensamientos, cuando Mateo se acercó y le dijo:
- ¿Que pasa Adriana? Tienes una expresión extraña en tus ojos. ¿Quién es él?
Adriana sonrió.
- Nadie Mateo.
Bueno. Porque hay seis coches hambrientos que esperan impacientes allí afuera. ¡Vamos!
La llamaron por teléfono la mañana siguiente y Adriana supo quién era antes de coger el aparato. Sus primeras palabras fueron:
- Pareces una modelo. Has crecido y te has convertido en una belleza en mi ausencia. - ella se sentía desfallecer de felicidad.
Adriana y David se quedaron sentados en el coche en silencio, escuchando los sonidos de la noche. Quería hacer algo maravilloso en su beneficio, darle algo para que supiera cuánto le amaba. Y de repente supo que era lo que iba a hacer.
- ¿Que te parece si nos bañamos en el lago, David?- le sugirió.
- Pero no hemos traído trajes de baño.
- No importa.
Se dio vuelta hacia ella y comenzó a decir algo, pero Adriana ya se había bajado del coche y corría hacia la orilla del lago. Sintió que se acercaba cuando comenzó a desvestirse. Se zambulló en el agua tibia y un segundo después David estaba junto a ella.
- Adriana.
Se volvió hacia él y luego se arrojó en sus brazos, sintiendo un frenético deseo por él. Se abrazaron en el agua y sintió la rigidez de su sexo contra ella.
- No podemos Adriana. - dijo David con voz ahogada por el deseo. Pero ella estiró su mano debajo del agua y dijo:
- Sí, oh, sí, David.
Adriana durmió hasta el mediodía. Se despertó con una enorme sonrisa. La sonrisa no se había desvanecido cuando entró su madre al cuarto llevando un precioso y antiguo vestido de novia.
- Ve inmediatamente a Ciao y compra diez metros de tul. La señora Iaquinta acaba de traerme su vestido de novia. Tengo que arreglárselo a Lindsay. El sábado se casa con David Blest.
David Blest fue a ver a su madre en cuanto dejó a Adriana en su casa. Estaba en cama era una mujer pequeña y frágil que había sido antes muy bonita.
La señora Blest abrió los ojos cuando David entró en el dormitorio apenas iluminado. Sonrió al ver quién era.
- Hola hijo. Has llegado tarde.
- Salí con Adriana, mamá.
Ella no dijo nada y se limitó a mirarle con sus inteligentes ojos grises.
- Voy a casarme con ella - anunció David.
Su madre movió levemente la cabeza.
- No puedo dejarte cometer un error semejante David.
- Tú no conoces realmente a Adriana. Es...
- Estoy segura de que debe de ser una muchacha encantadora. Pero no me parece adecuada para convertirse en la esposa de un Blest. Lindsay Iaquinta te haría feliz. Y yo sería muy feliz si te casaras con ella.
David tomó su frágil mano entre las suyas y dijo:
- ¡Te quiero mucho mamá!. Pero soy capaz de decidir por mi propia cuenta.
- ¿De veras?- le preguntó suavemente-. ¿Estás seguro de que haces siempre lo correcto?
- Se quedó mirándola y ella insistió:
- ¿Se puede tener la seguridad de que siempre actuarás correctamente? ¿Que nunca perderás la cabeza? Que no harás cosas...
- ¡Por el amor de Dios mamá!
- Ya le has hecho bastantes cosas a esta familia, David. No me acongojes más. No creo poder soportarlo.
El muchacho estaba pálido
- tú sabes que yo no... que no pude evitarlo...
- Eres demasiado grande para mandarte nuevamente de viajes. Eres un hombre. Quiero que actúes en consecuencia.
- La... la quiero... - manifestó con voz ahogada.
La señora Blest sufrió un espasmo y David llamó al médico. Mucho más tarde ambos tuvieron una conversación.
- Mucho me temo que tu madre no dure mucho, David.
Y así fue como le obligaron a tomar la decisión.
Fue a ver a Lindsay Iaquinta.
- Estoy enamorado de otra persona - le dijo David -. Mi madre siempre pensó que tú y yo...
- y yo también querido...
- Sé que lo que voy a pedirte es terrible, pero... ¿estarías dispuesta a casarte conmigo hasta que muera mi madre... y luego divorciarte?
Lindsay lo miró y contestó suavemente:
- Si eso es lo que quieres, David.
Sintió que le habían quitado un enorme peso de sus hombros.
- ¡ gracias Lindsay!, no te imaginas lo mucho...
ella sonrió y le dijo:
- ¿Para qué están los viejos amigos?
En cuanto David salió, Lindsay llamó por teléfono a la señora Blest. Lo único que le dijo fue:
- Ya está todo arreglado.
Lo que David Blest no había previsto era que Adriana se enteraría de la próxima boda antes de poder explicárselo. Cuando llegó a casa de Adriana, lo recibió en la puerta la señora Rokha.
- Quisiera ver a Adriana - dijo.
Ella le miró furibunda con ojos que reflejaban su victoria.
- El Señor Jesús destruirá y aniquilará a sus enemigos, y los perversos sufrirán eterna condenación.
- Quiero hablar con Adriana - repitió David pacientemente.
- Se ha ido - respondió la señora Rokha-. ¡Se ha ido de casa!”



XIII


“El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse, apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.”
- ¡Mamá!, ¡Despierta!
- ¿Qué ocurre?
- Otra vez de quedaste dormida.
- No puede ser.
- Sí, oye te buscan afuera
- ¿A mí?
- Sí, son los que vienen por el empleo.
- ¡Ah!, Los sirvientes.

- Recuerden muchachos debemos actuar lo más normal posible, ustedes saben el motivo por el que venimos aquí, ¿No es cierto? Además nuestra misión es cuidar a los niños y a Raquel del peligro.
- ¡Hola!, Ustedes deben ser los que vienen por el anuncio de sirvientes, o me equivoco.
- Sí señora, yo soy Adriana, la ama de casa, él es Vicente el jardinero y ella es Maira la cocinera.
- ¡Hola que tal muchachos!
- ¿Cómo está señora Raquel?
- Muy bien muchachos, bueno pasen quiero que conozcan la casa.
- Oh no se preocupe ya la conocemos.
- ¡Vicente!
- ¿Que dijiste muchacho?
- Lo que pasa señora es que antes nosotros trabajamos aquí para otro dueño así que conocemos.
- ¿Hace cuanto tiempo?
- Como hace cuatro años.
- ¿Cuatro años?
- Sí señora.
- ¿ustedes conocieron a la antigua dueña de esta casa?.
- Sí señora.
- ¿Cómo se llamaba?
- Madame Paige
- ¿Madame Paige?
- Sí señora.
- Y ella vivía sola.
- No con su hermano.
- ¿Y que les pasó porque se fueron?
- Murieron.
- ¿Murieron?, ¿Pero de qué?
- De tuberculosis.
- Oh lo siento.
- Nosotros también.
- Bueno ya que conocen la casa solo me queda presentarles a mis hijos.
- Oh ya conocemos a una.
- ¿Cómo?
- Ella abrió la puerta.
- Oh sí, ella es Renata y este otro pequeñuelo se llama Francisco.
- ¡Oh que bonitos son!
- ¡Mamá!, ¿Ellos van a ser nuestros sirvientes?
- Sí Francisco.
- Bueno, ¿y ella no habla?
- ¿Maira?, no ella es muda.
- ¡Oh lo siento!.
- No se preocupe.
- ¿Ustedes son un matrimonio?
- No pero hemos sido grandes amigos y siempre hemos estado los tres juntos; somos como una familia.
- Bueno sólo me resta mostrarle sus habitaciones y señalarles las reglas existentes en el hogar.
- Como guste señora.
- Por lo pronto Vicente puede ir al galpón, allí hay un cuarto que va a ser el suyo; y ustedes dos, quiero que me acompañen
- Sí señora.
- Haber muchachas, quiero que sepan que el desayuno se sirve a las nueve de la mañana, el almuerzo a las dos y la cena a las ocho, los niños por nada del mundo pueden salir de la casa ya que ellos sufren de una extraña enfermedad.
- ¿Que enfermedad?
- Ellos tienen huesitos y piel de cristal por lo que la luz les afecta lo mismo que caminar sin los cuidados necesarios. Es por eso que aquí no hay luz eléctrica sino solamente velas. Cómo esta casa tiene tantas habitaciones se cierra una puerta primero antes de ingresar a la otra, las cortinas deben de estar siempre cerradas, ¿de acuerdo?
- Sí señora.
- Bueno, por último estas son sus habitaciones.
- Gracias.
- ¿Alguna duda?
- Bueno sí.
- Dígame Adriana.
- En realidad me gustaría saber si usted tiene marido.
- Oh sí, se llama Andrés él esta en la guerra civil en estos momentos pero apenas termine vendrá con nosotros. A propósito, ¿qué se sabe de la guerra?
- Los rebeldes han invadido prácticamente todo el país, el general Franco está muy cerca de derrocar el gobierno, la iglesia ha sido la mas damnificada debido a que ha acogido a prisioneros y otras personas que son perseguidas por los rebeldes quienes no han tenido contemplaciones con ellos y han matado a los clérigos, sacerdotes y monjas, existe pánico en las ciudades, en Alicante hubo un gran tumulto cuando un millar de personas huían en el puerto hacia otro destino.
- ¡Oh que tremendo!
- Bueno señora no le quitamos mas tiempo.



XIV


“Leyó, impresionado en parte por cierta coincidencia. Brava atracción. La inmensa máquina ondulante, vacía, que giraba sin embargo a toda velocidad por encima de su cabeza en esta sección muerta de la feria, sugería la figura de algún inmenso espíritu maligno gritando en su infierno solitario, retorciendo sus miembros y fustigando el aire como con batanes. Oculta por un árbol, no la había advertido antes. La máquina también se detuvo...
- ...¡Míster! Money money money. ¡Mister! ¿juér jar yu go?

Los malditos chiquillos lo habían vuelto a descubrir; y el precio que tuvo que pagar para evitarlos, consistió en dejarse arrastrar inexorablemente, aunque con cuanta dignidad le fue posible, a abordar el monstruo. Y ahora, después de pagar sus diez centavos a un chico jorobado y cubierto con una cachucha de tenis de forma reticular y visera, estaba solo, irrevocable y ridículamente solo en aquel minúsculo confesionario. Al cabo de un momento, con violentas convulsiones turbadoras, la máquina se puso en marcha. Los confesonarios, encaramados en el extremo de amenazantes manubrios de acero, emprendían el vuelo y caían pesadamente. Con potente impulso, la jaula del Cónsul volvió a lanzarse a las alturas y quedó por un momento suspendida en los aires, pero boca abajo, mientras que la otra cesta que, significativamente, estaba vacía, se encontraba abajo; luego, antes de que pudiese comprender esta situación, volvió a descender dando tumbos y detúvose un momento en el otro extremo, sólo para volver a ser levantada cruelmente hasta la máxima altura, en donde, durante un interminable, intolerable período de suspensión, permaneció inmóvil. El Cónsul, como aquel pobre idiota que traía la luz al mundo, permaneció colgado sobre el vacío, boca abajo, con sólo un fragmento de alambre tejido entre él y la muerte. Allí, por encima de su cabeza, pendía el mundo con su gente que se estiraba hacia él, a punto de salirse del camino para estrellarse contra su cabeza o sobre el cielo, 999. Antes no había habido nadie allí. Sin duda, siguiendo a los niños, la gente se había reunido para contemplarlo. De manera indirecta tenía conciencia de no experimentar miedo físico de la muerte, como en este momento no hubiera temido a nada que pudiera devolverlo a la sobriedad; tal vez era ésta su idea principal. Pero no le gustaba. No era divertido. Sin duda alguna se trataba de otro ejemplo del sufrimiento innecesario de Jacques –¿Jacques?–. Y ésta era difícilmente una posición digna de un ex representante del gobierno de Su Majestad, aunque fuera simbólica; no podía imaginar qué simbolizaba, pero sin duda alguna era simbólica. ¡Jesús! De súbito, los confesonarios comenzaron a girar horriblemente en sentido inverso: ¡Oh!, se dijo el Cónsul, ¡oh!; porque la sensación de la caída era ahora como si quedase horriblemente a su espalda, de manera distinta a todo lo demás, más allá de cualquier experiencia; este girar regresivo no se asemejaba por cierto a las piruetas que se hacen en un avión, en donde el movimiento termina en seguida y la única sensación extraña es el aparente aumento de peso; Cómo marinero, también desaprobaba aquel sentimiento, pero éste... ¡ah, Dios mío! Todos los objetos escapaban de sus bolsillos, se los sustraían, se los arrancaban, un artículo diferente en cada indescriptible circuito giratorio, mareante, abismante, retrayente, inenarrable; salían su libreta, su pipa y sus llaves, las gafas oscuras que se había quitado, las monedas sueltas de las que no tuvo tiempo ni para imaginar que después de todo recogerían a zarpazos los chiquillos; se le vaciaba, se le hacía girar hasta dejarlo vacío. Su bastón, su pasaporte... –¿Era aquello su pasaporte?– Ignoraba si lo había traído consigo. Entonces recordó que sí lo había traído. O no lo había traído. Aún para un Cónsul sería difícil hallarse sin pasaporte en México. Ex cónsul. ¿Qué importaba? ¡Que vuele! Había una especie de fiero deleite en esta aceptación final. ¡Que todo vuele! En particular todo lo que suministra medios de ingreso o egreso, fijaba límites, confería significado o carácter o propósito o identidad a aquella aterradora maldita pesadilla que se veía obligado a llevar consigo a todas partes, sobre sus espaldas, que deambulaba con el nombre de Ramón Fuenzalida, antiguo miembro de la Armada de Su Majestad, después del Servicio Consular de Su Majestad, y más tarde aún de... Repentinamente le pareció que el chino dormía, que los niños, la gente, se habían ido, que esto seguiría para siempre; Nadie podría detener la máquina... Había acabado.
Y sin embargo, no había acabado. En tierra firme, el mundo seguía girando desaforado: casas, tiovivos, hoteles, catedrales, cantinas, volcanes; resultaba difícil mantenerse en pie. Se percató de que la gente se reía en sus narices, pero –lo cual era más sorprendente– se percató de que, una por una, le devolvían sus pertenencias. El niño que tenía su libreta, se la ofreció y, juguetón, se la retiró antes de devolvérsela. No: todavía tenía algo en su otra mano, un papel arrugado. Con firmeza el Cónsul le dio las gracias.”
- ¿Aló? ¿Señorita Adriana?
- Si con ella, ¿con quién hablo?
- Con el general Franco.
- ¿General? Que quiere ahora, ¡yo ya cumplí mi parte!.
- ¡Sí!, la tengo en mis manos y estuve leyendo un poco. Usted sabe algo sobre don Ramón Fuenzalida ¿no es cierto?
- Mire general no puedo involucrarme más, no quisiera perder mi trabajo
- No lo hará si me ayuda
- ¿En que puedo ayudarle yo?
- En mucho, por lo pronto me encantaría hablar con usted personalmente.
- ¿Conmigo?
- Sí, ¿que le parece a las doce en el café Stuardo?
- Bueno no sé si pueda.
- La espero a las doce y sea puntual adiós.
- General es que... ¿aló? ¿General? Otra vez me cortó.



XV


- ¡Renata!, Discúlpame no quería que te castigaran.
- No te preocupes Francisco.
- ¿Que estas haciendo?
- Leyendo la Biblia porque mi mamá va a venir a tomarme las lecciones en la mañana y todavía no me las sé.
- ¿Todas las lecciones?
- Sí.
- ¿Cómo dormiste?
- Bien, la Adriana durmió conmigo, pero no le digas a mi mamá porque parece que no le cae bien la Adriana.
- Así parece aunque es muy buena con nosotros.
- Oye Francisco, ¿porqué no vamos a ver a Vicente?
- ¿Estás tonta?, si la mamá nos pilla afuera nos mata.
- Pero ella está durmiendo. Además le pedimos a la Adriana que nos ayude.
- No sé, me parece muy arriesgado.
- Bueno, si quieres quédate, porque yo igual voy a ir.
- Espérame yo voy contigo.
- ¡Apúrate!
- ¿Que fue ese ruido?
- No lo sé.
- ¿De donde viene?
- No tengo idea hermano.
- Niños, niños vengan para acá
- ¿Porqué?, ¿Qué pasa Adriana?
- Los fantasmas andan furiosos, sobre todo el padre de ellos.
- ¿Fantasmas?, ¿Tu también Adriana?
- Ay Francisco no es el momento de alegar si existen o no, sólo ven para acá y escóndete.
- ¡Maira!, Ven para acá tu también.
- ¿Que es ese ruido?
- Mi señora hay alguien en la casa.
- ¿Cómo que hay alguien en la casa?
- Tengo miedo mamá.
- ¿quién disparó?
- Fue..
- ¡Vamos habla Renata!
- Mejor no, porque tú no me crees.
- ¿Qué está pasando aquí?
- ¡Hay fantasmas en la casa!.
- Hayan o no fantasmas yo no voy a permitir que vengan a hacerle daño a mis hijos ni a mi casa. ¡Adriana!
- Sí señora.
- Ve a buscar a Vicente, vamos a revisar toda la casa hasta encontrar a los habitantes no deseados que pudieran haber.
- Sí señora.
- Y tu Maira vas a cuidar a los niños y no permitas que salgan para el patio.
- ¡Vicente!
- ¿Qué está pasando Adriana?
- Pasa que ya han empezado a suceder cosas.
- ¿Volvió...?
- Sí, esa persona regresó.
- Entonces vamos por él.
- ¡Espera!. Aún no es el momento
- ¿Y cuándo entonces?
- Espera un poco más por lo pronto ve con la señora a revisar toda la casa.
- ¡Vicente!, Apúrese no tengo todo el día.
- Sí señora.
- ¡Ah!, Adriana vigila que la Renata estudie sus lecciones, ella aún esta castigada.
- Sí señora.
- ¿Porqué tiritas Maira?
- Renata, ¿qué está pasando?.
- No lo sé hermano, aunque Juan Pablo, me dijo que me cuidara de su padre.
- ¿Porqué?
- Porque es un asesino.
- ¡Niños!, vengan a mi cuarto, allí nos vamos a encerrar para que nadie nos moleste
- ¿Porque tirita la Maira?
- Porque tiene miedo, ya vamos para allá mejor.
- Tome Vicente ahí tiene un revolver, en caso de ver a alguien extraño usted dispara y después reconoce, me ¿entendió?
- Sí señora.
- Vamos a empezar por la alcoba.
- Como usted diga señora.
- Ya, mientras tanto niños, vamos a leer la Biblia así ayudamos a la Renata para que se aprenda las lecciones.
- Esta bien.
“Oh hija de Sión, regocíjate en gran manera, salta de júbilo, oh hija de Jerusalén: he aquí que a ti vendrá tu rey, el justo, el salvador: él vendrá pobre, y montado en una asna y su pollino. Entonces destruiré los carros de guerra de Efraím y los caballos de Jerusalén; y serán hechos pedazos los arcos guerreros; y aquel rey anunciará la paz a las gentes, y dominará desde un mar a otro, y desde los ríos hasta los confines de la tierra.
Y tú mismo, oh salvador, mediante la sangre de tu testamento has hecho salir a los tuyos, que se hallaban cautivos, del lago en que no hay agua. Dirigid vuestros pasos hacia la ciudad fuerte, oh vosotros, cautivos que tenéis esperanza: pues te anuncio, oh pueblo mío, que te daré doblados bienes. Porque yo he hecho de Judá como un arco tendido para mi servicio, y como un arco tendido, es también para mí Efraím: y a tus hijos, oh Sión, les daré yo valor sobre los hijos tuyos, oh Grecia; y te haré irresistible como la espada de los valientes. Y aparecerá sobre ellos el Señor Dios; el cual lanzará sus dardos como rayos; y tocará el Señor Dios la trompeta y marchará entre torbellinos del mediodía. El Señor de los ejércitos será su protector; y consumirán y abatirán a sus enemigos con las piedras de sus hondas, y bebiendo su sangre se embriagarán como de vino, y se llenarán de ella como se llenan las jarras, y como se bañan los ángulos del altar. Y el Señor Dios suyo los salvará en aquel día como grey selecta de su pueblo; porque a manera de piedras santas serán erigidos en la tierra de él. Mas, ¿cuál será el bien venido de él, y lo hermoso que de él nos vendrá; Sino el trigo de los escogidos, y el vino que engendra vírgenes o da la castidad?”
- ¡Renata! ¿qué puedes decir?.
- Esa ya me la leí.
- ¿y porqué no me dijiste?
- Porque es una bonita historia.
- ¿existió el Mesías?
- ¿Tú que crees Francisco?
- A lo mejor.
- ¡Claro que existió!
- ¿Y porqué murió si era tan bueno?
- ¡Renata!, ¿porque muere gente inocente en esta guerra si son tan buenos?
- ¿Un sacrificio?
- Sí exacto.
- Pero, ¿por quién?
- Por toda la humanidad
- ¿Por toda la humanidad?
- Sí
- ¿Porqué?
- Porque él nos ama.
- ¿Aún a los malos?
- Él vino por ellos porque no había nadie justo en la tierra.
- ¿Ni siquiera nosotros?
- ¡Ni siquiera nosotros!
- Si eso es cierto, ¡yo soy un asesino!
- ¿Tú?... ¿Francisco?
- Sí.
- ¿Porqué?
- Porque maté a una lagartija cuando vivía en la villa.
- ¿En Villa La Hermosa?
- Sí, ¿cómo sabes tu?
- Tu mamá me dijo. Bueno, en vista de que Renata ya se sabe esta lección pasemos a la siguiente
- Mejor descansemos.
- ¡No es conveniente por ahora Renata!, tu mamá está muy enojada.
- ¡Es verdad!
- Ya... pero yo quiero leer.
- Está bien Francisco.
“Había en el país de Hus un varón célebre llamado Job, hombre sencillo y recto y temeroso de Dios, y que se apartaba del mal. Tenía siete hijos y tres hijas; y poseía siete mil ovejas, y tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, y quinientas asnas, y muchísimos criados; por lo cual era este varón grande entre todos los orientales.
Sus hijos solían reunirse y celebrar convites en sus casas, cada cual en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas, para que comiesen y bebiesen con ellos, Concluído el turno de los días del convite, enviaba Job a llamarlos, y los santificaba, y levantándose de madrugada ofrecía holocaustos a Dios por cada uno de ellos. Porque decía: No sea que mis hijos hayan pecado y desechado a Dios en sus corazones. Esto hacía Job en todos aquellos días.
Pero cierto día concurriendo los hijos de Dios, esto es, los ángeles, a presentarse delante del Señor, compareció también entre ellos Satanás. Al cual dijo el Señor: ¿De dónde vendrás tú? El respondió: Vengo de dar la vuelta por la tierra, y de recorrerla toda. Replicóle el Señor: ¿Has parado atención en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón sencillo, y recto, y temeroso de Dios, y ajeno de todo mal obrar? Mas Satanás le respondió: ¿Acaso Job teme o sirve a Dios de balde? ¿No le tienes tú a cubierto de todo mal por todas partes, así a él como a su casa, y a toda su hacienda? ¿No has echado la bendición sobre todas las obras de sus manos, con lo que se han multiplicado sus bienes en la tierra? Mas extiende un poquito tu mano, y toca sus bienes, y verás cómo te desprecia en tu cara. Dijo, pues, el Señor a Satanás: Ahora bien, todo cuanto posee lo dejo a tu disposición; sólo que no extiendas tu mano contra su persona. Con esto, se salió Satanás de la presencia del Señor a ejecutar sus designios.
En efecto, mientras los hijos é hijas de Job se hallaban un día todos juntos comiendo y bebiendo vino en casa del hermano primogénito, llegó a Job un mensajero, que le dijo: Estaban los bueyes arando, y las asnas paciendo cerca de ellos, cuando he aquí que han hecho una excursión los sabeos y lo han robado todo, y han pasado a cuchillo a los mozos, y he escapado solo yo para que pueda darte la noticia. Estando aún éste hablando, llegó otro hombre, y dijo: Fuego de Dios ha caído del cielo, y ha reducido a cenizas las ovejas y los pastores, y he escapado solo yo para que pueda traerte la noticia. Todavía estaba éste con la palabra en la boca, y entró otro diciendo: Los caldeos, divididos en tres cuadrillas, se han arrojado sobre los camellos, y se los han llevado, después de haber pasado a cuchillo a los mozos, y he escapado solo yo para darte el aviso. No había éste acabado de hablar, cuando llegó otro que dijo: Estando comiendo tus hijos e hijas y bebiendo vino en la casa de su hermano mayor, ha venido de repente un huracán de la parte del desierto, que ha conmovido las cuatro esquinas de la casa, la cual ha caído, cogiendo debajo a tus hijos, que han quedado muertos; y me he salvado yo para poder avisártelo.
Entonces Job se levantó, y rasgó sus vestidos, y habiéndose hecho cortar a raíz el pelo de la cabeza, postróse en tierra y adoró al Señor, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a ella. El Señor me lo dió todo; el Señor me lo ha quitado: se ha hecho lo que es de su agrado: bendito sea el nombre del Señor.
En medio de todas estas cosas no pecó Job en cuanto dijo, ni habló una palabra inconsiderada contra Dios.”


XVI


“Y bendijo al Señor en presencia de toda la muchedumbre, y dijo: Bendito eres, Señor Dios de Israel, nuestro padre, por los siglos de los siglos. Tuya es, Señor, la magnificencia, el poder, la gloria, y la victoria: y a ti se debe la alabanza, porque todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra tuyas son: tuyo, oh Señor, es el reino, y tú eres sobre todos los reyes. Tuyas son las riquezas y tuya es la gloria: Tú eres el Señor de todo: en tu mano está la fuerza y el poder: en tu mano la grandeza y el imperio de todas las cosas. Ahora, pues, oh Dios nuestro, nosotros te glorificamos, y alabamos tu esclarecido nombre. ¿Quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que nos atrevamos a ofrecerte todas estas cosas? Tuyas son todas las cosas, y lo que hemos recibido de tu mano, eso te hemos dado. Porque nosotros somos peregrinos y advenedizos delante de ti, como todos nuestros padres. Nuestros días pasan como sombra sobre la tierra; sin que haya consistencia alguna. ¡Oh Señor Dios nuestro!, Toda esta abundancia de cosas preparada por nosotros para erigir una casa o templo a tu santo nombre, de tu mano ha venido, y tuyas son todas las cosas. Bien sé, Dios mío, que tú sondeas los corazones y que amas la sencillez; y por eso con sencillez de corazón he ofrecido gozoso todas estas cosas, y he visto cómo tu pueblo, que está aquí congregado, te ha ofrecido sus dones con grande alegría. ¡Oh Señor Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, nuestros padres! Conserva eternamente este afecto de su corazón, y dure para siempre esta devoción a tu culto. Da también a mi hijo Salomón un corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, y tus leyes, y tus ceremonias, y lo ponga todo por obra, y edifique la casa, cuyos materiales tengo yo prevenidos. Después dijo David a toda la asamblea: Bendecid al Señor Dios nuestro. Y toda la asamblea bendijo al Señor Dios de sus padres: y postrándose adoraron a Dios, y rindieron en seguida su homenaje al rey.”
- ¡Raquel!
- ¡Andrés!
- Escúchame, yo ya no voy a estar por un tiempo con ustedes, así que tienes que ser fuerte y cuidar a nuestros dos hijos
- ¿Porqué a nosotros?, ¿Qué hicimos?
- Nada. Sólo Dios lo quiere así.
- La villa se quemó, traté de avisarte pero no pude.
- Ese es un gran dolor que voy a llevar para siempre en mi corazón, pero ahora lo importante eres tú y nuestros hijos.
- ¡No quiero que te vayas!.
- Pues debo, ya que temo que te hagan algo a ti y a los niños. Escúchame vete a la casa que tenemos en Burgos, huye de ellos para que no te encuentren te prometo que nos reuniremos allí.
- Pero esa casa está abandonada.
- Lo sé pero allí estarán seguros. Quiero que no salgas por nada del mundo de la casa hasta que pase un buen tiempo. ¿Me entiendes?
- Sí Andrés.
- Ya es suficiente nos tenemos que ir de inmediato
- Despídeme de los niños Raquel.
- Te amo
- Yo también.



XVII


Cuando ya iba para mi segundo café se acercó y me preguntó que pasaba. Maira es una mujer de rostro huraño, mustio, receloso. La imagen que tenía de ella era distinta, pero aquella vez estaba borracho y ahora no. Le dije: “que hubo, Maira, tantos años”. Mi padre me la presentó y aunque dijo que era una amiga la relación que había entre ellos era muy especial. Parecía como si existiera un muro entre los dos u ocultaban algo. Intentaba dar una impresión de desenvoltura, incluso de alegría, aunque no puedo decir que me hallara alegre. Maira me cogió una mano y se la llevo al corazón. Al principio di un salto y mi primera intención fue apartarme de la barra, tal vez salir corriendo, pero me aguanté.
- ¿lo sientes? – dijo.
- ¿qué?
- Mi corazón, Juan Pablo, ¿no lo sientes latir?
Con las yemas de los dedos exploré la zona que se me brindaba: la blusa de lino y los pechos de Maira enmarcados por un sostén que preví muy pequeño para contenerlos. Pero ni rastro de latidos.
- no siento nada - dije con una sonrisa
- Mi corazón, estúpido ¿no lo escuchas latir?, ¿no sientes como se rompe de a poco?
- Oye perdona, no escucho nada.
- Como vas a escuchar con la mano, idiota, solo te pido que sientas. ¿no sienten nada tus dedos?
- La verdad... no
- Tienes la mano helada – dijo Maira-. Que dedos más preciosos, como se nota que no has tenido que trabajar nunca.
Me sentí observado, investigado, taladrado. A los borrachines patibularios que estaban en la barra les había interesado la última observación de Maira. Preferí de momento no enfrentarme a ellos y declaré que se equivocaba, que por supuesto tenía que trabajar para pagarme los estudios. Maira ahora aprisionaba mi mano como si estuviera leyendo las líneas de mi destino. Eso me interesó y me despreocupé de los potenciales espectadores.
- No seas víbora – dijo-. Conmigo no necesitas mentir, te conozco. Eres un hijito de papá pero tienes grandes ambiciones. Y tienes suerte. Llegarás a donde te propongas. Aunque aquí veo que te extraviaras varias veces, por culpa tuya, porque no sabes lo que quieres. Necesitas una piel que esté contigo en las buenas y en las malas. ¿me equivoco?
- No perfecto, sigue, sigue.
- Aquí no –dijo Maira-. Estos mamones chismosos no tienen porque enterarse de tu destino, ¿verdad?
Por primera vez me atreví a mirar abiertamente a los lados. Cuatro o cinco borrachines patibularios seguían con atención las palabras de Maira, uno incluso contemplaba mi mano con fijeza sobrenatural, como si se tratara de su propia mano. Les sonreí a todos, no fuera a ser que se enfadaran, dándoles a entender de esa manera que yo no tenia nada que ver en este asunto. Maira me pellizcó el dorso. Tenía los ojos ardientes, como si estuviera a punto de iniciar una pelea o de echarse a llorar.
- aquí no podemos hablar, sígueme.
La vi cuchichear con una de las meseras y luego me hizo una seña. El bar estaba lleno y sobre las cabezas de los parroquianos se elevaba una nube de humo y la música de acordeón del ciego. Miré la hora, eran casi las doce, el tiempo, pensé, se había ido volando.
La seguí.
Nos metimos en una especie de bodega y cuarto trastero estrecho y alargado en donde se apilaban las cajas de botellas y los implementos de limpieza del bar (detergentes, escobas, lejía, un utensilio de goma para limpiar los cristales, una colección de guantes de plástico. Al fondo, una mesa y dos sillas. Maira me indicó una. Me senté. La mesa era redonda y su superficie estaba cubierta de muescas y nombres, la mayoría ininteligible. Ella permaneció de pie, a pocos centímetros de mí, vigilante como una diosa o como un ave de rapiña. Tal vez esperaba a que yo le pidiera que se sentara. Conmovido por su timidez, así lo hice. Para mi sorpresa, procedió a sentarse sobre mis rodillas. La situación era incomoda y sin embargo a los pocos segundos note con espanto que mi naturaleza, divorciada de mi intelecto, de mi alma, incluso de mis peores deseos, endurecía mi humanidad hasta un límite imposible de disimular. Maira seguramente se apercibió de mi estado pues se levantó y, tras volver a estudiarme desde lo alto, me propuso un guagüis.
- ¿Qué?... – dije.
- ¡Un guagüis!, ¿quieres que te haga un guagüis?
La mire sin comprender, aunque como un nadador solitario y exhausto la verdad poco a poco se fue abriendo paso en el mar negro de mi ignorancia. Ella me devolvió la mirada. Tenía los ojos duros y planos. Y una característica que la distinguía de entre todos los seres humanos que yo hasta entonces conocía: miraba siempre (en cualquier lugar, en cualquier situación, pasara lo que pasara) a los ojos. La mirada de Maira decidí entonces, podía ser insoportable.
- No sé de que hablas – dije.
- ¡De mamártela, mi vida!.
No tuve tiempo para responder y tal vez fue lo mejor así. Maira, sin dejar de mirarme se arrodilló, me abrió la cremallera y se metió mi verga en su boca. Primero el glande al que propinó varios mordisquitos que no por leves fueron menos inquietantes y después mi humanidad entera sin dar muestras de atragantarse. Al mismo tiempo, con su mano derecha fue recorriendo mi bajo vientre, mi estómago y mi pecho dándome a intervalos regulares unos pescozones. El dolor que sentí probablemente contribuyó a hacer mas singular mi placer pero al mismo tiempo evitó que me viniera. De tanto en tanto, Maira levantaba los ojos de su trabajo, sin por ello soltar mi miembro viril y buscaba mis ojos.
Cuando el desenlace era inminente y yo, ante la conveniencia de no gemir, alzaba mis puños y amenazaba a un ser invisible que reptaba por las paredes de la bodega, la puerta se abrió de golpe (pero sin ruido) apareció la cabeza de una camarera y de sus labios salió una escueta advertencia:
- ¡ el jefe!.
Maira cesó de inmediato en su cometido. Se levantó, me miró a los ojos con una expresión de quebranto y después, tironeándome del saco, me llevo hasta una puerta que yo hasta entonces no había advertido.
- ¡será otra vez mi vida! – dijo con una voz mucho más ronca de lo usual mientras me empujaba al otro lado.
De golpe y porrazo me encontré en los servicios del bar, una habitación rectangular, larga, estrecha y lóbrega.
Caminé unos pasos a la deriva, aún aturdido por la celeridad de los hechos que acababan de ocurrir. Olía a desinfectante y el suelo estaba húmedo, en algunos tramos encharcado. La iluminación era escasa, por no decir nula. En medio de dos lavamanos desportillados vi un espejo; me miré de reojo; el azogue correspondió como una imagen que me erizó los pelos. En silencio, procurando no chapotear sobre el suelo por el que fluía, lo vi en ese momento, un delgado río procedente de uno de los retretes, me volví a acercar al espejo picado por la curiosidad. Éste me devolvió un rostro cuneiforme, de color rojo oscuro, perlado de sudor. Di un salto hacia atrás y estuve a punto de caerme. En uno de los excusados había alguien. Lo sentí refunfuñar, insultar. Un borrachín patibulario, sin duda. Entonces alguien me llamó por mi nombre:
- joven Juan Pablo.
Vi dos sombras junto a los urinarios. Estaban envueltas en una nube de humo. ¿Dos maricones, pensé, dos maricones que conocen mi nombre?
- Joven Juan Pablo, acérquese hombre.
Aunque lo que la lógica y la prudencia me indicaban era que buscara la puerta de la salida y sin más dilación me marchara del bar, lo que hice fue dar dos pasos en dirección a la humareda. Dos pares de ojos brillantes, como de lobos en medio de un temporal me observaron. Los escuché reír. Ji Ji Ji. Olía a marihuana. Me tranquilicé.
- Joven Juan Pablo, le cuelga el aparato.
- ¿Qué?
- Ji Ji Ji.
- El pene... lo llevas colgando.
Manoteé mi bragueta. Efectivamente, con las prisas y el susto no había acertado a guardarme el pajarito. Enrojecí, pensé en sacarles la madre pero me contuve, alisé mis pantalones y di un paso en dirección a ellos. Me parecieron conocidos e intenté penetrar la oscuridad que los envolvía y descifrar sus rostros.
Fue en vano.
El ruido proveniente de la habitación de al lado me sobresalto. Alguien levantaba la voz. Un hombre. Después alguien gritaba. Una mujer. Maira. Imaginé que su novio le estaría pegando y quise acudir en su defensa, aunque la verdad es que Maira no me importaba mucho, todavía amaba a Madame Paige. Cuando estaba a punto de dar media vuelta en dirección a la bodega las manos de los desconocidos me sujetaron. Entonces vi salir sus rostros de la oscuridad. Eran José y Álvaro, amigos de mi padre.

- ¿Quién es tu padre?
- Prefiero no decirte por ahora Renata.
- ¿Me dejas terminar la historia?
- Si Juan Pablo, disculpa.
Di un suspiro de alivio, casi aplaudí, les dije que los había estado buscando durante muchos días y luego hice otro intento de acudir en ayuda de la mujer que gritaba, pero no me dejaron.
- No te metas en problemas, esos dos siempre están así – dijo Álvaro.
- ¿Quiénes dos?
- La amiga de tu padre y su novio.
- Pero le está pegando –dije, y en efecto, el sonido de las bofetadas ahora era claramente audible -. Eso no lo podemos permitir.
- Ah, joven Juan Pablo – dijo José.
- No lo podemos permitir, pero a veces los ruidos nos engañan. Hágame caso y confíe en mí. – dijo Álvaro.
Tuve la impresión que sabían muchas cosas sobre Maira y hubiera querido hacerles algunas preguntas al respecto, pero no lo hice para no parecer indiscreto.

- ¡Otra vez hablando solo Juan Pablo!
- ¿Papá? ¿Qué haces aquí?
- Pasaba por aquí cuando de repente oí unas voces, reconocí tu voz y me pregunté con quién hablaba mi hijo sobre su vida privada.
- Entonces escuchaste todo lo que dije.
- ¡No!, tampoco exageres. Sólo algo... acerca de que le habían pegado a la Maira o creías tu que le habían pegado...
- Tu sabes que no me gusta que se metan en mi vida.
- Mira mocoso, cuando dejes de llorar por una muerta y te pongas los pantalones ahí, te dejaré en paz mientras tanto no. Y ahora quiero que acompañes a tu madre a Barcelona.
- ¿A Barcelona?
- ¡Sí!, va a buscar a tu tía Ruth, tú sabes... la bruja. Para que arregle la situación.
- Pero..
- Ya basta, es una orden.
- Sí papá
Así que casi fuiste a defenderla. Menos mal que te detuvieron sino me hubieras pillado con ella. La muy perra quería jugar contigo y eso yo no lo iba a permitir. Ahora que Madame Paige ya estaba muerta, Maira ya no me servía, es más sabía mucho, tenía que deshacerme de alguna forma de ella.


XVIII


“En verdad, en verdad os digo, que quien no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, él tal es un ladrón, y salteador. Mas el que entra por la puerta, pastor es de las ovejas. A éste el portero le abre, y las ovejas escuchan su voz, y él llama por su nombre a las ovejas propias, y las saca fuera al pasto. Y cuando ha hecho salir sus propias ovejas, va delante de ellas: y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas a un extraño no le siguen, sino que huyen de él: porque no conocen la voz de los extraños. Este símil les puso Jesús: pero no entendieron lo que les decía.
Por eso, Jesús les dijo segunda vez: En verdad, en verdad o digo, que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que hasta ahora han venido, son ladrones, y salteadores, y así las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que por mí entrare, se salvará: y entrará, y saldrá sin tropiezo, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para robar, y matar, y hacer estrago. Mas yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en más abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el que no es el propio pastor, de quien no son propias las ovejas, en viendo venir al lobo, desampara las ovejas, y huye: y el lobo las arrebata, y dispersa el rebaño: el mercenario huye, por la razón de que es asalariado, y no tiene interés alguno en las ovejas. Yo soy el buen pastor: y conozco mis ovejas, y las ovejas mías me conocen a mí. Así como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre: y doy mi vida por mis ovejas. Tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco: las cuales debo yo recoger, y oirán mi voz, y de todas se hará un solo rebaño, y un solo pastor. Por eso mi Padre me ama: porque doy mi vida por mis ovejas, bien que para tomarla otra vez. Nadie me la arranca: sino que yo la doy de mi propia voluntad, y soy dueño de darla, y dueño de recobrarla: Este es el mandamiento que recibí de mi Padre.
Excitó este discurso una nueva división entre los judíos. Decían muchos de ellos: Está poseído del demonio, y ha perdido el juicio: ¿por qué le escucháis? Otros decían: No son palabras estas de quien está endemoniado: ¿por ventura puede el demonio abrir los ojos de los ciegos?
- “San Juan capitulo diez del versículo uno al veintiuno.”
- ¿Quién dijo eso?, ¿Juan Pablo eres tú?
- “San Juan capitulo diez del versículo uno al veintiuno.”
- ¡Vamos no es gracioso!, ¿No puedes dormir?
- “Sigue leyendo la Biblia.”
- ¿Que es lo que quieres?, ¡Vamos!, ¿Porqué no te acercas?, ¡No te tengo miedo!
- “Sigue leyendo la Biblia.”
- ¿Porqué estas en mi casa?
- “Yo sólo soy pasajero en la tierra, mi casa esta en los cielos.”
- ¿Porqué no te vas?
- ¿Irme?,¡No seas ingenua! ,“Sigue leyendo la Biblia.”
- ¿Porqué no te presentas a mi hermana o a mi madre?
- Porque ellos no creen en fantasmas,“Sigue leyendo la Biblia.”
- ¿Porqué no la lees tú?, ¡Ya sé, no puedes!
“Han venido a buscarme aquellos que antes no preguntaban por mí, hanme hallado aquellos que no me buscaron. Yo he dicho a una nación que no invocaba mi nombre: Aquí estoy, heme aquí. Extendí todo el día mis brazos hacia un pueblo incrédulo, y rebelde, que no anda por el buen camino, sino en pos de sus antojos: pueblo que cara a cara me está provocando continuamente a enojo: hombres que inmolan víctimas en los huertos, y ofrecen sacrificios sobre altares fabricados de ladrillos: que se meten en los sepulcros, que duermen en los templos de los ídolos: que comen la carne de cerdo, y echan en sus tazas un caldo profano o prohibido: que dicen a otros: Apártate de mí, no me toques, porque tú eres inmundo: todos éstos se convertirán en humareda en el día de mi furor, en fuego que arderá siempre. Sabed que lo dicho lo tengo escrito delante de mí. Por lo que no callaré, dice el Señor, sino que les retornaré el cambio, y les pondré en su seno la paga juntamente de sus iniquidades, y de las iniquidades de sus padres: los cuales ofrecieron sacrificios sobre los montes, y me deshonraron sobre los collados. Yo derramaré en el seno de los hijos la paga debida a las antiguas obras de los padres.
Sin embargo, esto dice el Señor: Como cuando se halla un grano bueno en un racimo podrido, y se dice: No le desperdicies, pues es una bendición, o don de Dios, eso mismo haré yo por amor de mis siervos: no exterminaré a Israel del todo: antes bien entresacaré de Jacob un linaje, y de Judá quien domine sobre mis montes. Y esta tierra de Sión será la herencia de mis escogidos, y en ella habitarán mis fieles siervos; y las campiñas serán rediles de rebaños, y en el fértil valle de Acor se albergarán los ganados mayores de mi pueblo, de aquellos que han ido en pos de mí. Pero a vosotros que abandonasteis al Señor, que os olvidastes de Sión, mi santo monte, que aparejasteis una mesa o altar al ídolo de la fortuna, y derramáis sobre él libaciones; yo os iré entregando uno a uno al filo de mi espada, y todos pareceréis en esta mortandad: puesto que yo os llamé y no respondisteis, os hablé y no hicisteis caso: antes bien, cometíais la maldad delante de mis ojos, y habéis escogido las cosas que yo aborrecía. Por tanto, esto dice el Señor Dios: Sabed que mis siervos comerán, y vosotros padeceréis hambre: mis siervos beberán y vosotros padeceréis sed: mis siervos se regocijarán, y vosotros estaréis avergonzados: y sabed, en fin, que mi siervos, a impulsos del júbilo de su corazón, entonarán himnos de alabanza, y vosotros, por el dolor de vuestro corazón, alzaréis el grito, y os hará dar aullidos la aflicción de ánimo. Y dejaréis cubierto de execración vuestro nombre a mis escogidos. El Señor Dios acabará contigo, oh Israel, y a sus siervos los llamará con otro nombre: en el cual nombre quien fuere bendito sobre la tierra, bendito será del Dios verdadero; y el que jurare sobre la tierra, por este nombre del Dios verdadero jurará: porque las precedentes angustias o tribulaciones se han echado en olvido, y desaparecieron de mis ojos.
Porque he aquí que yo voy a criar nuevos cielos y nueva tierra, y de las cosas o tribulaciones primeras no se hará más memoria, ni recuerdo alguno: sino que os alegraréis, y regocijaréis eternamente en aquellas cosas que voy a criar; pues he aquí que yo formaré a Jerusalén, ciudad de júbilo, y a su pueblo, pueblo de alegría. Y colocaré yo mis delicias en Jerusalén, y hallaré mi gozo en mi pueblo: nunca jamás se oirá en él la voz de llanto, ni de lamento. No se verá más allí un niño que viva pocos días, ni anciano que no cumpla el tiempo de su vida; pues el que morirá más niño, tendrá cien años, y el pecador, o el que no viva cien años, será reputado como maldito. Y edificarán casas, y las habitarán, y plantarán viñas, y comerán de su fruto. No acontecerá que ellos edifiquen, y sea otro el que habite; ni plantarán para que otro sea el que coma: pues los días de mi pueblo serán duraderos como los días del árbol de la vida, y permanecerán largo tiempo las obras de sus manos: no se fatigarán en vano mis escogidos, ni tendrán hijos que los conturben; porque estirpe de benditos del Señor son así ellos, como sus nietos. Y antes que clamen, yo los oiré: cuando estén aún con la palabra en la boca, otorgaré su petición. El lobo y el cordero pacerán juntos: el león, como el buey, comerá heno: el alimento de la serpiente será el polvo: no habrá quien haga daño, ni cause muertes en todo mi santo monte, dice el Señor.”
Muy bien Juan Pablo, sabes leer, muy bien.
“¡Tonta!.”
Claro, que yo leo mucho mejor que tú.
“No digas tonterías, me tengo que ir.”
¿Porqué?
“Llegó mi padre.”
¿Tu padre?, ¿Es el que anda vestido de militar?
“Sí, ese es.”
¡Preséntamelo!
“¡No seas tonta, a él no le gusta la gente, te puede matar!”
Eso es imposible, yo soy inmortal, yo Renata, soy la mujer inmortal, así que preséntamelo Juan Pablo. ¿Juan Pablo?, ¿Juan Pablo? ¿Dónde estas?... ¡Conque su papá me puede matar!... ja... me río en su cara si quiero, yo no le tengo miedo.


XIX


“Notable Capitán y lastimado Señor: No sé si estos vuestros criados han sido correos o vienen de vos amenazados, o quedan allí enamorados; porque vienen cada vez tan aprisa y dan tanta importunidad por la respuesta, que no me dan lugar a buscar lo que pedís ni aun a responder a lo que me escribís. Es el donaire que, para dar luego la respuesta, me dan vuestra carta mojada, rota y borrada, de manera que, para haberla de entender, la hube primero de construir. Y pues vuestra carta viene tan mal tratada y yo lo estoy peor. Señor, de especial gracia, me tengáis en servicio, no lo que os respondiere, sino lo que os respondo. Ha diez meses que estoy cuartanario y ando con ella tan desabrido y desganado, que ni estoy para matar moro ni que moro me mate a mí. Porque, hablando la verdad, bien se llama ella cuartana, pues a todos los que con ella moran y tratan, cuartea. Aunque quiera, no puedo responder a vuestra carta sino muy breve y aun brevísimo, así por no responder de mi mano, como por no escribir sobre pensado. Lo cual yo no suelo hacer, ni aun a mis amigos aconsejar; porque jamás escribí carta de importancia. — Escribidme, Señor, que os escriba si he oído o leído en algún libro de filosofía o en el Arte de medicina qué sean las señales más evidentes para atinar en un enfermo peligroso, si ha de vivir o si ha de morir; porque tenéis una hija muy mala, y quería saber qué será de esta enfermedad de ella. Para deciros, Señor, la verdad, esta cuestión y demanda era más para el doctor de la Reina y para el Dr. Cartagena, que no para Don Franco; porque yo oí teología y no medicina, y aprendí a predicar y no a medicinar. Lo que en este caso osaré deciros como cristiano y juraros como caballero, es que, si Dios nuestro Señor quisiere, vuestra hija vivirá, y si no es su voluntad que viva, ella morirá; Porque no sólo es el que nos da la vida, mas aun es nuestra vida... espero encontrarme lo antes posible con usted para derrocar este gobierno su servidor Sanjurjo.”
Salamanca está de mi lado, solo falta Burgos para completar uno de los frentes que nos reuniremos en Cádiz.
- Excelente muy pronto España será la atención del mundo y yo el emblema de mi país.



XX


“Entre tanto Jericó estaba cerrada y bien pertrechada por temor de los hijos de Israel, y nadie osaba salir ni entrar. Mas el Señor dijo a Josué: Mira; yo he puesto en tu mano a Jericó y a su rey a todos sus valientes. Dad la vuelta a la ciudad una vez al día todos los hombres de armas. Y haréis esto por espacio de seis días. Y al séptimo tomen los sacerdotes siete trompetas de las que sirven para el jubileo, y vayan delante del arca del testamento, y en esta forma daréis siete vueltas a la ciudad, tocando los sacerdotes sus trompetas; y cuando se oiga su sonido más continuado y después más cortado, e hiriere vuestros oídos, todo el pueblo gritará a una con grandísima algazara, y caerán hasta los cimientos los muros de la ciudad por todas partes, y cada uno entrará por la que tuviere delante.
Con esto Josué, hijo de Nun, convocó a los sacerdotes y les dijo: Tamad el arca del testamento, y otros siete sacerdotes tomen siete trompetas de las del jubileo, y vayan delante del arca del Señor. Dijo asimismo al pueblo: Id y dad vuelta a la ciudad armados, yendo delante del arca del Señor. Luego que Josué acabó de dar sus órdenes, comenzaron los sacerdotes a tocar las siete trompetas delante del arca del testamento del señor, y todo el ejército armado marchaba en la vanguardia: el resto de la gente seguía detrás del arca, y las trompetas resonaban por todas partes. Mas Josué había mandado al pueblo, diciendo: No gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta tanto que llegue el día en que os diga: Gritad, y dad voces. De esta manera el arca del Señor rodeó la ciudad una vez el primer día, y volviéndose al campamento, se mantuvo allí. Al día siguiente levantándose Josué muy temprano, tomaron los sacerdotes el arca del Señor, y siete de ellos siete trompetas, de que se sirven en el jubileo, e iban delante del arca del Señor, andando y tocando las trompetas, precedidos de la gente armada; mas el resto del pueblo seguía detrás del arca, y resonaban las trompetas. De esta suerte rodearon la ciudad una vez el segundo día, y se retiraron a los reales. Así lo hicieron seis días. Pero el día séptimo, levantándose muy de mañana, dieron siete vueltas a la ciudad, según estaba ordenado. Y cuando los sacerdotes, a la séptima vuelta, tocaron las trompetas, dijo Josué a todo Israel: Alzad el grito: porque el Señor os ha entregado la ciudad; y sea esta ciudad y todo lo que hay en ella, anatema sacrificado al Señor. Sola Raab la ramera quede viva con todos los que están en su casa; por cuanto ocultó los exploradores que enviamos. Ahora vosotros guardaos de tocar cosa chica ni grande, contraviniendo a las órdenes dadas; para no haceros reos de prevariacación, y no envolver a todo el campamento de Israel en la culpa, y llenarle de turbación. Mas todo lo que se hallare de oro y plata y de utensilios de cobre y hierro, sea consagrado a Dios, y guardado en sus tesoros.
Levantando, pues, el grito todo el pueblo, y resonando las trompetas, luego que la voz y el estruendo de ellas penetró los oídos del gentío, de repente cayeron las murallas, y subió cada cual por la parte que tenía delante de sí, y se apoderaron de la ciudad, y pasaron a cuchillo a todos cuantos había en ella, hombres y mujeres, niños y viejos: Matando hasta los bueyes y las ovejas, y los asnos.”
- ¡Renata!
- ¿Que quieres ahora?
- De verdad existen los fantasmas.
- Por supuesto.
- ¿Y como son?
- Bueno hay de dos tipos.
- ¿De dos tipos?
- Si, mira están los fantasmas irreales y los fantasmas reales.
- No entiendo.
- Los fantasmas irreales son los que nosotros creamos, o sea, los que provengan de nuestra creatividad, por lo tanto pueden tener aspectos horribles o bellos pero generalmente una característica es que están cubiertos con una sabana.
- ¿Y los fantasmas reales?
- Bueno esos son con los que yo converso.
- ¿Tú conversas con fantasmas?
- Bueno generalmente con uno que es muy hermoso aunque un poco melancólico.
- ¿Es humano?
- Por supuesto.
- Y no tiene una sabana que lo cubra.
- No. Estos se visten tan normales como nosotros, es decir Francisco, estos fantasmas son personas que ya murieron pero que continúan deambulando en el mundo de los vivo porque no se quieren ir al suyo.
- ¿Porque no se quieren ir al suyo?
- Porque es muy feo; no te acuerdas cuando leíamos la Biblia ese pasaje que habla del infierno.
- ¡Sí!, si me acuerdo.
- Bueno, ese lugar es feo para vivir.
- ¿Eso te ha dicho el fantasma?
- No, pero lo intuyo.
- ¿Cómo se llama?
- Juan Pablo
- ¿Es el único fantasma?
- No, yo he visto aparte de él a una mujer y a veces, un hombre que parece que es militar porque se viste como tal.
- ¿Que es ese ruido?
- Deben ser los fantasmas que andan deambulando por la casa.
- ¡No te creo!, para mí que fuistes tú.
- ¿Yo?, Eres un cobarde Francisco.
- Le voy a decir a mi mamá que me estas asustando.
- No por favor, no quiero que se vuelva loca como esa vez.
- ¿Tu crees que pueda volver a colocarse loca otra vez?.
- ¡A lo mejor!.
- ¡No!, ojalá que no.
- Entonces no le digas nada
- Entonces tu déjame de asustarme.
- Mira porque no seguimos leyendo la Biblia, te toca a ti.
- Esta bien.
“Después de esto se presentaron todas las tribus de Israel a David, en Hebrón, diciendo: Aquí nos tienes: hueso tuyo y carne tuya somos. A más de que tiempo atrás, cuando Saúl era nuestro rey, tú eras el que capitaneabas a Israel; y a ti te ha dicho el Señor: Tú apacentarás a mi pueblo de Israel, y tú serás su caudillo. Vinieron, también, los ancianos de Israel a tratar con el rey en Hebrón, y capituló allí con ellos el rey David delante del Señor: después de lo cual le ungieron por rey de todo Israel. Treinta años tenía David cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta. En Hebrón reinó sobre Judá siete años y seis meses; y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre todo Israel y Judá. Porque a pocos días el rey con toda la gente que tenía consigo se dirigió hacia Jerusalén contra los jebuseos, moradores de aquel territorio, y dijéronle a David los sitiados: No entrarás acá dentro de esta plaza, sino echas primero de ella a los ciegos y cojos, los cuales están diciendo: No entrará David acá. Sin embargo, David se apoderó del alcázar de Sión, que se llama hoy día ciudad de David. Para lo cual había ofrecido en aquel día del asalto un premio al que batiese a los jebuseos, y ganando lo alto de los muros, arrojase de allí a los ciegos y a los cojos enemigos enconados de David: de donde se dice por refrán: ni ciego ni cojo no entrarán en el templo. Habitó, pues, David en el alcázar, y llamóle ciudad de David; e hizo construir varios edificios alrededor, e interiormente, comenzando desde Mello. De esta suerte, iba fortificándose y engrandeciéndose más y más; y el Señor Dios de los ejércitos estaba con él.
Además, Hirán, rey de Tiro, envió embajadores a David y le remitió maderas de cedro, y carpinteros y canteros para levantar edificios; y fabricaron la casa de David. Y David
En todo esto reconoció que el Señor le había confirmado en el reino sobre Israel, y elevado para siempre al gobierno de su pueblo de Israel.”
- ¡Niños!, ¿Qué están haciendo?
- Estamos leyendo la Biblia.
- Tú debes ser Adriana, ¿no es cierto?
- Así es.
- Oye Adriana, ¿tú crees en fantasmas?.
- ¿En fantasmas?, ¡Por supuesto!.
- ¿De verdad crees en fantasmas?
- ¡Sí Francisco!.
- ¿Y tú piensas que ellos son malvados?
- ¡No!, al contrario, pienso que si se quedaron en el mundo de los vivos es para cuidar a sus seres queridos o por algún propósito que deben terminar.
- ¿No ves?, yo te lo dije Francisco.
- ¿Porque preguntaste esto Francisco?
- Porque aquí en la casa hay fantasmas.
- ¡Que aquí en la casa hay fantasmas!, ¿De donde sacaste eso Renata?
- Los he visto.
- ¿Has visto a los fantasmas?
- ¡Sí!, e incluso he hablado con ellos.
- ¿Has hablado con ellos?
- Bueno a decir verdad sólo con uno, se llama Juan Pablo.
- ¿Hace cuanto tiempo que los ves?
- Varios meses, casi un año.
- ¿Un año?. ¿Y tu Francisco también los ves?
- ¡No!, para mí que la Renata inventa todo esto para asustarme.
- ¿Y tu mamá sabe?
- No y por favor no le cuentes no quiero que se vuelva loca otra vez.
- ¿Que se vuelva loca?
- Sí lo que pasa es que una vez se volvió loca y comenzó a dar vueltas por la casa como tonta y nos dio mucho miedo.
- ¿Hace cuanto tiempo ocurrió eso?
- ¡Un año!, quizás un poco más.
- Bueno es hora de cenar y no queremos que la señora se enoje no es cierto.
- Sí tienes razón.
- Vamos y les prometo que después de cenar les cuento una historia.
- ¿De verdad?
- Sí mis niños.



XXI

“Más tarde, cuando viajamos al extranjero: en el Adlon, el polen de los reflectores cayendo sobre los bailarines españoles envueltos en el humo de miles de cigarrillos; junto a las aguas sombrías de Buda, sus lágrimas calientes goteando entre las hojas secas que pasaban flotando lentamente; cabalgando por las escuálidas planicies españolas, el silencio marcado como con huellas de viruela por los cascos de nuestros caballos; en el Mediterráneo, tendidos sobre alguna roca olvidada... No me afligían sus traiciones, pues con Justine el orgullo masculino de la posesión pasaba a ser algo secundario. Lo que me hechizaba era la ilusión de que tal vez podría llegar a saber cómo era de verdad; pero ahora veo que no era realmente una mujer sino la encarnación de la Mujer, que no admite vínculo alguno en la sociedad en que vivíamos.
En todas partes ando al acecho de una vida que valga la pena de ser vivida. Quizá si me muriera o me volviera loca, llegaría a encauzar todos esos sentimientos que no tienen salida. El médico de quien estuve enamorada me dijo que yo era una ninfomaníaca, pero en mi placer no hay glotonería ni complacencia, Jacob. Desde ese punto de vista es un derroche completo. ¡Derroche, querido, derroche! Dices que gozo tristemente, como los puritanos. Pero aun en eso eres injusto conmigo. Gozo trágicamente, y si mis amigos médicos necesitan una palabra complicada para describir la criatura sin corazón que parezco ser, se verán forzados a admitir que lo que me falta de corazón me sobra de alma. Y ahí está la raíz del mal.’ Como se ve, no son éstas las distinciones de que suelen ser capaces las mujeres. Parecía como si a su mundo le faltara en cierto modo una dimensión, y que el amor se hubiera replegado hasta volverse una especie de idolatría. Al principio confundí esta manera de ser con un egotismo arrasador, que se consumía a sí mismo, porque Justine parecía ignorar todas las menudas reglas de lealtad que constituyen la base del afecto entre hombres y mujeres. Esto suena un tanto pomposo, pero no tiene importancia. Ahora, recordando los terrores y exaltaciones de Justine, me pregunto si yo tenía razón. Pienso en aquellos dramas tediosos, aquellas escenas en cuartos amueblados, Justine abriendo los grifos para ahogar el sonido de sus sollozos. Yendo y viniendo, con las manos apretadas bajo las axilas, murmurando algo para sí, inflamándose como un barril de pólvora a punto de estallar. Mi salud precaria, mis nervios frágiles, pero sobre todo mi sentido europeo del humor, la exasperaban en esos momentos más allá de toda medida. Si se sentía ofendida, por alguna afrenta imaginaria recibida en el curso de una cena, iba y venía como una pantera por la alfombra tendida a los pies de la cama. Si yo me quedaba dormido, se ponía furiosa y me sacudía por los hombros, gritando: ¡Levántate, Jacob! ¿No ves cómo sufro? Si me negaba a participar en el juego, era capaz de romper cualquier objeto del tocador, con tal de tener un pretexto para llamar a la criada. Cuántas veces habré visto las caras aterradas de las sirvientes en presencia de esa mujer enfurecida, con su vestido de fiesta dorado o plateado, que les decía con una cortesía espantosa: Hágame el favor de limpiar esa mesa. He roto no sé qué, soy tan torpe... Y luego se sentaba a fumar cigarrillo tras cigarrillo.
—Sé muy bien lo que te pasa –le dije una vez–. Cada vez que me eres infiel y te devoran los remordimientos, me provocas para que yo te golpee y te absuelva así en cierto modo de tus pecados. Pues bien, querida, me niego a ser el alcahuete de tus satisfacciones. A ti te toca cargar con tus penas. Tratas de que yo te azote, pero sólo me das lástima.
Debo reconocer que esto la dejó muy pensativa por un rato, y que sus manos se pusieron a acariciar involuntariamente la suave piel de sus piernas, que había depilado esa misma tarde...
Pero más adelante, cuando empecé a cansarme de ella, me aburría tanto ese abuso de las emociones que terminé por insultarla y reírme de ella. Una noche la traté de judía histérica y exasperante. Estalló en esos terribles sollozos roncos, tantas veces escuchados que aún ahora su recuerdo (su riqueza, su densidad melodiosa) me hiere, y se tiró en la cama, los miembros fláccidos, sacudida por espasmos de histeria que eran como chorros brotando de una manguera.
¿Eran tan frecuentes esas escenas o mi memoria las multiplica? Quizá sólo sucedió una vez, y los ecos me engañan. Como quiera que fuese, muchas veces me parece oír el ruido que hacía ella al destapar el frasco del somnífero y el menudo rumor de las tabletas cayendo en el vaso. Aunque estuviera medio dormido, las contaba para asegurarme de que no tomaría demasiadas. Pero todo esto sucedió mucho más tarde; al principio le pedía que viniera a mi cama, y ella obedecía sin naturalidad, de mala gana, fría. Yo estaba lo bastante loco como para creer que podría fundir ese hielo y darle la tranquilidad física sobre la cual suponía que descansaba la paz espiritual. Me equivocaba. Había allí un nudo profundo que ella hubiera querido desatar, y que era muy superior a mis posibilidades como amante y como amigo. Por supuesto. Por supuesto. Yo sabía todo lo que se podía saber en esa época sobre la psicopatología de la histeria. Pero detrás de eso había otra cosa, que creí poder descubrir. En cierto modo Justine no buscaba la vida, sino una revelación integradora que pudiera darle un sentido.”
- “¡Raquel!, ¡Ayúdame!”
- ¡Andrés!, ¡Mi amor!, ¿Dónde estas?
- “¡Raquel!, ¡Ayúdame!”
- ¡Andrés!, ¡Mi amor!, donde...
“Se ponía el sol”.
Las tres granjas tomadas y fortificadas en la medida de lo posible, vueltos a mandar a Toledo los milicianos que habían atacado a descubierto la primera granja, y dadas las instrucciones a los oficiales, Jiménez, con una hermosa cruz de tafetán inglés a la izquierda de su cráneo rapado, caminaba con Andrés hacia San Isidro, donde se organizaban los acuartelamientos de la columna. La carretera era color de losas roídas por los guijarros; hasta el horizonte, nada que no fuese piedra, y los arbustos espinosos que crecían acá y allá parecían armonizar sus ramas puntiagudas con las salientes de las rocas amarillas.
Andrés pensaba en algunas frases que Sanjurjo acababa de decir a los oficiales de la columna. «De una manera general, el valor personal de un jefe es tanto más grande cuando más grande es su mala conciencia de jefe. Recuerden ustedes que tenemos mucha más necesidad de resultados que de ejemplos.» Andrés caminaba lentamente para no adelantarse al coronel, que arrastraba su pierna; la claudicación también formaba parte de las noticias falsas.
- Los nuevos han peleado bien, ¿verdad? –preguntó Andrés.
- Sí.
- Los fascistas se escaparon sin combatir.
A causa de su semi sordera, a Sanjurjo le gustaba hablar mientras caminaba y monologar.
—En Talavera, es la dispersión, muchacho. Atacan con tanques italianos... El coraje es algo que se organiza, que vive y que muere, que hay que mantener como los fusiles... El coraje individual no es más que una buena materia prima para el coraje de las tropas... No hay un hombre sobre veinte que sea realmente cobarde. Dos sobre veinte son orgánicamente valientes. Hay que hacer una compañía eliminando al primero, empleando lo mejor posible los otros dos y organizando los diecisiete restantes...
Andrés recordaba una aventura que formaba parte del folklore de la columna: Jiménez, subido en la capota de su Ford, repetía a los milicianos de su regimiento, formados en torno de su cacharro, sus instrucciones contra el bombardeo de aviones: una escuadrilla enemiga, recién llegada de Italia, había partido esa mañana para Toledo. «La bomba de avión estalla como una flor de regadera.» Los hombres ponían una cara terrible; siete bombarderos enemigos, escoltados por aviones de caza, estaban por ponerse en fila para pasar por encima de la plaza. El coronel era sordo, pero la brigada oía los motores. «Les recuerdo que en esos casos, el miedo y la temeridad son igualmente inútiles. Nada de lo que está por debajo de un metro puede ser alcanzado. A una compañía acostada, la bomba de un avión sólo puede herir a los que están en el lugar mismo en que cae.» Es siempre así, pensaban los oyentes que bizqueaban hacia el cielo y oían la profunda vibración de los motores aumentar de segundo en segundo. Se necesitaba toda la autoridad de Jiménez para que los milicianos no se echaran boca abajo. Todos sabían cómo había tomado el hotel Colón. Las narices se levantaban ostensiblemente. Andrés, con el pulgar, sin moverse, había mostrado el cielo. «¡Cuerpo a tierra todo el mundo!», Había gritado Sanjurjo. Los oficiales se pusieron cuerpo a tierra al instante. El primer bombardero enemigo, viendo desaparecer la concentración de su mira, había lanzado sus bombas al azar sobre el pueblo y los otros habían guardado las suyas para Toledo. Sólo hubo un herido. Desde entonces, en los milicianos de Sanjurjo había desaparecido el terror de los aviones.
«Extraña cosa, la guerra: hasta para el jefe más brutal, matar es un problema de economía: gastar lo más posible hierro y explosivo para gastar lo menos posible carne viva. No tenemos mucho hierro...”
Detrás del pueblo se encendían las primeras fogatas de los milicianos. Sanjurjo las miraba con amargo afecto:
Discutir sus debilidades es completamente inútil. Desde el momento en que las gentes quieren batirse, toda crisis del ejército es una crisis de dirección. Yo he servido en Marruecos: los moros, cuando llegan al cuartel, ¿cree usted que son magníficos? Por supuesto, estaremos obligados a hacer una disciplina republicana para todas nuestras tropas, o dejar de vivir. Pero, aún ahora, no se equivoque usted, hijo mío: nuestra crisis profunda es una crisis de mando. Nuestra tarea es más difícil que la de nuestros adversarios, eso es todo...
«Lo que organizan sus amigos, los señores comunistas –¡quién me hubiera dicho que había de pasearme amistosamente con un bolchevique!–, lo que organizan sus amigos, ese 5.º Regimiento, si no es la Reichswehr, es sin embargo serio. ¿Pero con qué armas lo armarán cuando sea un cuerpo del ejército?
- El barco mexicano ha llegado a Barcelona.
- Veinte mil fusiles... Casi no hay aviones... Casi no hay cañones... Las ametralladoras... Usted ha visto, hijo mío, hay una para cada tres compañías. En caso de ataque, se la prestan. La lucha no es entre los moros de Franco y nuestro ejército – que ya no existe –: es entre Franco y la organización del nuevo ejército. Los milicianos sólo les queda, por desgracia, hacerse matar para ganar tiempo. Pero este ejército, ¿dónde encontrará sus fusiles, sus cañones, sus aviones? Improvisaremos un ejército más rápidamente que una industria.”
- ¡Andrés, mi amor regresa pronto!.



XXII


- ¡Ya no aguanto más!, ¿Hasta cuándo tendremos que ocultar la verdad?
- ¡cálmate Vicente!, no sé porque presiento que dentro de muy poco...
- ¿Quieres que me calme?, ¡por Dios Adriana!, hemos estado ocultando la verdad demasiado tiempo. Piensa en los niños.
- ¡Déjalos a ellos afuera!.
- Como pretendes que los deje afuera si los quiero como si fueran mis hijos, si al ver sus rostros veo reflejado la necesidad de alguien que los proteja que los cuide.
- ¡Para eso esta su madre!.
- ¿Y también nosotros Adriana!.
- ¡Yo los adoro también!.
- ¡Maira!, ¡Por el amor de Dios!, ¿Que haces aquí?, ¡Cómo te atreves a hablar!... Si la señora o los niños te hubieran escuchado nos vamos todos a la remolienda.
- Es que ya no aguanto más. Quiero hablar con ellos decirles la verdad, decirles del peligro que tienen al vivir en ese lugar.
- ¡Ya basta!, Hemos guardado silencio hasta ahora y hemos llegado muy lejos. No voy a permitir errores ahora que estamos tan cerca.
- ¿Cerca de que?
- De Franco.
- Sí pero ellos..
- ¿Ellos?... tú sabes que están igual que nosotros.
- Sí pero ellos...
- ¡Ya basta!, Vamos a regresar a la casa, continuaremos haciendo nuestras labores y dentro de muy poco se los aseguro los niños y la señora sabrán la verdad y nosotros nos ocuparemos de Franco.



XXIII


“Por más que se hicieron las más solícitas investigaciones sobre el asesinato de don Ramón Fuenzalida y su familia, por de pronto no pudo averiguarse cosa cierta, ni acerca del lugar, ni del autor del crimen. Se había visto por última vez al Duque aquella noche, cerca de una cruz que estaba en la calle que conduce a Santa María; y se creyó haberse perpetrado el asesinato cerca de aquella cruz, porque se habían visto allí caballeros y peones. La incertidumbre que reinaba sobre el suceso, excitaba continuamente a las más diversas conjeturas. El actual gobierno, la reina española y la Iglesia, fueron objeto de repetidas sospechas. Decíase además, que podían haber sido las gentes de la servidumbre de Ramón Fuenzalida, a causa de la anterior contienda de éste con el Duque. Finalmente, se aseguraba también con toda certidumbre, que el autor era Madame Paige, o su hermano Carlos. El Duque Ramón Fuenzalida, que refiere estas cosas a 20 de junio, menciona al fin de su escrito la carta de su hermano anunciando que Madame Paige había ido a Madrid, y el hermano de ella no había salido de Salamanca. «Aunque es increíble –continúa– que tan cruel atentado haya sido llevado a cabo por cualquiera de los dos, alabo con todo que Madame Paige haya escrito acá demostrando su inocencia y la de su hermano. » Luego que aquí se ha sabido, que Madame Paige había ido a Madrid, y que su hermano no se había movido de Salamanca, se han hecho nuevas conjeturas acerca del autor del espantoso homicidio, y se sigue buscando por todos caminos el modo de poner en claro este asunto. Informa para la televisión española Adriana Rokha.”
- oye Adriana, tienes en el teléfono al general Franco.
- ¿Al general Franco?
- Sí.
- Y que quiere.
- No sé pero esta enojado
- ¿Enojado? ¿Porqué?
- ¡Yo que tú hablo enseguida con él!.
- ¿Aló? ¿General Franco?
- ¿Es usted la periodista que hizo el reportaje sobre el Duque Ramón Fuenzalida?
- ¡Sí señor!.
- ¡Quiero toda la información que posea sobre Madame Paige y su hermano Carlos en mi oficina mañana a primera hora!
- ¡Pero eso es imposible!, ¡es confidencial!
- Me importa una puta madre si lo es o no, lo quiero mañana a primera hora.
- ¡No puedo!.
- ¡Oh si que puede!, porque no quiere perder su trabajo ¿no es cierto?
- ¡Usted no puede hacer eso!
- Pruébeme y verá que sí. Mañana a primera hora quiero ese informe ¿me entendió?
- Pero general, es que... ¿aló?, ¿General?
XXIV


“Nos queda ahora por ver cuáles deben ser el comportamiento y gobierno de un príncipe con súbditos y amigos. Y como sé que muchos han escrito sobre esto, temo, al escribir yo también sobre ello, ser tenido por presuntuoso, máxime al alejarme, hablando de esta materia, de los métodos seguidos por los demás. Pero siendo mi intención escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la simple imaginación de las mismas. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca se han visto ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al príncipe que quiera seguir siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no este conocimiento según lo necesite.
Dejando por lo tanto de lado todo lo imaginado acerca de un príncipe y razonando sobre lo que es la realidad, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos —y sobre todo los príncipes por su situación preeminente—, son juzgados por alguna de estas cualidades que les acarrean o censura o alabanza: y así, uno es tenido por liberal, otro por mezquino (usando un término toscano, ya que «avaro», en nuestra lengua es aquel que desea poseer por rapiña, mientras llamamos «mezquino» al que se abstiene en demasía de utilizar lo propio); unos queda ahora por ver cuáles deben ser el comportamiento y gobierno de un príncipe con súbditos y amigos. Y como sé que muchos han escrito sobre esto, temo, al escribir yo también sobre ello, ser tenido por presuntuoso, máxime al alejarme, hablando de esta materia, de los métodos seguidos por los demás. Pero siendo mi intención escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la simple imaginación de las mismas. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca se han visto ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al príncipe que quiera seguir siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no este conocimiento según lo necesite.
Dejando por lo tanto de lado todo lo imaginado acerca de un príncipe y razonando sobre lo que es la realidad, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos —y sobre todo los príncipes por su situación preeminente—, son juzgados por alguna de estas cualidades que les acarrean o censura o alabanza: y así, uno es tenido por liberal, otro por mezquino (usando un término toscano, ya que «avaro», en nuestra lengua es aquel que desea poseer por rapiña, mientras llamamos «mezquino» al que se abstiene en demasía de utilizar lo propio); uno es considerado generoso, otro rapaz; uno cruel, otro compasivo; uno desleal, otro fiel; uno afeminado y pusilánime, otro feroz y atrevido; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno recto, otro astuto, uno duro, otro flexible; uno ponderado, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo y así sucesivamente. Y yo sé que todos admitirán que sería muy encomiable que en un príncipe se reunieran, de todas las cualidades mencionadas, aquéllas que se consideran como buenas; pero puesto que no se pueden tener todas ni observarlas plenamente, ya que las cosas de este mundo no lo consienten, tiene que ser tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que le arrebatarían el estado y guardarse, si le es posible, de aquéllos que no se lo quiten; pero si no fuera así que incurra en ellos con pocos miramientos. Y aún más que no se preocupe de caer en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el estado, porque si consideramos todo cuidadosamente, encontraremos algo que parecerá virtud, pero que si lo siguiese sería su ruina y algo que parecerá vicio pero que, siguiéndolo, le proporcionará la seguridad y el bienestar propio. no es considerado generoso, otro rapaz; uno cruel, otro compasivo; uno desleal, otro fiel; uno afeminado y pusilánime, otro feroz y atrevido; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno recto, otro astuto, uno duro, otro flexible; uno ponderado, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo y así sucesivamente. Y yo sé que todos admitirán que sería muy encomiable que en un príncipe se reunieran, de todas las cualidades mencionadas, aquéllas que se consideran como buenas; pero puesto que no se pueden tener todas ni observarlas plenamente, ya que las cosas de este mundo no lo consienten, tiene que ser tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que le arrebatarían el estado y guardarse, si le es posible, de aquellos que no se lo quiten; pero si no fuera así que incurra en ellos con pocos miramientos. Y aún más que no se preocupe de caer en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el estado, porque si consideramos todo cuidadosamente, encontraremos algo que parecerá virtud, pero que si lo siguiese sería su ruina y algo que parecerá vicio pero que, siguiéndolo, le proporcionará la seguridad y el bienestar propio.”
¿El príncipe de Maquiavelo?.
¡Oh, general me pilló leyendo!
¡es una buena forma de pasar el tiempo!, disculpe el atraso pero he tenido un pequeño percance supongo que no le ha molestado.
A decir verdad sí, porque soy una mujer muy ocupada.
Que puede quedar cesante y tener todo el tiempo del mundo.
¡No comprende!.
Mire Adriana, vayamos al grano... a ninguno de los dos le sobra el tiempo así que quiero ser lo más directo con usted, ¿de dónde sacó la información sobre Madame Paige?
¡De la misma fuente!
¡Eso es imposible!, Madame Paige murió hace diez años de tuberculosis.
Yo también creí en un comienzo en eso pero al final la encontré.
¡No es posible!, ¡debo verla!.
Me temo que no puede.
¿Porqué?
Porque me pidió que no le dijera nada a nadie a cambio de proporcionarme información.
¿Información?, ¿Que clase de información?
Confidencial.
Haber, ¡parece que no nos estamos entendiendo!. ¿Qué clase de información le proporcionó Madame Paige?
Las razones de porqué mató al Duque Ramón Fuenzalida.
¿Y usted sabe las razones?.
¡Por supuesto!.
¿Cuáles son?
¡Ya le dije que no puedo!.
¡A la mierda su ética!, o me dice por las buenas o por las malas.
General creo que es mejor que me vaya.
Vamos Adriana... ¡por el amor de Dios coopere!.
Una pregunta general, ¿ porque tiene tanto interés por saber la verdad?
Porque... porque el Duque fue un gran amigo de mi padre.
¿Un amigo de su padre?
¿Quién fue su padre general?
¡no estamos aquí para que me haga una entrevista!... ¡yo hago las preguntas!, ¿de acuerdo?
Esta bien.
Una duda, ¿cómo encontró usted a Madame Paige?
¡Porque una amiga mía es su nieta!.
¿La nieta de Madame Paige?
Si general y ya debo irme, debo volver al trabajo
Pero aún no
Lo siento, permiso.



XXV


“Ay Madame Paige, ¡quien lo iba a pensar!, Te ocultaste muy bien durante mucho tiempo, fuiste feliz por matar a mis padres, si te felicito... yo tampoco los soportaba de hecho, creo que me hiciste un favor, porque yo cuando fuera más grande me iba a encargar de ellos. Me encanta como lograbas esquivar todas mis trampas, ¡eras muy inteligente!, ¿no es cierto?... Te encantaba presumir tu sabiduría, tu cultura, tu estampa, eras una mujer demasiado fina. Lástima que fueras tan mujer como cualquiera. Porque caíste igual que todas. Ojalá hubiera estado ahí para ver tu rostro... me imagino que sorpresa te llevaste cuando supiste quien era Juan Pablo. Mi hijo, mi amado y estúpido hijo.”



XXVI

“Hace mucho pero mucho tiempo sucedió algo extraordinario que no tiene analogía en el pasado.
De un momento a otro ese medio inanimado comenzó a ser testigo de la aparición de lo más grande existente en toda la historia: La vida.
¿Cómo se produjo este portentoso fenómeno?, ¿Cómo se origino la vida?
Todas estas interrogantes han atraído el interés de muchos científicos que a través de los miles de años han propuesto distintas teorías sobre el origen de la vida.
Guiados por la apariencia los griegos en el periodo culminante de la ciencia helena se entregaban a la ilusión de que el pasaje de la materia inanimada a al vida se realizaría con frecuencia y se produciría actualmente, delante de nuestros ojos en la naturaleza.
¿Acaso la tierra húmeda no produce gusanos?
Aristóteles, el mayor de los biólogos del mundo antiguo, enseñaba que los animales inferiores provendrían de la descomposición de toda clase de sustancias: desde el fango hasta los más distintos restos animales y vegetales, la materia inerte podía dar origen bajo la influencia bajo la influencia del calor solar, a gusanos, moluscos e insectos.
Lamentablemente Aristóteles no sabia que existen huevos microscópicos, lo que significaba la existencia de microorganismos.
De esta manera paso el tiempo y esta teoría de la generación espontánea había pasado al olvido hasta que resurge con fuerza en el renacimiento.
Con la invención del microscopio por parte del holandés Antonio Van Leeuwenhoek se descubrió a estos seres que se encuentran presente en todas partes.
Spallanzani trataba de todos los medios posibles demostrar la falsedad de esta teoría, pero siempre se encontraba con opositores como Needham que criticaron duramente sus experimentos.
Es entonces cuando aparece el genio de Pasteur quien busca respuesta para todas las interrogantes existentes hasta entonces.Para ello dio a un frasco que contenía caldo de cordero un cuello largo y sinuoso. El aire podía penetrar hasta el liquido por el cuello abierto cuya sinuosidad sin embargo detenía los gérmenes que quedaban depositados sobre la pared del cuello. En estas condiciones el liquido fermentable después de haber sido calentado permaneció estéril semanas, meses y años.
Pero aun quedaba demostrar algo. El argumento de que el intenso calor había destruido la fuerza vegetativa del liquido determinando así su esterilidad, Pasteur corto sencillamente al frasco el cuello, mostrando que, desprovisto del cuello protector el caldo pululaba al cabo de pocas horas de microorganismos.
De esta manera Pasteur pudo concluir: “la generación espontánea es una quimera. No hay vida sin vida preexistente”.
En el siglo XIX surgió la idea de que la vida tenía un origen extraterrestre: los meteoritos que chocan contra nuestro planeta habrían depositado gérmenes procedentes de otro. En 1906, el químico Svante Arrhenius propuso la hipótesis de que los gérmenes habían sido transportados por la radiación luminosa. Estas teorías fueron refutadas algunos años más tarde por Paúl Becquerel, quien señaló que ningún ser viviente podría atravesar el espacio y resistir las rigurosas condiciones que reinan en el vacío (temperatura extremadamente baja, radiación cósmica intensa, por ejemplo.) Además, estas soluciones a medias no hacen sino desplazar el problema, pues, aun admitiendo el origen extraterrestre de la vida, quedaría por averiguar cómo ha aparecido en otros planetas.
La primera teoría coherente que explicaba el origen de la vida la propuso en 1924 el bioquímico ruso Alexander Oparin. Se basaba en el conocimiento de las condiciones físico-químicas que reinaban en la Tierra hace 3.000 a 4.000 millones de años. Oparin postuló que, gracias a la energía aportada primordialmente por la radiación ultravioleta procedente del Sol y a las descargas eléctricas de las constantes tormentas, las pequeñas moléculas de los gases atmosféricos (H2O, CH4, NH3) dieron lugar a unas moléculas orgánicas llamadas prebióticas. Estas moléculas, cada vez más complejas, eran aminoácidos (elementos constituyentes de las proteínas) y ácidos nucleicos. Según Oparin, estas primeras moléculas quedarían atrapadas en las charcas de aguas poco profundas formadas en el litoral del océano primitivo. Al concentrarse, continuaron evolucionando y diversificándose.”
- ¡Vicente!, ¿todavía no puedes olvidar tu pasado?.
- Es muy difícil Adriana, yo tenía todo un futuro por delante.
- Lo sé, eras un gran investigador, hasta que aparecí yo y te propuse un trabajo junto con la Maira.
- A veces pienso que debí haberte dicho que no, que te olvidaras de todo pero siempre fuiste tan decidida.
- ¡Soy decidida!, que no se te olvide.
- Lo sé, Adriana
- Además tu estabas enamorado de mí así que de todas maneras ibas a aceptar.
- Todavía lo estoy Adriana tú eres muy hermosa.
- Lo mismo le decías a la Maira, eres un don Juan.
- ¿Yo?, ¡Eso es mentira!.
- Lamentablemente la Maira quedo muda.
- Pobrecita ella fue la última en vernos...
- ¡Calla! Tu sabes que no podemos hablar.
- Pero, ¿hasta cuándo?
- Hasta que ocurran unos sucesos para que la señora se de cuenta ella misma de la verdad.
- ¿Y mientras tanto?
- Cuidaremos la casa.


XXVII

- ¿Cómo es eso de que se escaparon?
- No lo entiendo señor, hace un momento estaba ahí junto con sus dos hijos
- ¡Imbécil! Búscala y tráemela de nuevo si no quieres morir.
- Sí señor.
No puedo creer que sean tan estúpidos, si solo es una mujer campesina que va con dos pequeños, ¿cómo escapó?... ¡ claro!... ¡fue Andrés!, de alguna manera liberó a su esposa y a sus hijos, ¿pero cómo? Sin duda es un gran hombre un verdadero Fuenzalida al igual que Franco; a todo esto, sabrá que Franco el general que tanto detesta es su tío.
Hay tantas cosas ocultas, tantos secretos sin revelar, tanta traición que me llega a helar la piel de sólo pensar en lo que pasaría si ellos llegan a saber la verdad.
¡Señor!, Aquí esta Andrés.
¡Andrés! ¿Me puedes explicar como hiciste para que se escaparan de aquí tu familia?
¿Escaparon?
¡No te hagas el imbécil!.
Yo te dije que a ellos no los podrías tocar.
sin embargo hay algo que me inquieta, ya que lograste engañarnos y de alguna forma ayudaste a que se escapara tu familia, ¿porqué tú no te fuiste con ellos?
¡Porque yo voy a ir contigo a la guerra!.
Eso quería escuchar.
No voy a permitir que nadie te mate José, porque cuando termine esto yo mismo lo voy a hacer y te aseguro que pagarás por haber quemado Villa La Hermosa.
¡Oh! No me digas que estas triste por ese fundo. Al contrario deberías darme las gracias porque ya no tienes ninguna deuda.
¡Claro que tengo una!, la de mis antepasados, la de todos aquellos trabajadores que se esforzaron por el progreso de la villa, todos sus esfuerzos, todos sus sacrificios, todos sus sueños, todos los ideales de ellos son mi deuda y te juro que no descansaré hasta pagarla.
Es decir, hasta matarme.
¡Por supuesto!.
Por el momento estas de manos cruzadas y me debes lealtad a mí y al general Franco
¡Eso nunca!.
Ya veremos quizás cuando lleguemos a Cádiz dirás otra cosa.


XXVIII

La casa de Madame Paige estaba cerrada por dentro. Llamé una vez y susurré el nombre de Madame. Miré hacia atrás, las sombras del patio, la pileta que se erguía como un animal irascible me disuadieron de regresar al lóbrego camino por donde llegué. Volví a llamar, esta vez un poco más fuerte. Esperé unos segundos y decidí cambiar de táctica, me desplacé unos metros hacia la izquierda y di unos golpes con la punta de los dedos en el frío cristal de la ventana. Madame, dije, Madame, ábrame soy yo. Después me quedé en silencio, a la espera de algún resultado pero en el interior de la casita nadie se movió. Exasperado, aunque más correcto sería decir exasperadamente resignado, me arrastré otra vez hacia la puerta y me dejé resbalar con la espalda apoyada en esta y la mirada perdida. Intuí que finalmente me quedaría allí, dormido de una manera u otra a los pies de Madame Paige, tal como hace unas horas yo mismo, de forma imprudente e intrépida había deseado. De buena gana me hubiera echado a llorar. Tenía solamente catorce años. Unos segundos después la puerta se abrió y una voz susurrada y soñolienta me preguntó que hacia allí.
Era Madame Paige.
- no he podido dormir, no dejo de pensar en ti - dije
- Pasa - dijo Madame -. No hagas ruido.
La seguí con las manos extendidas como un ciego. De pronto tropecé con algo. Era la cama de Madame Paige. La oí ordenarme que me acostara, luego la vi deshacer el camino ( la casita de Madame es verdaderamente grande) y cerrar sin ruido la puerta que había quedado semiabierta. No la oí regresar la oscuridad entonces era total, aunque tras unos instantes yo estaba sentado al borde de la cama, no acostado como me había ordenado, distinguí el contorno de la ventana a través de las enormes cortinas de lino. Después sentí que alguien se metía en la cama y se estiraba y después, pero no se cuanto tiempo pasó sentí que esa persona se levantaba apenas, probablemente reclinada sobre un codo y se jalaba hacia si. Por el aliento supe que estaba a pocos milímetros del rostro de Madame. Sus dedos recorrieron mi cara, desde la barbilla hasta los ojos, cerrándolos como invitándome a dormir, su mano, una mano huesuda, me bajó la cremallera de mis pantalones y buscó mi aposento; no sé porqué, tal vez a lo nervioso que estaba, afirmé que no tenia sueño. Ya lo sé, dijo Madame, yo tampoco. Luego todo se convirtió en una sucesión de hechos concretos o de nombres propios o de verbos, o de capítulos de un manual de anatomía deshojado como una flor, interrelacionados caóticamente entre sí. Exploré el cuerpo desnudo de Madame Paige, el glorioso cuerpo desnudo de Madame en un silencio contenido, aunque de buena gana hubiera gritado, celebrando cada rincón, cada espacio terso e interminable que encontraba. Madame, menos recatada que yo, al cabo de poco comenzó a gemir y sus maniobras inicialmente tímidas o mesuradas, fueron haciéndose mas abiertas, guiando mi mano hacia los lugares que esta, por ignorancia o por despreocupación, no llegaba. Así fue como supe en menos de diez minutos donde estaba el clítoris de una mujer y como había que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre, eso sí, dentro de los límites de la dulzura, límites que Madame, por otra parte transgredía constantemente pues mi nido, bien tratado en los primeros envites, pronto comenzó a ser martirizado entre sus manos; Manos que en algún momento me supieron en la oscuridad y entre el revoltijo de sabanas a garras de halcón o halcona tironeando con tanta fuerza que temí quisiera arrancármela de cuajo. Después (pero antes me había bajado los pantalones hasta las rodillas) me monté encima de ella y se lo metí.
- no te vengas dentro - dijo Madame
- Lo intentaré - dije yo.
- ¿Cómo que lo intentaras? ¡No te vengas dentro!
Miré a ambos lados de la cama mientras las piernas de Madame se anudaban y desanudaban sobre mi espalda (hubiera querido seguir así hasta morirme) de improviso sentí que los labios de Madame succionaban mi tetilla izquierda, casi como si me mordiera el corazón. Di un salto y se lo metí todo de un envión, con ganas de clavarla en la cama (los muelles de esta comenzaron a crujir espantosamente y me detuve), al tiempo que le besaba el pelo y la frente con la máxima delicadeza. Ni noté cuando me vine, por supuesto, alcancé a sacarla, siempre he tenido buenos reflejos.
- ¿No te habrás venido dentro?- dijo Madame.
Le juré al oído que no. Durante unos segundos estuvimos ocupados respirando. Le pregunté si ella había tenido un orgasmo y su respuesta me dejo perplejo:
- Me he venido dos veces, Juan Pablo, ¿no te has dado cuenta? - preguntó con toda la seriedad del mundo.
Dije sinceramente que no, que no me había dado cuenta de nada.
todavía la tienes dura – dijo Madame
- Parece que sí – dije yo- ¿te la puedo meter otra vez?
- Bueno – dijo ella.
No sé cuanto tiempo pasó. Otra vez me corrí fuera. Esta vez no pude ahogar mis gemidos.
- Ahora mastúrbame –dijo Madame.
- ¿No has tenido ningún orgasmo?
- No esta vez no he tenido ninguno, pero me lo he pasado bien. –me cogió la mano, selecciono el índice y me lo guió alrededor del clítoris -. Bésame los pezones, también puedes morderlos pero al principio muy despacio –dijo-. Luego muérdelos un poco mas fuerte. Y con la mano cógeme del cuello. Acaríciame la cara. Méteme los dedos en la boca.
- ¿No prefieres que te chupe el clítoris? –dije en un intento vano de encontrar las palabras más elegantes.
- No por ahora no, con el dedo basta. Pero bésame las tetas.
- Tienes unos senos riquísimos. –fui incapaz de repetir la palabra tetas.
Me desnudé sin salir de las sabanas ( de improviso me había puesto a sudar) y acto seguido procedí a ejecutar las instrucciones de Madame. Sus suspiros primeros y sus gemidos después me la volvieron a empalmar. Ella se dio cuenta y con una mano me acarició mi refugio hasta que ya no pudo más.
- ¿Que te pasa Madame? – le susurré al oído temeroso de haberle hecho daño en la garganta (aprieta, susurraba ella, aprieta) o de haberle mordido demasiado fuerte un pezón.
- Sigue, Juan Pablo – sonrió Madame en la oscuridad y me besó.
Cuando terminamos me dijo que se había venido mas de cinco veces. A mí, la verdad, me costaba hacerme a la idea, que estimaba fantástica, pero cuando me dio su palabra no tuve mas remedio que creerla.
Los dos temblábamos al unísono. Teníamos las caras pegadas. Hablábamos, vocalizábamos gracias a nuestras narices separadoras, pero aun así sentí con mis labios moverse sus labios.
- ¿Quieres que lo hagamos otra vez?
- Sí – dijo Madame.
- Bueno – dije un poco mareado -, si en el último momento te arrepientes, avísame.
- ¿Arrepentirme de qué? – dijo Madame.
La parte interior de sus muslos estaba empapada de mi semen. Sentí frió y no pude evitar suspirar profundamente en el momento que volvía penetrarla.
Madame Paige gimió y yo empecé a moverme cada vez con mayor entusiasmo.
Los dos nos reíamos bajito, yo sobre su nuca y ella hundiendo la cara en las almohadas.
Al finalizar no tenía animo ni para preguntar si se lo había pasado bien y lo único que anhelaba era quedarme poco a poco dormido con Madame en mis brazos. Pero ella se levantó y me obligó a vestirme y a seguirla en dirección al baño de la casa. Al salir al patio me di cuenta que ya estaba amaneciendo. Por primera vez en aquella noche pude ver con algo mas de claridad la figura de mi amante. Madame vestía un camisón blanco, con bordados rojos en las mangas, y tenia el pelo recogido con una cinta o un trozo de cuero trenzado. Se veía muy sensual a pesar de sus cincuenta y seis años. Después de secarnos pensé en llamar por teléfono a mi casa decirle a mi padre que no pude completar su misión, que se había equivocado que esta persona no pudo haber matado a mi abuelo, porque a pesar de la diferencia de edad que era evidente entre nosotros, parece que me estaba enamorando de esta mujer; pero Madame Paige dijo que mis padres seguramente estarían durmiendo (sin saber que mi padre era el general Franco) y que lo podía hacer mas tarde.
¿Y ahora qué? – le dije.
Ahora a dormir un poco – dijo Madame pasando su brazo por mi cintura.
Pero, las charlas y palabras de mi padre fueron más poderosas y maté a Madame Paige, no tuve piedad de ella la apuñale no sé cuantas veces mientras ella me miraba con sufrimiento y sorpresa y mientras yo lloraba y continuaba con mi locura.
- ¿Quién es tu padre? – me dijo Madame Paige mientras agonizaba.
- El general Franco – le dije - ya sin aguantar las lagrimas - mientras Madame Paige se llenaba de su propia sangre – perdóname – le dije.
- ¡No confíes en tu padre! – fue lo ultimo que dijo Madame Paige mientras se le iba la vida en un suspiro.
No había sentido del tiempo, ni un atisbo de razón en mí. Continuando con el plan debía quemar la casa pero al hacerlo no sólo quemaba ese espacio físico sino también los recuerdos existentes hace algunas horas. Me había convertido en un asesino, mi padre me felicitó por el trabajo y me presentó a una amiga, se llamaba Maira, ella me haría olvidar a Madame Paige. Había algo en ella que la hacia muy similar a Madame. Fueron siete meses de pasión y lujuria pero un día se fue y no regresó. La busqué por todas partes, pero no la encontraba hasta que un día leí en un periódico que la habían encontrado muerta. Desde entonces la vida me da lo mismo, mi padre continúa con su idea de gobernar España, a veces sueño con que lo mato, a veces sueño con que me convierto en un tirano como él, me quiero morir, me voy a suicidar, sólo Renata y su tímido hermano me han hecho reír. ¡Qué lástima que a mi padre no les gusten ellos! ¡Los van a hechar muy pronto!


XXIX


- ¡Niños!, ¡Niños!, ¡Vengan pronto!
- ¿Qué pasa señora? ¿Quién es ese hombre?
- ¡Este hombre Adriana es mi esposo!.
- ¿Su esposo?
- ¡Sí!, se llama Andrés y viene llegando de la guerra civil.
- Mucho gusto, me llamo Adriana y él es Vicente el jardinero y ella es Maira que es como mi hija.
- Hola.
- ¿Y los niños Adriana?
- Están durmiendo señora. Ha sido un día muy arduo para ellos.
- ¡Me imagino!.
- Necesito verlos.
- Pero amor, ¿no vas a comer?
- Voy a verlos.
- Esta bien, mientras tanto nosotras te cocinaremos lo que te gusta.
- ¡Disculpe señora!.
- ¿Sí Vicente?
- ¿Cómo se encontró con su esposo?
- Estaba internada en el bosque yo creo que ya estaba perdida por la neblina cuando de repente escuché el sonido de pasos que se acercaban. Me armé de valor y pregunté quien era. Estos pasos siguieron acercándose y yo estaba dispuesta a disparar cuando lo vi y mis ojos no daban crédito a lo que veía. ¡Era Andrés!. ¡Mi esposo!. ¡Mi amado esposo!. Creo que está enfermo debido a todo lo que ha visto. Por eso hay que cuidarlo hasta que se recupere y nos vayamos de este maldito país.
- ¿Y el cura Neruda?
- ¡Que importa el cura! Ahora está mi esposo. ¡Vamos a prepararle algo rico!



XXX


“Cuando el Duque, cansado de andar de la Puerta de Remire a la Plaza de Armas y de la Calle del Puerto a la Puerta de Remire, se sentó en un cipo esquinero, descorazonado por cuanto había visto, tuvo la sensación de haber caído en el asilo de locos de The Rake’s Progress. Todo, en esta ciudad-isla de Cayena, le resultaba inverosímil, desquiciado, fuera de lugar. Era cierto, pues, lo que le habían contado a bordo de la Venus de Medicis. Las monjas de Saint-Paul-de-Chartres, encargadas del hospital, iban por las calles con el hábito de su orden como si nada hubiese ocurrido en Francia, velando por la salud de revolucionarios que no podían prescindir de sus servicios. Los granaderos –váyase a saber por qué– eran todos alsacianos de hablar pastoso, tan inadaptados al clima que no acababan sus caras de largar erupciones y furúnculos a todo lo largo del año. Varios negros, de los que ahora se decían libres, eran expuestos sobre un tablado, con los tobillos fijos por argollas a una barra de hierro, para escarmiento de alguna holgazanería. Aunque existiese un asilo de leprosos en la Isla Malingre, muchos moribundos vagaban a su antojo, mostrando pesadillas físicas para conseguir limosnas. La milicia de color era un muestrario de andrajos; las gentes estaban como aceitosas; todos los blancos de alguna condición parecían malhumorados. Después de conocer el garboso traje de las guadalupanas, no acababa Esteban de asombrarse ante el impudor de las negras que andaban por todas partes, de pecho desnudo hasta las cinturas –lo cual era poco grato de ver, cuando se trataba de ancianas con los carrillos hinchados por mascadas de tabaco. Y luego, había allí una nueva presencia: la del indio de traza selvática, que venía a la ciudad en sus piraguas para ofrecer guayabas, bejucos medicinales, orquídeas o yerbas de cocimiento. Algunos traían sus hembras para prostituirlas en los fosos del Fuerte, a la sombra del Polvorín, o detrás de la clausurada iglesia de Saint-Sauveur. Se veían rostros tatuados o embadurnados con extraños tintes. Y lo más raro era que, a pesar de un sol que se metía por los ojos, realzando los exotismos del cuadro, aquel mundo abigarrado, pintoresco en apariencia, era un mundo triste, agobiado, donde todo parecía diluirse en sombras de aguafuerte. Un Árbol de la Libertad, plantado frente al feo y desconchado edificio que servía de Casa de Gobierno, se había secado por falta de riego. En una casona de muchas galerías estaba instalado un Club Político fundado por los funcionarios de la Colonia; pero ni energías les quedaban ya para repetir los discursos de otrora, habiendo transformado aquel lugar en un garito permanente, donde se tallaban cartas al pie de un amoscabado retrato del Incorruptible que nadie quería tomarse el trabajo de descolgar, a pesar de los ruegos del Agente del Directorio, porque estaba fuertemente clavado en la pared por las esquinas del marco. Quienes gozaban de bienes o prebendas administrativas, no conocían más distracción que la de engullir y beber, reuniéndose en interminables comilonas que empezaban a mediodía para prolongarse hasta la noche. Pero en todo se echaba de menos el bullicio, el tornasol de faldas, las modas nuevas, que tanto alegraban las calles de la Pointe-à-Pitre. Los hombres llevaban trajes raídos, heredados del antiguo régimen, sudando tanto en sus casacas de paños espesos, que siempre las tenían mojadas en las espaldas y las axilas. Sus esposas llevaban falda y adornos semejantes a los que, en París, lucían las aldeanas de los coros de ópera. No había una residencia hermosa, una taberna divertida, un sitio donde estar. Todo era mediocre y uniforme. Donde parecía que hubiera existido un Jardín Botánico, sólo se veía ahora un matorral hediondo, basurero y letrina pública, revuelto por perros sarnosos. Mirando hacia el Continente, se advertía la proximidad de una vegetación densa, hostil, mucho más infranqueable que los muros de una prisión. Esteban sentía una suerte de vértigo al pensar que la selva que allí empezaba era la misma que se extendía, sin descansos ni claros, hasta las riberas del Orinoco y las riberas del Amazonas; hasta la Venezuela de los españoles; hasta la Laguna de Parima; hasta el remotísimo Perú. Cuanto fuera amable en el Trópico de la Guadalupe, se tornaba agresivo, impenetrable, enrevesado y duro, con esos árboles acrecidos en estatura que se devoraban unos a otros, presos por sus lianas, roídos por sus parásitos.”
- ¿Quién es ese Duque?
- Se llamaba Ramón y estaba enamorado de mi abuela Madame Paige.
- ¿Madame Paige? ¿Quién era ella?
- Una famosa escultora francesa.
- ¿Y si se querían porqué no se casaron?
- Porque el duque ya estaba casado.
- ¿Entonces porqué se seguían viendo?
- Porque ambos se amaban y aunque él tenía familia lo que sentía por Madame Paige era tan fuerte y puro que rompía toda frontera.
- Sin embargo, jamás estuvieron juntos.
- No, es mas Madame Paige mató al duque porque la traicionó.
- ¿Mató al duque?
- ¡Sí!.
- ¿Pero porqué?
- Porque ambos se iban a escapar hacia Londres y olvidarse de todo pero el Duque jamás llegó y dejó plantada a Madame Paige y ésta enloquecida, fue hasta su casa y asesinó no sólo a él sino a toda su familia.
- ¿A toda su familia?, ¿Pero porqué?
- ¡Porque estaba loca!.
- ¡Que bonita la historia!
- No es historia es más Madame Paige vivió sus últimos años en esta casa.
- ¿Aquí?
- ¡Sí!
- ¿Cómo sabes?
- Porque conocí a su nieta.
- ¿Su nieta?
- Exactamente muchachos
- Oye Adriana, ¿cómo murió Madame Paige?
- ¡De tuberculosis!.
- Oh que lástima.
- ¿Y la Maira porqué esta muda?.
- No se sabe de un día para otro quedó muda.
- ¡Debió de ser terrible!.
- Lo fue, ¿y su madre?
- ¿Qué pasa con ella?
- No bajó a cenar, ¿estará enferma?
- ¡No!, seguramente debió tener otra pesadilla.
- ¿Otra pesadilla?
- Sí, tiene pesadillas desde que se volvió loca aquella vez.
- Oye Adriana, cuéntanos otra historia.
- Bueno, pero me prometen que después se van a ir a acostar.
- ¡Si lo prometemos!.
“Si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes.
—Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace —dijo Sancho—; que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y aporrear el sentido.

—¡Válate el diablo por hombre —replicó don Quijote—. ¿Qué va de yelmo a batanes?
—No sé nada —respondió Sancho—; mas a fe que si yo pudiera hablar tanto como solía, que quizá diera tales razones, que vuestra merced viera que se engañaba en lo que dice.
—¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? —dijo don Quijote—. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?
—Lo que yo veo y columbro —respondió Sancho— no es sino un hombre sobre un asno, pardo como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.
—Pues ése es el yelmo de Mambrino —dijo don Quijote—. Apártate a una parte y déjame con él a solas; verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mío el yelmo que tanto he deseado.
—Yo me tengo en cuidado el apartarme —replicó Sancho—; mas quiera Dios —tornó a decir— que orégano sea, y no batanes.
—Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, ni por pienso, más eso de los batanes —dijo don Quijote—; que voto..., y no digo más, que os batanee el alma.
Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había echado, redondo como una bola.
Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto, sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y ésta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y mal andantes pensamientos. Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo:
—¡Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con razón se me debe!
El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma sobre sí no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza si no fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado el suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo, y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto, y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y arpa con los dientes aquello por lo que él, por distinto natural, sabe que es perseguido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándola en las manos, dijo:
—Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de a ocho como un maravedí.
Y dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje; y como no se le hallaba, dijo:
—Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debía tener grandísima cabeza; y lo peor dello es que le falta la mitad.
Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa; mas vínosele a las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della.
—¿De qué te ríes, Sancho? —dijo don Quijote. —Ríome —respondió él— de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.
—¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún extraño accidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas, y en este entretanto, la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada.
—Eso será —dijo Sancho— si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo brebaje que me hizo vomitar las asaduras.
—No me da mucha pena el haberle perdido; que ya sabes tú, Sancho —dijo don Quijote—, que yo tengo la receta en la memoria.”
- ¡Yo quiero ser como el quijote!.
- ¿Tú?, ¡no me hagas reír!, si eres un cobarde.
- ¡Yo no soy un cobarde!
- ¿Ah no?, ¡Que bueno saberlo! Entonces te presento a mi amigo Juan Pablo.
- ¡No!, ¡es mentira!, Adriana dile que se vaya.
- ¿Renata!, no asustes a tu hermano.
- Está bien
- ¿Y ustedes todavía no están durmiendo?, ¿acaso piensan desobedecer las reglas?
- No mamá, ya nos vamos a acostar.
- Pero rápido.
- Buenas noches mamá.
- Buenas noches hijos.
- Buenas noches señora.
- Adriana, espere necesito conversar con usted un rato.
- Como usted diga señora.
- Usted sabe que para entrar en una habitación hay que cerrar la puerta que venía antes.
- Sí señora, ¿porqué?.
- ¡Porque estaba la puerta de la Biblioteca abierta!.
- ¡Eso es imposible señora!, yo he estado todo este rato con los niños.
- ¿y Vicente?
- El no tiene llaves de la casa, además usted le dio permiso para que fuera a comprar a la ciudad.
- Entonces dígale a Maira que no haga tanto ruido cuando deambule por la casa.
- Pero si ella no tiene llaves, además ella está durmiendo.
- ¿Me está diciendo que estoy inventando todo esto?
- ¡No señora!.
- ¿Usted piensa que estoy loca?
- No señora por ningún motivo.
- Mire Adriana, su labor es cuidar la casa y evitar que los niños salgan al patio así que no la quiero verla recorriendo la casa ni conversando tanto con los niños inventándoles historias, llenándoles la cabeza con pura porquería, ¿me entendió?
- ¡Si señora!
- Espero no volver a repetirlo, buenas noches.
- ¡Buenas noches señora!.


XXXI

«¿Es ésta la región», dijo el presito arcángel; «Éste es el país, el aura y hogar que á trueque se nos da del cielo? ¿Por la celeste luz noche de llanto?– ¡Sea! ¡que el rey de ahora mandar puede cuánto le plazca, y justo ha de ser ello! Cuanto más lejos de él, mejor: formóle Razón idéntico a los otros: Fuerza le ha sobrepuesto excelso a sus iguales.– ¡Adiós, campos de dicha donde reina sin fin placer! ¡Salud, horrores! ¡Salve mundo infernal! Y tú, tartáreo abismo, a tu dominador nuevo recibe: a uno con espíritu al que el sitio no muda ni los tiempos: el espíritu vive dentro de sí, dentro a sí puede hacer cielo el infierno, infierno el cielo. ¿Qué á mí el lugar, si soy yo el mismo siempre? si lo soy todo yo, menos tan sólo que aquel a quien el trueno ha levantado. Aquí, siquiera, habremos de ser libres: no hizo el Omnipotente esta morada, para de ella lanzarnos envidioso. Aquí seguros imperar podremos; y para mí el reinar es ansia noble, bien que en el orco sea; pues más vale rey ser del orco que en el cielo esclavo.– Empero, a los amigos generosos, a los partícipes de nuestra ruina, ¿yacer anonadados dejaremos del olvido en el lago? ¿Con nosotros a compartir esta mansión llorosa no los invitaremos? ¿O a reunirse con nos, porque intentemos nuevamente si algo por recobrar queda en el cielo o algo más que perder en el abismo?»
- ¡General!
- ¡Doctor Baroja!, ¿cómo esta mi hija?
- Franco, tu sabes que esta muy delicada, yo te sugiero que te prepares.
- ¿Cuánto tiempo le queda?
- Me encantaría ser optimista contigo, pero la enfermedad esta muy avanzada y la medicina existente aun no encuentra la cura.
- Lo sé, pero doctor ¿cuanto tiempo le queda?
- Yo diría unos dos meses.
- ¿Dos meses?
- Si es que no es menos
- ¿Tan mal esta?
- Me temo que esta en la agonía.
- Ya veo, sabes muy pronto comenzare una guerra civil
- ¿Guerra civil?, ¿Estas bromeando Franco?
- No y sabes yo te tengo afecto porque has cuidado a mi hija así que por eso te lo advierto y te pido que te vayas cuanto antes del país, porque sino lo haces lo mas probable es que te mate porque tu eres un partidario del actual sistema de gobierno.
- Pero Franco...
- Escúchame, quiero que te vayas y te lleves a mi hija contigo a Francia no la quiero ver morir.
- ¿Vas a abandonar a tu hija cuando más te necesita?.
- No quiero ver morir mas a uno de los míos ya vi suficiente con la muerte de mi padre, mi hermana y mi madre.
- Pero esto es inconcebible.
- Solo hazlo te daré una buena recompensa y ahora vete que tengo que juntarme con unos tenientes.



XXXII


“Cádiz, ciudad y puerto de España meridional, dentro de la comunidad autónoma de Andalucía, capital de la provincia homónima, está situada en el golfo de Cádiz (una entrada del océano Atlántico), cerca de Gibraltar. Se encuentra en la punta de un angosto istmo que forma el límite occidental de la bahía de Cádiz y une la antigua isla de León a tierra firme. El gran puerto se divide en una bahía exterior y un puerto interior casi sin acceso al mar.
Las principales industrias de la ciudad son los astilleros navales (que en las últimas décadas han sufrido una dura reconversión), la metalurgia y la industria alimenticia; tanto la pesca como el comercio, en especial con países americanos, tienen una destacada repercusión en la economía de la ciudad. Se exporta principalmente jerez, corcho, aceitunas, higos, pescado salado y sal, mientras que las importaciones más importantes son maquinaria, hierro, carbón, madera, café, cereales y otros comestibles. El turismo tiene menor importancia económica, aunque son muy destacados sus carnavales.
Cádiz es una ciudad pintoresca, con edificios blancos de estilo arquitectónico árabe y bellos paseos. Entre sus principales edificios se encuentran la catedral, que data de mediados del siglo XVIII, la iglesia de Santa Cruz y la iglesia de Santa Catalina, donde se encuentra la pintura inacabada Desposorios místicos de Santa Catalina, del artista español Bartolomé Esteban Murillo, que murió al caer mientras trabajaba en esta obra. La ciudad es la sede de la escuela médica de la Universidad de Sevilla, una escuela de navegación y una escuela teológica. En el Museo Arqueológico se exhiben valiosas antigüedades romanas y cartaginesas.
Los fenicios fundaron Cádiz, una de las ciudades más antiguas de Europa, en el año 1000 a.C. aproximadamente. Entre el año 700 y el 600 a.C. fue un próspero mercado de ámbar y estaño. En el año 501 a.C. fue conquistada por los cartagineses, que la perdieron ante los romanos en el 201 a.C., al final de la segunda Guerra Púnica. Destruida por los visigodos en el siglo V d.C., los musulmanes la conquistaron en el año 711 y la reconstruyeron. En 1262 Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, tomó la ciudad.
Tras el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, en 1492, Cádiz sustituyó a Sevilla, en el siglo XVII, como centro que ostentaba el monopolio del comercio americano, por lo que llegó a ser una de las ciudades más ricas de Europa. Hasta finales del siglo XVIII, sufrió varios ataques ingleses en su afán por desafiar la supremacía naval española; el primero se produjo cuando una flota inglesa dirigida por sir Francis Drake asaltó el puerto en 1587 y destruyó muchos barcos, pero no pudo saquear la ciudad.
Durante la Guerra de Independencia española, Cádiz fue sede de las Cortes que elaboraron la Constitución de 1812, siendo sitiada por la marina francesa entre febrero de 1810 y agosto de 1812. Tras la pérdida de las colonias españolas en América la prosperidad de la ciudad disminuyó, aunque desempeñó un destacado papel en los cambios políticos que se produjeron en el siglo XIX: fue el último reducto de los constitucionalistas ante la intervención francesa que permitió a Fernando VII gobernar de forma absoluta (1823), y en Cádiz se sublevó el almirante Juan Bautista Topete, en 1868, iniciando el movimiento revolucionario que destronó a la reina Isabel II.
Hoy, después de muchos tropiezos nos juntamos las tropas españolas con el fin de derrocar el actual sistema de gobierno, el general Franco ha sido muy claro en sus palabras, España debe ser libre y soberana y es nuestra misión compañeros lograr ese objetivo. Cádiz será testigo del poderío del ejercito de los rebeldes como nos catalogan y dentro de muy poco liberaremos a España del opresor, firmamos hoy el nuevo partido el frente popular y esperaremos a Franco quien parte junto con sus tropas desde Canarias en beneficio de España”.
- ¿un poco de historia?
- ¡Así es!, Tiene bastante historia Cádiz, mi querido amigo Álvaro.
- ¡General Sanjurjo!, está listo su avión.
- ¡Gracias Carlos!, cuídame a los muchachos y sobre todo a ese joven de allí. No dejen que se escape, mátenlo si es necesario
- ¡Sí general!.
- ¡Bueno muchachos!, me voy a Estoril a buscar unos tratados y regreso para tomar el control de todo esto, que viva España.



XXXIII


- ¡Despierta Renata!
- ¿Qué te pasa Francisco?
- ¿Qué es ese ruido?
- ¿Cuál ruido?
- ¡Ése!
- Ah, ya te dije lo que era pero tu no me crees.
- ¡No me digas que es un fantasma!
- ¿Pues tú que crees?
- ¡El viento!.
- ¿El viento?, ¡Por favor no seas ridículo!, sabes ya me estoy aburriendo de esto, le voy a decir a Juan Pablo que venga a hablar contigo.
- No, por favor no.
- ¡Juan Pablo!
- Basta, Renata
- ¡Juan Pablo! ,¿Porque no vienes y le tocas la mano a mi estúpido hermano para que se de cuenta que de verdad existes?
- No, no, no
- No seas cobarde Francisco
- ¡Mamá!, ¡Mamá!, ¡Auxilio!, ¡Ayúdenme!
- ¡Hijo!, ¡Francisco!, ¿Qué te pasa?
- ¡La Renata me esta asustando!, dice que hay un fantasma ahí y le dijo que me tocara.
- ¡Renata!, te lo advertí, te dije que no siguieras jugando con tu hermano, inventando todas esas cosas, ahora te vas de aquí, castigada hasta que pidas perdón por lo que hiciste.
- pero mamá...
- ¡ya basta!
- pero si existe...
- ¡Vete de aquí!, Ya Francisco ya pasó, no le hagas caso a tu hermana... ella te quiere asustar.
- ¡Esta bien mamá!.
- ¡Ahora duérmete!.
- ¡Sí mamá!.

- ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir Renata?
- pero mamá...
- ¡pareces que no entiendes!
- pero mamá...
- ¡Cállate!, ya bastantes problemas tengo como para que tú vengas y me des más. Escúchame bien Renata, esta es la última vez que te lo repito no quiero que vuelvas a hablar sobre ese tema ¿me entiendes?
- ¡Si mamá!.
- Ahora bien estarás castigada hasta que comprendas lo que hiciste, mientras tanto no vas a perder el tiempo así que vas a leer la Biblia y después yo voy a venir a tomarte las lecciones
- Pero mamá...
- ¡Ya basta!, sólo obedece.
- ¡Si mamá!.
- ¿Que es ese ruido señora?
- Nada Adriana, vuelve a dormir.
- ¿Y la señorita Renata se va a quedar ahí?
- ¡Sí!, ella esta castigada y no quiero que nadie se acerque a ella. Sólo a la hora de comida tiene permiso para venir a dejarle el alimento.
- ¿Pero qué hizo?
- ¡Eso no le importa!, buenas noches.
- ¡Buenas noches señora!.
- ¿Adriana?... ¡Por favor cuida a mi hermano!.
- ¿Viste al fantasma de nuevo?
- ¡Sí! y parece que no esta muy contento hoy día. Tengo miedo que le haga algo a Francisco.
- No te preocupes, yo voy a cuidar a tu hermano.
- Me estoy aburriendo de esto.
- ¿De qué Renata?
- De ser la única que pueda ver a los fantasmas.
- ¡No eres la única!, ¡yo también los veo!, pero no te preocupes dentro de muy poco las cosas van a cambiar en la casa.
- ¿De verdad?
- Sí Renata, deja que el tiempo haga su trabajo.



XXXIV

“ A la verdad el tiempo pasa sin cesar por estos lados, no tengo idea de qué hora es ni en qué día me encuentro, sólo lo que logro percibir es que hay una gran paz dentro de mí que inunda mi alma y me reconforta para seguir adelante.
Sin embargo, tanta maravilla me ha alejado de mis seres queridos los cuales deben de estar sufriendo por esta cruel guerra”.
- ¡Andrés!
- Oh eres tu Álvaro. ¿Que sucede?
- ¿Sabes a donde nos dirigimos?
- Pues claro hombre al infierno...
- ¡A joder!... yo te hablo de ahora
- Pues tenía entendido que volveríamos al refugio en Salamanca para acuartelar a más gente.
- Pues, eso ya no va a pasar.
- ¿De que hablas?
- ¡Llegaron nuevas ordenes!.
- ¿Cómo sabes?
- Escuché una conversación entre el capitán Sáez y el mismísimo general Franco. Resulta que las ordenes del general Franco son acuartelar todas sus tropas en la ciudad de Burgos.
- ¿En la ciudad de Burgos?
- Sí, ¿por qué? ¿Tienes algún problema?
- ¡Sí!... ¡quiero irme de este maldito infierno!.
- ¡Calla!, Que te pueden escuchar y supongo que no quieres dejar a Raquel viuda.
- ¡Pues claro que no!. ¿Álvaro?
- ¿Que pasa?.
- ¿Podemos juntarnos en la noche?
- ¿Y no me lo puedes decir ahora?
- ¡Pues no!, hay muchos soplones.
- ¿Que te traes entre mano Andrés?
- Quiero escapar de aquí y ya sé como, pero necesito tu ayuda
- ¿Escapar? ¿Estás loco?
- ¡No! y hablemos después.
Conque vamos a Burgos, excelente entonces podré juntarme al fin con mi esposa y mis hijos después de tantos años.


XXXV


Raquel.
Cuando leas esta carta yo voy a estar muy lejos de ti.
Por favor, no trates de encontrar respuestas pues ni yo logro comprender cabalmente la realidad.
Mis hijos me contaron lo que sucedió aquel día.
No te preocupes sé que hiciste todo lo posible por salvarlos.
Supongo que ya sabes que José esta muerto.
Si hay algo que puedo sugerirte es que no confíes en tus sirvientes, sobre todo de la que se hace pasar por muda.
Escucha a la Renata cuando te habla, ¡no esta mintiendo!, el tal Juan Pablo existe y creo saber quién es, aunque no entiendo como llegó aquí y puede conversar con mi hija.
¡Lamento no estar contigo!, pero ya no tengo fuerzas.
La vida se me va y me he dado cuenta que ya cumplí mi destino el cuál era avisarte.
¡Mata al general Franco!, ¡esa es tu misión!; no te preocupes por nada, ¡no te matará!, te lo aseguro.
¡Te amo mucho!, cuídate y cuida a mis hijos.
Andrés.
- ¿Se siente bien señora?
- ¡Andrés!... yo...
- ¿Señora?
- ¡Tú!... Tú... ¿desde cuándo me están mintiendo?
- ¡No entiendo señora!.
- ¡Ya basta!, ¡se acabó la chacota!, ustedes me han estado engañando todo este tiempo.
- ¡Mamá!, ¿Qué pasa?
- ¡Vete a tu cuarto Renata y quédate allí con tu hermano!.
- Pero mamá...
- ¡VETE!
- Señora... creo que debe calmarse
- ¡Deja de hacerte la tonta!... Los quiero lejos de mis hijos.
- Pero señora, ¡usted no sabe!.
- ¡Váyanse de aquí!... O los mato... te aseguro Adriana los mato.
- ¡Usted no comprende!, ¡aún no sabe toda la verdad!.
- ¡Váyanse!



XXXVI


“Desde fines del siglo IX hasta el XI y el XII, pues, la arquitectura religiosa en la capital y en todo el Imperio sigue siendo inmensamente fértil. Se establecen nuevos tipos, y se desarrolla un estilo arquitectónico, el bizantino medio, sumamente evolucionado y artificioso. La arquitectura doméstica, en cambio, permanece al parecer aferrada a tradiciones ancestrales, aunque las pruebas de que disponemos no permiten sino un juicio provisional. Nada sabemos de las moradas de los pobres, seguramente chozas, como tampoco de las casas de labor. En Constantinopla sólo se han encontrado unas cuantas casas del Período Medio. Nuestro conocimiento de las viviendas de las clases medias se limita a un puñado de residencias y edificios comerciales excavados en algunas ciudades griegas. En Atenas, la casa urbana de la clase media formaba un bloque, más o menos cuadrado, con un patio en el centro como fuente de luz y ventilación; las habitaciones envolvían este peristilo por los cuatro lados. Unas cuantas casas del siglo XII excavadas en el Ágora nos brindan algunos ejemplos, y al mismo tiempo ponen de manifiesto la continuidad de la distribución en la zona del Egeo durante más de mil quinientos años. Estas casas del siglo XII no se distinguen de las del siglo V que las precedieron en el Ágora, o, lo que es igual, de las casas del siglo II de Dura-Europos (Qalat es Salhiye), o de las viviendas urbanas de Delos y Priene de los siglos I, II y III a. C. Asimismo la antigua calle de las tiendas, de ascendencia griega y helenística, se conserva todavía a veces en el siglo Xll. En Corinto se han encontrado casas más sencillas compuestas de dos o tres habitaciones rectangulares, paralelas entre sí y a veces subdivididas por un par de soportes. Las casas de manzana así como las de peristilo, más cuidadas, tenían a veces pisos superiores. Pero la pequeñez de los cuartos y —en las casas de manzana— la pobre organización de la planta convertía estas edificaciones la mayoría de las veces en simples madrigueras.
En cambio, la arquitectura doméstica eclesiástica —valga la denominación— es de aspecto más monumental. Nos han llegado numerosos ejemplos en forma de monasterios en Grecia, muchos bien conservados. Los monasterios de Hosios Meletios cerca de Megara, de Sagmata en Beocia, y la Gran Lavra en el Monte Atos representan el tipo a la perfección. Un gran rectángulo o trapezoide, encerrado en un muro fortificado, envuelve un amplio patio. La iglesia se levanta en el centro del patio. A lo largo del muro se alinean almacenes, establos y talleres; contra esta fila interior de locales de trabajo o directamente contra el muro se extienden las celdas de los monjes, dispuestas en largas filas de cara al patio. En Hosios Meletios eran de un piso, pero con frecuencia se construían de dos, tres o cuatro plantas. En tal caso, las celdas tenían acceso desde galerías abiertas; Kutlumusíu en Monte Atos nos brinda un buen ejemplo, aunque tardío. Uno de los lados del rectángulo, frecuentemente el opuesto a la iglesia, está ocupado por el refectorio (trapeza) y la cocina. El refectorio suele ser una pieza alargada, de una sola nave y rematada en un ábside: el refectorio de la Gran Lavra de Monte Atos es un buen ejemplo. Una mesa larga con bancos corre a lo largo del eje central, o bien se colocan unas mesas semicirculares (sigmata) junto a las paredes, empotradas en nichos rectangulares. A veces las mesas se cobijan bajo nichos semicirculares abiertos en los costados de la sala. A veces se levanta un baldaquino sobre la fuente (phiale), delante de la iglesia. En ocasiones hay una casa de baños y una enfermería (nosokomion) fuera de las paredes de la abadía; esta última adopta la forma de cruz inscrita, con su tramo central ocupado por una chimenea que servía como hogar y cocina para los enfermos. En todo el monasterio, todas las dependencias eran abovedadas: celdas, talleres, refectorio, enfermería, cocina y baños.
Todo ello evidentemente se remonta a una tradición que en el siglo XII tenía más de medio milenio de antigüedad. El rectángulo fortificado recuerda al monasterio del siglo V de Dafni o el de Santa Catalina en el monte Sinaí. Las filas de celdas de varios pisos precedidas por galerías abiertas derivan del tipo de casa de la Baja Antigüedad que se refleja igualmente en las pequeñas casas de pueblo de los siglos IV, V y VI en Siria. Los refectorios con nichos salientes en sus flancos están evidentemente relacionados con las salas de banquete de la Baja Antigüedad; una de estas salas —la Dekanneacubita, probablemente del siglo VI— se conservaba al parecer en el Palacio Imperial de Constantinopla. En resumen, la distribución de los monasterios del Período Bizantino Medio en Grecia, así como sus detalles, son supervivencia en gran parte de la Antigüedad tardía —tanto pagana como cristiana— y de la época protobizantina.”
- ¡disculpa Maira!, ¡necesito hablar contigo ahora!
- ¿Adriana?, ¿Qué haces aquí?
- ¿Podemos hablar?
- Bueno... caballeros me disculpan dentro de cinco minutos regreso con la cátedra de arquitectura. ¡Por Dios Adriana!, ¿Qué te pasa?
- Algo muy extraño... ¿ tú conoces al general Franco?.
- ¡Que si conozco al general Franco!, ¡Por el amor de Dios! ¡Es el hombre que está en la boca de todos en estos momentos!.
- Habló conmigo y quiere verme.
- ¿A ti?, ¿Y para qué?
- ¿Te acuerdas del reportaje que salió ayer sobre el asesinato del Duque Ramón Fuenzalida y su familia?
- Claro que me acuerdo.
- Pues el general tiene demasiada curiosidad en saber quien asesino al Duque, porque me preguntó si tenía información sobre Madame Paige y su hermano.
- ¿Madame Paige?
- La artista francesa quien fue amante del Duque por mucho tiempo.
- ¿Pero porqué el general estará interesado en esclarecer ese asesinato que ocurrió hace treinta años?
- ¡Esa es mi gran duda! y ¡tú conoces al general!... tengo miedo de que haya algo más y yo pueda estar involucrada.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Por lo pronto tengo una cita con él ahora a las doce.
- ¿Hoy día?
- ¡Sí! y necesito que me ayudes.
- Sí claro, ¿pero en qué te puedo ayudar?
- ¡Quiero que vigiles al general!.
- ¿Vigilar al general? ¡Estás loca!
- ¡No!... mira si es lo que pienso, el general debe saber algo sobre el asesinato y podría convertirse esto en el reportaje del año.
- ¡O tu último reportaje!.
- ¡ hay que arriesgarse!... a todo esto, ¿estás conmigo a no?
- ¡Tu sabes que sí!.
- ¡Gracias Maira!, ¡sabía que podía contar contigo!, ahora me voy porque me pidió que fuera puntual.
XXXVII


- ¡Llegó el momento de la verdad!.
- ¿Qué vamos a hacer Adriana?
- ¡Decirle la verdad a la señora y a los niños!.
- ¡Pero si ni siquiera quiere vernos!.
- ¡No te preocupes Vicente!... ¡se acabó el juego!, ella tendrá que escucharnos si quiere cumplir con lo que le dijo su esposo.
- ¿Qué sabes tú de eso?
- ¡Mucho Maira!, ¡ya verás como nos tendrá que escuchar!.
- ¡mientras tanto el general Franco se nos va otra vez!.
- ¡No te preocupes!.
- ¿Alguien nos va a ayudar?.
- ¡Sí!
- ¿Quién?
- ¡Un familiar suyo!.
- ¡No te entiendo!.
- ¡Por ahora no me preguntes más!. Lo importante ahora es explicarle la verdad a la señora Raquel y a sus hijos.



XXXVIII


“Llama á quien moran en la sombra eterna,
de la tartárea trompa el rebramar:
treme la inmensa lóbrega caverna;
rimbomba el aura ciega á su tronar.
No ruge tanto en la región superna
el trueno cuando estalla el fulminar;
ni tal retiembla nunca la honda tierra,
Cuando, en vapores grávida, se cierra.

Turbas varias de dioses infernales
hacia la puerta vuelan elevada.
¡Oh qué rostros! ¡Qué horrores abismales!
¡cuánto terror y muerte en su mirada!
Huellan la tierra allí plantas ferales,
la sien por haz de sierpes circundada;
van arrastrando cola gigantea,
que se anuda, repliega, serpentea.

Á la siniestra y la derecha mano
se posan, y Plutón cruento delante
se sienta en medio de ellos soberano,
empuñado el cetro áspero, pesante.
Ni peña en mar, ni pico alpestre vano,
ni Calpe sube tal, ni el magno Atlante,
que, con él, loma humilde no aparente:
tanto alza el grande cuerno en la alta frente.

Horrenda majestad su faz clarea
y su soberbia aterradora acrece.
Veneno y sangre, su ojo centellea,
cual infausto cometa, y se enfurece.
Hirsuta, inculta barba le sombrea
y hasta el pecho velloso larga crece;
y á guisa de vorágine profunda,
su boca se abre, en negro cruor, inmunda.

Como sulfúrea ráfaga tronante
que el Etna lanza fétida, encendida;
tal de su fiera boca aura negreante,
entre hedor y favila, es despedida.
Mientras él habla, cállanse el latrante
Cerbeo, y la Hidra, de tal son herida:
inmoto está el Cocito, está temblante
el abismo al grande eco retumbante.

Tartáreos dioses, dignos de partido
más alto, allá, que el sol, do vuestra cuna;
á quien, nuestro feliz reino perdido,
hundió el gran caso en tan feroz fortuna:
del otro el suspicaz desdén ardido,
eterno veis, –la nuestra empresa es una–
y él á placer hoy las estrellas gira
y á nos cual á rebelde gente mira.”

Y en vez del día placentero y puro,
del áureo sol estrellas, firmamento
dentro nos cierra de este abismo obscuro
veda aspiremos al más alto asiento;
y luego –¡ay, cuánto es memorarlo
duro ésta es mi cuita y mi mayor tormento–
al hombre al trono célico ha subido:
al hombre vil, del fango vil nacido.

¡Ah, no será! no es muerta aún la osadía
de nuestro espíritu y valor primera:
el fierro y viva llama nos vestía
en nuestra lid contra el que al cielo impera.
Caímos –no lo niego– en la porfía.
Mas fué la empresa grande y altanera.
Del más feliz fué entonces la victoria;
fué muestra del lidiar toda la gloria. »

- ¡Mamá!, ¡Mamá!, ¡Despierta!
- ¿Qué pasa mis niños?
- ¡Otra vez te quedaste dormida!... ¿era de nuevo esa pesadilla?
- ¡Sí Renata!, ¡oh miren ya estamos llegando a Burgos!
- ¿Perdimos a los soldados mamá?
- ¡Así parece Francisco!.
- ¿Y papá?
- El papá debe ir a la guerra porque él es un valiente y cuando termine va a venir a estar con nosotros.
- ¿Cuánto tiempo estará en la guerra?
- ¡No lo sé Renata!, ¡sólo espero que el menor tiempo posible!.
- ¿Y va a matar a mucha gente?
- ¡Sólo a aquellos que lo ataquen a él!.
· sea, los asesinos.
- Bueno... ¡sí!.
- ¡Pero la Biblia dice que es pecado matar!.
- ¡Sí!, pero a veces cuando no hay otra solución más que una guerra, se debe matar para no morir uno.
- En Burgos, ¿podremos ir a la escuela?.
- ¡Me temo que no!, el papá nos pidió que nos encerráramos en la casa porque si nos ven lo más probable es que nos maten.
- Pero, ¿porqué? ¡Si yo no he matado a nadie!. Bueno... ¡a algunas cuantas lagartijas!, ¡pero si quieren vengarse de mi deberían hacerlo las lagartijas! .
- ¡Ay Francisco!, ¡que Dios siempre te proteja por tu inocencia!.
- ¡Tengo hambre mamá!
- Dentro de muy poco vamos a tener un banquete, así que en marcha rumbo a nuestro hogar.


XXXIX


“Una gruesa oca marrón reposaba en un extremo de la mesa, y en el otro, sobre un lecho de papel arrugado y ramas de perejil, descansaba un enorme jamón despellejado y cubierto de migas fritas, con un papel limpio escarolado alrededor de la canilla, junto al que se extendía un abanico de carne especiada. Entre esos dos extremos rivales corrían líneas paralelas de entremeses: dos pequeñas catedrales de gelatina, roja y amarilla, un plato llano repleto de bloques de manjar blanco y compota roja, un gran plato verde en forma de hoja con un asa en forma de tallo, que contenía racimos de pasas color púrpura, un plato similar con un montón rectangular de higos de Esmirna, un plato de natillas espolvoreado de nueces rayadas, un pequeño cuenco de bombones y caramelos envueltos en papel de oro y plata, y un vaso de vidrio en el que se sostenían unos cuantos tallos de apio. En el centro de la mesa, como centinelas del frutero que sustentaba una pirámide de naranjas y manzanas americanas, se situaban dos rechonchos escanciadores antiguos de cristal tallado, el uno con oporto y el otro con jerez oscuro. Sobre el piano cerrado aguardaba un enorme plato amarillo lleno de budín, tras el que se desplegaban tres escuadras de botellas de cerveza -stout y ale- y de agua mineral, según el color de sus uniformes, las dos primeras con sus etiquetas rojas y marrones, y la tercera y más pequeña con sus bandas verdes transversales.
Franco tomó resueltamente asiento a la cabecera de la mesa y, tras echar un vistazo al filo del cuchillo, hundió firmemente el trinchante en la oca Se sentía perfectamente a sus anchas, pues era un trinchador experto y nada le gustaba más que verse a la cabecera de una mesa bien dispuesta.
- Señorita Adriana, ¿qué quiere usted que le sirva? —preguntó—. ¿Un ala o una loncha de pechuga?
- Sólo una pequeña loncha de pechuga.
- ¿Y para usted, señorita Maira?
- ¡Oh!, cualquier cosa, señor Franco.
Mientras Franco intercambiaba con la señorita Maira platos de oca y de jamón y de carne especiada, Adriana iba de invitado en invitado con un plato de patatas calientes envueltas en servilletas blancas de las cuales una tenía veneno. Era una idea de Madame Paige, que también había sugerido una salsa de manzana como acompañamiento de la oca, a lo que Vicente había dicho que una oca simplemente asada sin salsa de manzana resultaba suficiente para él, y que esperaba no verse nunca comiendo algo peor. Madame Paige, que se encontraba totalmente irreconocible por el maquillaje, sirvió a Franco, Adriana, Juan Pablo y Maira, cerciorándose de que recibieran las mejores tajadas, Vicente abrió y trajo del piano botellas de cerveza para los caballeros y de agua mineral para las damas. Hubo un barullo de risas y sonidos, los sonidos de órdenes y contraórdenes, de cuchillos y tenedores, de tapones de corcho y tapones de vidrio. Juan Pablo comenzó a cortar segundas raciones tan pronto como acabó con las primeras, sin servirse a sí mismo. La protesta general fue tan estentórea que no tuvo otro remedio que detenerse un momento para beber un largo trago de cerveza, pues el trabajo de trinchar le tenía sofocado. Madame Paige se sentó tranquilamente a cenar en la cocina, pero Vicente siguió moviéndose torpemente alrededor de la mesa. El señor Franco le rogó que se sentara y tomara la cena.
Cuando todo el mundo estuvo perfectamente servido, Franco sonrió y dijo:
- Y ahora, si alguien quiere un poco más de lo que la gente vulgar llama alimento, que lo diga.
Un coro de voces se alzó para instarle a que diera cuenta de su propia cena, y Maira se adelantó para llevarle tres patatas que había reservado para él.
- Damas y caballeros —dijo Franco amablemente, según tomaba otro trago preparatorio—, les ruego que tengan a bien olvidarse de mi existencia durante unos minutos.
Se sentó a cenar y no intervino en la charla que se adueñó de la mesa en cuanto Madame Paige se llevó los platos. El tema de conversación era la compañía de ópera que a la sazón actuaba en Madrid. El señor Machado, el tenor, un joven de piel oscura con un pequeño mostacho, habló muy bien de la primera contralto de la compañía, aunque la señorita Adriana opinaba que su presencia en escena era más bien vulgar. Maira dijo que había un caudillo negro que cantaba en la segunda parte de la pantomima del Gaiety con una de las mejores voces de tenores que él había oído.
- ¿Le ha oído usted? —preguntó a través de la mesa al señor Franco.
- ¡No! —dijo el señor Franco cautelosamente.
- Es que me gustaría conocer su opinión —explicó Maira—. Creo que tiene una gran voz.
- Machado siempre da con las cosas realmente buenas —dijo el señor Franco a toda la mesa.
- ¿Y por qué no ha de tener una voz? —preguntó mordazmente Maira—. ¿Acaso porque es negro?
Nadie respondió a aquello y Adriana hizo que la conversación regresara a la ópera de verdad.”

¡Dios mío!, ¿Quién es Madame Paige?, ¿Porqué está cerca del general Franco?, ¿Porqué Adriana, Maira y Vicente los conocen?... debió haber sido sólo una pesadilla... ¡Oh que hermoso día!, Andrés... ¡regresa pronto!.



IL


“¡Aserrín!
¡Aserran!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
Los de Roque
Alfandoque,
Los de Rique,
Alfeñique,
Triqui, triqui, triqui, trán.

Y en las rodillas, duras y firmes de la abuela,
Con movimientos rítmicos se balancea el niño
Y ambos agitados y trémulos están.
La abuela se sonríe con maternal cariño,
Mas, cruza por su espíritu, como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
Los días ignorados del nieto guardarán.

Los maderos de San Juan,
Piden queso, piden pan.
Triqui, triqui, triqui, tran.

Esas arrugas hondas reflejan una historia
De sufrimientos largos y silenciosa angustia,
Y sus cabellos, blancos como la nieve están,
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia,
Y son sus ojos turbios espejos que empañaron
Los años, y que, ha tiempo, las formas reflejaron
De cosas y de seres que nunca volverán.

Los de Roque, alfandoque
Triqui, triqui, triqui, trán.

Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda,
Lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
Donde otros en la sombra desde hace tiempo están;
Del nieto á la memoria, con grave son que encierra
Todo el poema triste de la remota infancia,
Cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
De aquella voz querida las notas vibrarán.

Los de Rique, alfeñique!
Triqui, triqui, triqui, trán!

Y en tanto en las rodillas cansadas de la abuela
Con movimientos rítmicos se balancea el niño,
Y ambos conmovidos y trémulos están;
Mas cruza por su espíritu, como un temor extraño,
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
Los días ignorados del nieto guardarán.

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
Piden queso, piden pan,
Los de Roque
Alfandoque,
Los de Rique
Alfeñique,
Triqui, triqui, triqui, trán!
Triqui, triqui, triqui, trán!”
- ¡Adriana! Necesito hablar con usted.
- ¡Como usted diga señora!.
- ¿Los niños...?
- ¡Sí señora! duermen como unos angelitos.
- ¡Pues baje al comedor!, allí la espero junto con Vicente y Maira.
- ¡Sí señora!.



ILI


“¡Váyanse de aquí, es la última vez que lo repito!”
¡Pero Juan Pablo!, ¿porqué nos quieren hechar?
¡Sino se van mi padre los matará a todos!.
¡No me quiero ir!. ¡No tenemos a donde ir!.
¡Ese no es mi problema!... ¡yo sólo te aviso!.
¡Váyanse ustedes!!!!!
¡Tu padre también morirá...!
¿Mi padre?, ¿Lo conoces?, ¿Dónde lo has visto?
¡Muy pronto lo veras...!
¿De verdad?
¿Con quién hablas Renata?
¡No te metas Francisco!.
Lo que pasa es que me quieres asustar de nuevo. Pero mi mamá te va a pegar, ya lo veras.
¡Déjate de hablar tonterías y vete de aquí!!!
¡Mamá!!
¡Cállate!!!
¡Mamá!!. ¡Auxilio!!!!
¡Te dije que te callaras!!!!!
¡Francisco!, ¿Qué te pasa?
¡La Renata me está asustando de nuevo mamá!.
¡Ya te dije que dejaras tu jueguito!!
Pero mamá...
¡Váyanse de aquí!!!!
¡Deja de hacer voces Renata!!
¡Pero si no soy yo!.
¡Tengo miedo!.
¡Váyanse de aquí!!!
¿quién eres tú?
¡Váyanse de mi casa!!!


ILII


No sé en que momento y de que forma ocurrieron los hechos que siguen a continuación pero he tratado de ordenarlos de la forma mas precisa que me acuerdo. Mi madre todavía no podía creer que realmente existía alguien más en nuestra casa. Tras escuchar a Juan Pablo que estaba de mal genio comenzó a interrogarme diciéndome que cuando lo había conocido, que quería, entre otras cosas. Yo le dije que él no era el único en la casa además estaba su familia en donde su padre era un militar franquista. Mientras mi madre trataba de colocar cordura a lo que estaba pasando decide en un acto tonto, según mi idea, salir de la mansión e ir al pueblo a través del bosque en busca del padre Neruda. Seguramente él haría un servicio para echar todos los demonios y potestades de la casa. Lo malo es que el día era horrible, había una neblina que impedía ver mas allá de unos cinco metros y tenía que irse por el bosque, ya que los caminos estaban tomados por las fuerzas militares. Mientras mi madre se fue con su escopeta por el bosque en busca del padre Neruda, yo pienso en lo que me dijo Juan Pablo. Habló sobre mi padre. Dijo que lo volvería a ver. Si es así, sería lo mejor que me ha pasado en los últimos días ya que no soporto a mi madre que está cada día más histérica y Juan Pablo ya no quiere jugar conmigo.



ILIII

- ¿Qué pasa Renata?, ¿Porque la mamá está enojada?
- ¡Creo que se esta volviendo loca!
- ¿Otra vez?
- Sí. Y yo no quiero estar aquí.
- ¿Para donde vas?
- ¡voy a buscar a mi padre!.
- ¡No puedes!
- ¡Claro que sí! y tú mejor te quedas callado ¿me escuchaste?
- ¡Renata!
- ¿Qué quieres?
- ¡No me dejes solo!
- ¡Entonces ven conmigo!.
- ¿y la mamá...?
- ¿Vienes o no?
- ¡Claro que sí!.
- ¡Pues vamos!.
- ¿Adónde van?
- Es que... ¿tú?... ¿De cuándo hablas Maira?
- ¡Eso no importa ahora!... ¡Ustedes no se pueden ir!.
- ¡Claro que sí!
- ¡Lo siento Renata!.
- ¿Tú también Adriana?
- ¡Tu mamá no me deja alternativa!.
- ¿Que están haciendo?
- No se preocupen no los dañaremos sólo los necesitamos para poder hablar con su madre.
- ¿Pero porqué?
- ¡Perdóneme joven Francisco!.
- ¡Hijos míos debemos irnos!... pero... ¿qué están haciendo con mis hijos?
- ¡Discúlpenos señora!, pero usted no me deja alternativa.
- Nosotros no queremos hacerle daño ni a usted ni a sus hijos.
- ¡Solo queremos que nos escuche!.
- ¡Devuélvanme a mis hijos!
- ¡Lo siento!, pero no lo haremos hasta que nos escuche.
- ¡Mamá, tengo miedo!
- ¡Francisco!... Está bien, está bien, pero no le hagan nada.
- ¡No se preocupe!, lo último que queremos es hacerle daño a sus hijos.
- Escuche señora... ¡todos los que estamos aquí en estos momentos estamos muertos!.
- ¿Qué esta diciendo?
- ¡Por favor!, escúcheme... como dije todos los que estamos aquí ahora estamos muertos. Usted señora y sus hijos murieron aquel día cuando su esposo los ayudó a escapar. El general Franco los mató. ¿No se acuerdan?
- ¡Pero si logramos huir!.
- ¡Sí!, pero llegó un momento en que se acabaron los alimentos, y ustedes estaban perdidos y los militares los perseguían
- ¿Usted cómo sabe eso?
- ¡Solo déjeme terminar!. Llegó un momento en que se les acabaron las fuerzas, fue entonces cuando en un ataque de locura mataste a tus hijos y luego tu te mataste.
- ¿Que mierda estas diciendo?... ¡que te den por el puto culo mentirosa!, ¡eso es mentira!
- ¿ no es verdad señora?... ¿Acaso usted no golpeó a sus hijos con unas piedras en la cabeza matándolos y usted se enterró una estaca en su vientre?
- ¡Sí!... pero al despertar ellos estaban con vida al igual que yo.
- ¡Eso es mentira!. ¡Ustedes creían que estaban con vida pero estaban muertos!. Y como su esposo les dijo que tenían que llegar a esta casa en Burgos siguieron caminando hasta llegar y trataron de seguir con su vida normal.
- ¡Pero yo ví a mi esposo!... ¿O acaso él...?
- ¡Sí!... ¡Su esposo Andrés también murió!. El intentó escapar junto con su amigo Álvaro. Pero resultó ser que Álvaro era amigo del general y lo mató.
- ¿Pero entonces si esta muerto porqué se fue de mi lado y no se quedo con nosotros?
- No sé de que forma, pero parece que los muertos antes de ir a su lugar de descanso tienen que cumplir una última misión si es que no lo hicieron cuando estaban con vida.
- ¡No entiendo!.
- ¡Su esposo señora, vino a avisarnos sobre el general Franco!.
- ¡No entiendo!.
- Señora... ¡nosotros somos los fantasmas!. En esta casa vive el general Franco y su familia.
- ¿Qué dices?
- ¿Entonces Juan Pablo es su hijo?
- ¿Dijiste Juan Pablo?
- Sí Maira.
- ¿Lo conoces?
- Sí Maira.
- Juan Pablo es el hijo del General Franco. Yo era su novia.
- ¿Tú?
- ¡Sí!. Llevábamos cinco meses cuando...
- ¿Qué pasó?
- Su padre, me mató.
- ¿Pero porqué?
- Porque sabía cosas de él, pero sobre todo porque era la nieta de Madame Paige.
- ¿Quién es Madame Paige?
- La mujer que le dio muerte a los padres de Franco.
- ¿Y ella...?
- ¡Está muerta!.¡La mató!.
- ¿Y ustedes?
- Yo era un licenciado en historia del arte, trabajaba en el museo de Lovres. Yo amaba a Madame Paige. Cuando supe de su muerte fui dispuesto a matarlo, pero... ¡él me mató!.
- Y yo era amiga de Maira... Cuando supe de su muerte no dudé en pensar que fue Franco quien la mató por lo que lo acusé, pero... el reportaje jamás salió en circulación.
- ¿Porqué?
- ¡Aún no se dan cuenta!... Franco tiene muchos contactos, el editor del diario jamás publicó mi reportaje... Aún más él me despidió. Yo seguí investigando y supe de la muerte de Madame Paige, luego la de su amante Vicente. Pero supe algo mayor.
- ¿Qué cosa?
- ¡Ustedes!... son familiares de Madame Paige.
- ¿Qué?
- El general Franco supo que ustedes eran familiares de ella y envió a su esposo al ejercito donde finalmente murió y ustedes... ustedes también murieron.
- Ya, ¿pero que te pasó?
- ¡Me enamoré del general!.
- ¿Qué?
- Le confesé todo lo que sabía jurándole que nunca iba a revelar sus secretos porque lo amaba.
- Pero igual te mató.
- ¡Así es!.
- Si esto es verdad. ¿Cuál es nuestra misión?
- ¡Está clara!... ¡Matar al general!.
- ¿Pero cómo?
- Dentro de muy poco llegará un familiar de él que es una hechicera. Ella nos transportará al mundo de los vivos.
- ¡No entiendo!.
- El general Franco está hastiado con eso de que hay fantasmas en su casa.
- ¡No se olvide que los fantasmas somos nosotros!.
- ¿Pero él no sabe que nosotros...?
- ¡Claro que no!... Entonces, cuando nos invoquen al mundo de los vivos iremos y daremos muerte al general.
- ¡Pues bien!... ¡entonces solo nos resta esperar!.
- ¡Claro!.
- ¡Vengan niños, con su madre1.
- ¿Qué está haciendo?
- ¡Pensaron que de verdad iba a creer esa mentira!.
- Pero señora. Usted...
- ¡Cállense!. Si de verdad están muertos no les pasara nada si les disparo.
- ¡Señora usted no entiende!.
- ¡Vicente!
- ¿Que hizo señora?
- ¿Se... desintegró?.
- ¡Pues claro si ya estaba muerto!. Lo volvió a matar, ahora en el mundo de los muertos.
- ¿Y eso que significa?
- ¡Que ya no existe más!... ¡no es nada!.
- ¡Mentira!... ¡ustedes son unas brujas contratadas por Franco!... pero no se reirán de mí.
- ¡Por favor señora basta!.
- ¿Sabes Maira?... ¡Nunca me gustaron las personas mudas!.
- ¡Por favor señora!.
- ¡Siempre supe que hablarías algún día!. ¡Jamás pensé que sería para suplicarme por tu vida!.
- ¡Ya basta mamá!
- ¡Renata!... ¡Sale de ahí inmediatamente!
- ¡No mamá yo no me muevo de aquí!. ¡Tú no mataras a nadie más!.
- ¡No seas estúpida!, ¿no te das cuenta que está mintiendo?.
- ¡Yo también no me moveré!.
- ¡Oh por Dios, Francisco no seas imbécil!... ven para acá antes que te pegue.
- ¡Señora!... ¿no se da cuenta?
- ¡Tú cállate!.
¡SI HAY ALGUIEN AQUI EN ESTOS MOMENTOS, QUIERO QUE SE PRESENTE AHORA!
- ¡Mamá!
¡MUESTRATE ESPIRITU Y VETE!... ¡TU LUGAR ESTA ENTRE LOS MUERTOS Y NO ENTRE LOS VIVOS!.
- ¿Me cree ahora señora?
- ¿Qué hacemos?
- ¡Pues si nos llaman hay que ir!.



FIN.

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